Toma la mano del pequeño Mahmoud, él tiene apenas ocho años|¿Te da miedo la muerte? ¿Te da miedo la sangre? – Por Valeria Cortés, desde Gaza

Pido sólo unos minutos de tu tiempo para contarte, desde adentro, sobre Gaza. Sobre esta franja de tierra de apenas 41 km de largo por 10 km de ancho, donde casi dos millones de seres humanos sobreviven encerrados por obra y desgracia de una entidad ocupante conocida tristemente como Israel. Pero hoy no quiero contarte sobre cifras, las cifras son frías y secas, hoy hablaremos de la sangre.

Quizás ya no quieras seguir adelante -la sangre sólo es tolerable mientras no la vemos- pero si lo haces afina la vista, mira sus caras, escucha con atención sus voces, agudas voces de niños, voces ásperas de ancianos, doloridas voces de madres ya sin sus hijos, de hijos sin padres. Son un coro, gritan, rezan, lloran. Y también necesitan hablarte.

Toma la mano del pequeño Mahmoud, él tiene apenas ocho años, es muy delgadito, moreno, su pelo oscuro cortito al rape. Acompáñalo, necesita contarte algo, escúchalo, presta atención, su mundo se acaba, iluminado únicamente por hogares ardiendo. Hogares que estallan en millones de escombros, irradiando un polvo agrio, lo aspiras, lo tragas, te cuesta respirar, buscas a Mahmoud, él ha soltado tu mano, nada existe, en todo el universo sólo sobreviven el fuego y el polvo. Quieres oír su voz pero no puedes, el estruendo de las explosiones golpea tu pecho, cada vez más fuerte, te sacude, te estremece. Por las calles desiertas varios caballos despavoridos, en desbandada, dejan tras de sí el destello de sus cascos sobre el pavimento reventado, cabalgan hacia la nada, se funden en una oscura soledad de pesadilla. Hueles la muerte en la carne quemada, en los cuerpos de las muñecas que se derriten en las habitaciones de los niños, dentro de las cunas, todo arde, todo muere.

Te inclinas sobre su cuerpo menudo, la marea de su propia sangre lo mece sobre el piso de la ambulancia en cada curva del camino hacia el hospital. Un hospital que también ha sido bombardeado hace poco, las almas de todos sus muertos te esperan al final de ese viaje. En este momento absurdo sientes que es una profanación que tus zapatos manchen esa sangre luminosa, pero no haces nada, te quedas allí de cuclillas, sostienes su cabecita de pelos ásperos, quieres estrechar una manito que ya no existe, al descubierto sólo unos huesos de pájaro, frágiles, mínimos. Astillas blancas también asoman de su rodilla, el resto de la pierna desapareció destrozada por las bombas israelíes, su pie derecho cuelga apenas de un trozo de tendón o de piel, le cubres los ojos para que no mire su propio cuerpo desgarrado. Tú tampoco quieres mirar, pero miras. Mahmoud se retuerce de dolor, de su panza asoman los intestinos, rosados y brillantes, pones una gasa y aprietas, no quieres pensar, pero piensas. ¿Somos esto? ¿Realmente somos esto? Tan poco, tanto.

Su padre, igual que tú junto a Mahmoud, llora, grita de desesperación, confuso, incrédulo, te mira y en sus ojos húmedos hay un dolor de siglos, es su niño, su niño pequeño que agoniza frente a nosotros, asesinado una y mil veces, en todas las masacres que no hemos sido capaces de parar. Creemos que solamente muere el otro. No es así, morimos todos. Si no cómo explicar que el pequeño Mahmoud, asesinado por Israel hace casi dos años, siga visitándome, visitándote, alguna noche después del Magreb. Todos hemos muerto un poco junto a él, por eso podemos escucharnos en la fluorescente oscuridad del crepúsculo. Oímos su vocecita, tan parecida a la de nuestros hijos, la oímos en Gaza, en Al Quds, en Nablus, en toda Palestina. Mahmoud se acerca a mí, a ti, susurrando te pide que no lo olvides, ni a él ni a todos los mártires de esta masacre perenne. Pide que tampoco perdonemos a sus verdugos. Yo se lo prometí.

Seguiré escribiendo y recordándolo, una, mil veces, él seguirá hablándote a través de mí. Yo le cumpliré lo prometido. Una promesa quizás tan dolorosa como inútil. Que estos crímenes no queden impunes también depende de ti, de todos nosotros.

Valeria Cortés, desde Gaza, Palestina.

El hijo asesino y cobarde gobierno sionista, que tuvo un padre; denominado el imperio en decadencia, asesino, mentiroso y cruel; El Reino Unido y el padrastro que lo adopto, el criminal, invasor, asesino y vil imperio norteamericano. «Palestina y su heroico pueblo de valientes… luchando y resistiendo, contra un invasor y colonialista, llamada Israel». Ese territorio es palestino y siempre lo ha sido. lo que sucede es que el gobierno sionista le sirve de espía a la triada: Casa blanca-Pentágono y Club Bilderberg en el Medio Oriente.
Se cree, con derecho internacional de violar, matar, invadir, desaparecer y encarcelar a niños y adolescentes palestinos inocentes. «Solo unidos venceremos al imperialismo»