Por Oliver Reina|¡Paz! (Opinión)

Escribir estas líneas invocando a la paz y no saber si cuando se publiquen ya habrá estallado una nueva guerra: este es el triste corolario de una situación en la que casi todo es imprevisible como es la agresión contra Siria.

Y sostengo que es casi todo porque hay certezas, aunque son pocas y malas, tristemente. Hay certeza del hambre imperial que intentará imponerse a sangre y fuego; hay certeza de la miseria humana de quienes tienen a la guerra como el único camino posible; hay certeza de usar la mentira como estrategia válida de quienes promoviendo la muerte, nunca tendrán humana y moralmente la razón.

La locura guerrerista desatada contra el Medio Oriente vuelve a ratificar la tesis expuesta tempranamente por Samuel Huntington: la lucha ya no es entre naciones o ideologías políticas sino entre concepciones culturales que se plantean no solo como las deseables sino como las únicas posibles, en abierto ejercicio hegemónico. Tratar de expandir por otros medios la colonización cultural que constantemente se impone a través de los medios de comunicación y más ampliamente, a través de las industrias culturales, “proponiéndose” por las buenas. Y si no, pues se impone por las malas. Tan sencillo como perverso.

Si sumamos que el modelo de vida occidental y muy especialmente el estadounidense es por principio depredador y que para sustentarse requiere muchos más recursos de los que posee, se explica por qué ejerciendo una Doctrina Monroe prorrogada al infinito y expandida globalmente, cree que el mundo es su patio trasero.

Como todos los anteriores imperios, impone su doctrina, a veces solapadamente como con la imposición mediática, otras descarnadamente a través de verdaderas guerras económicas o políticas, cuando no por la vía abiertamente bélica y militar.

Esta última es nuevamente invocada hoy por Estados Unidos que prácticamente en solitario y con la mayor soberbia, se abroga el derecho cuasidivino de intervenir fuera de sus fronteras para “defender la paz”, eufemismo por “imponer mis intereses”.

El imperio debería considerar que el mundo no es hoy el mismo de hace una o dos décadas. Ya sea por razones geopolíticas, por resguardar sus intereses o por mero sentido común y dignidad, los pueblos del mundo hoy le gritan ¡NO MÁS! Harían bien en escuchar y evitar males mayores así sea por conveniencia. En lo más profundo, saben que las consecuencias son imprevisibles.