Nuestra TV pública debe evitar que se difundan mentiras y, peor aún, que se posicionen.
No existe el “caprilismo”, mucho menos los “caprilistas”, como tampoco existe ‘madurismo’ ni ‘maduristas’.
Los procesos bautizados con nombres o apellidos de líderes (bolivarianismo, peronismo, o chavismo) se dan producto de la adhesión de un país a sus ideas, su obra, o su ideología, que sobreviven incluso a su ausencia física.
El periodismo televisivo venezolano, simplista en lo político, personalizó tendencias en apellidos, pero dichas tendencias no pasaron de ser rivalidades internas, problemas de forma del mismo fondo, o intrascendentes ambiciones de políticos.
No eran tendencias que definían a un país, tampoco a corrientes latinoamericanas, o mundiales.
Existió el “perecismo” en Acción Democrática, por ejemplo, pero Carlos Andrés Pérez no representó ideas o ideología, y además terminó enjuiciado y traicionado por su partido antes del colapso de AD como opción de poder, tras su crisis terminal, iniciada por ‘El Caracazo’.
El ‘madurismo’ es una ficción de los aparatos de propaganda de la derecha, que buscan dividir al chavismo, surgido bajo el liderazgo, ideas y gobierno del presidente Hugo Chávez Frías.
Más claro aún: ¿Qué es ‘”caprilismo”?, ¿Acaso de la derrota electoral de Manuel Rosales en 2006 surgió el ‘”rosalismo”, o de la derrota de Salas Römer en 1998 surgió el “salismo”?
Nuestros medios públicos, y nuestro culto pueblo, no tienen ninguna razón para llamar “caprilista” a nadie, ni hablar de ‘”caprilismo” en noticiarios o programas de opinión.
Si la oposición política, ni AD, COPEI, Un Nuevo Tiempo, ni siquiera Primero Justicia, se definen como “caprilistas”, ¿por qué acuñar un término que no existe?