Por Ana Cristina Bracho|“Estadounidense de origen afgano” (Opinión)

Hay en el presente un nuevo símbolo de éxito social en Venezuela y es “irse del país”. Esta idea omnipresente en la clase media ha apalancado el desarrollo de una particular publicidad, compañías especializadas, asesores, coachs de inmigración, líneas de recuerditos y pare usted de contar. Detrás de la aventura de emigrar hay una evidente victoria de la Revolución bolivariana que plantó en esta tierra la generación mejor capacitada que el país haya tenido y una importante derrota, porque sobre ella se abalanza la rapiña convenciéndoles que este país que les hizo no les merece y comprándoles por migajas.

Andrea, por ejemplo, una ingeniera de 30 años que contrajo recientes nupcias, en Venezuela se graduó sin dificultad de ingreso, permanencia o egreso de una Universidad pública, consiguió rápidamente un trabajo en una empresa de servicios petroleros y, ante tanta desgracia, entendió que su única opción era emigrar. Apeló, como en el cine, al tío de América y consiguió una prima que la alentó: “…en dos meses, vendiendo ollas ya puedes establecerte legalmente y harás el dinero que nunca has tenido.” Tras esa afirmación, no tuvo ninguna duda en hacer la maleta, renunciar al trabajo y dejar al marido, anunciando que su nuevo destino era “el sueño americano”.

Cada vez, desde Estados Unidos, de Andrea llegan menos noticias. La jornada es larga y si la paga es la prometida no es suficiente para lo caro que es tener “esa calidad de vida”. Ella sabe que debe aceptar las condiciones y huir de la policía. Todo es mejor que estar “en ese país” del que ella intenta no acordarse. La situación se le hace difícil y aun no han sido las elecciones, que se anuncian tan poco alentadoras para los latinos.

Pero nuestra amiga Andrea, que es una mas en medio de tantos, aun no cae en cuenta de cómo el racismo no se agota cuando se obtiene la tarjeta de residente ni la de ciudadano. Un extranjero, un humano del Sur, es en el Norte siempre un ser de menor entidad.

Como muestra, el que mas allá de lo atroz de los actos cometidos por Omar Siddique Mateen en Orlando y de si esto tiene que ver o no con ISIS, hay varias cosas que recalcar como el empeño de la mass media de recordar que pese a su licencia de conducir, de su idioma natal, de su formación, de su antiguo empleo de policía de Nueva York, él era hijo de extranjeros, además, de árabes.

¿Ciudadano de segunda? ¿miembro de una célula terrorista? ¿importador del odio? En su actuar, en comprar un arma y municiones, no saber soportar la diferencia, no puede haber nada mas estadounidense pero hay que acariciar el ego de quienes saben que los malos siempre son los otros y no ellos. Hay que recordar que el atroz asesino no era ni caucásico, ni protestante, sino un “desagradecido inmigrante” que no valoró la inmensa generosidad de América.

@anicrisbracho