Luis Britto García rememora su amistad con Cortázar|“Seres como Julio siempre hacen falta”

Si alguien abrigaba alguna duda, ¿o más bien desnudaba habría que decir?, acerca del profundo sentido de la amistad, la solidaridad, la justicia y el bien común, que poseía en su devenir como ciudadano de este mundo; si alguien creía que su sentido humanístico era una pose, una impostura, propia de esas personas más interesadas en la cosmética que en una buena ética (que las hay, vaya que si las hay); en definitiva, si alguien creía que Julio Cortázar no era Julio Cortázar, no se acercó lo suficiente a su palabra.

Por ejemplo, en 1974, para la parisina publicación “Change”, escribe en el prólogo de “Introducción a una antología de prosa latinoamericana. En él afirma: “El lector francés ya no requiere que una selección de textos incluya necesariamente, además de a Borges, a escritores como Asturias, Lezama Lima, Vargas Llosa, García Márquez o Carpentier: ese lector ya los conoce y sin duda preferirá que “Change” le ofrezca textos menos accesibles o incluso completamente desconocidos”.

Más adelante aclara que “el criterio que ha presidido nuestra selección es el deseo de presentar algunos de los innumerables escritores que, paralelamente a los más conocidos, trabajan en la tarea común de hacer que la literatura latinoamericana sea un instrumento cada vez más vivo e influyente en la historia de nuestros pueblos, y no sólo su mera crónica nostálgica o su exégesis intelectual”.

Y ya concluyendo el escrito, remata (que en su caso es como revivir): “Atentos y abiertos al mundo, estos escritores han querido que su residencia intelectual sea América Latina, aunque muchos viven físicamente muy lejos de ella. Por este motivo la prosa del chileno Skármeta, la uruguaya Peri Rossi, el argentino Saer o el venezolano García Britto, más allá de las diferencias que afortunadamente son muy grandes puesto que nuestro continente es ancho y diverso, se ordenan armoniosamente cuando se pone uno al lado del otro”.

¿Cómo, entonces, pasar por alto este aniversario del autor de “Rayuela” si hay, bajo estas palmeras, muchas más razones que más allá que muchos mares? ¿Cómo, entonces, se podría negar su horizonte si es el mismo que dibujamos, recto, hermoso y alcanzable para todos los habitantes de esta Tierra de Gracia? ¿Cómo, entonces, no convocar a Luis Britto García, uno de nuestros intelectuales cronopio más destacado y preguntarle acerca de sus impresiones, sus recuerdos y sus interpretaciones en torno a quien escribió tanto acerca del sueño de todos?

LEVE CRONOPIO

-Seamos, para empezar, sencillos: En su opinión, ¿por qué celebrar a Julio Cortázar?

-Primero, por su escritura espléndida, una de las primeras en bajar del altar de la solemnidad a la literatura latinoamericana. Luego, por la difícil sencillez que combina poesía y pensamiento, y que parecía dialogar con el lector en una conversación entre amigos. También, por su lealtad hacia América Latina, región de la cual se fue a los diecinueve años, sin dejarla nunca ni en sus temáticas ni en su solidaridad a lo largo de una existencia vivida fundamentalmente en el Viejo Mundo. Cortázar siempre miró hacia Latinoamérica, mientras tantos intelectuales latinoamericanos sólo miraban hacia Europa.

-Eran amigos, son amigos, la amistad no la mide la existencia. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo es esa amistad entre ustedes dos?

-Pues sí, éramos amigos unidos por una similitud de miradas y separados por una enorme distancia generacional y geográfica. Lo conocí en el tumulto de la preparación de un Congreso que intentaba celebrar la izquierda opositora en Mérida. Apenas teníamos un precario avioncito hasta allá y desde luego le cedí mi puesto. En alguna forma le llegó a París mi libro Rajatabla, y le escribió una elogiosa carta sobre él a Edmundo Aray.

-En su condición de autor celebrado por la crítica y los lectores, ¿hay algo qué le debe a Julio Cortázar? ¿Hay algún elemento, un recurso, una técnica, una temática, alguna inspiración que le deba a Julio Cortázar? ¿Hay algo cortazariano en su obra?

-Pues sí. Desde mi primera adolescencia yo hacía humor en periódicos liceístas y universitarios, pero había un consenso de los aburridos en que el humor no era literatura, en que la verdadera literatura debía ser funeraria, solemne, soporífera. Compré Historias de cronopios y de famas sin conocer en absoluto al autor, meramente fascinado por el atrevimiento del título, y desde entonces me convertí en adicto a Cortázar, y me reafirmé en la idea de que el creador debe hacer lo que le gusta, lo que le divierte. Alguna vez le comenté que había querido incluir en mi obra a un utopista venezolano, pero que me había contenido porque Julio había incorporado a Cefirino Piriz en La vuelta al día en ochenta mundos. Me animó a que lo hiciera, y así tuve licencia para incluir un relato sobre Ramiro Nava en La orgía imaginaria. Podría haber de cortazariano en mis garabatos el juego, la experimentación, la sonrisa, la fascinación por lo fantástico. Pero éstas herencias vienen también de Macedonio Fernández, de Vicente Huidobro.

-¿Qué es lo que más le gusta del quehacer creador de Julio Cortázar?

-La levedad. Cortázar acometió el cuento, la novela, el ensayo, el teatro y en ocasiones la poesía. Nunca es farrogoso, ni pretencioso, ni moralista.

COMPROMETIDO CON EL COMPROMISO

-Julio Cortázar fue un escritor comprometido, usted es un escritor comprometido. ¿Entre el compromiso de antes y el compromiso de ahora cuáles son las diferencias y coincidencias, si es que hay de ambas y en ambas?

-El compromiso antes, ahora y después, es siempre con la conciencia. De allí deriva la solidaridad con unas ideas, con un pueblo, con una clase social, con un partido. El compromiso es además explícito y abierto. Nada más patético que quienes dicen abominar del compromiso, y son beatos del neoliberalismo, de la banca, de los marines. En mi primera adolescencia fui nihilista, a los 18 años me volví marxista y lo soy antes, ahora y después, sin diferencias.

-A Julio Cortázar le achacaban algunos críticos que su palabra había perdido esplendor o fuerza toda vez que se identificó y asumió de manera más protagónica (caso Nicaragua) el rol de intelectual comprometido. ¿Cómo lo aprecia usted? ¿Puede establecerse algún parangón con usted?

-Vaya, qué esplendorómetro tan bien calibrado el que les permite medir que un texto tiene fuerza según que se lo haya publicado antes o después del compromiso con Nicaragua. Apuesto a que les muestras varios textos sin descubrirles las fechas, y no saben distinguir uno del otro ¿Pero acaso no era comprometido “Casa tomada”, uno de sus primeros relatos, que se refiere simbólicamente a una Argentina que obliga a sus habitantes a marcharse? ¿Los “famas”, retratados décadas antes de que insurgiera el sandinismo, no son una alegoría de los burgueses, atentos sólo al dinero, al provecho, a la rapacidad y al propio interés? Yo lo que observo es que la mayoría de los conversos no han vuelto a escribir nada que valga la pena desde que dejaron la izquierda.

-Es de suponer que se vieron, en calidad de amigos, muchas veces. ¿Puede contarle a los lectores alguna anécdota, un hecho, que recuerde usted y que los involucre a ambos?

-Un ser legendario no podía menos que dar ocasión a leyendas. Dijeron que sufría una enfermedad que le impedía envejecer. Lo cierto es que por alguna peculiaridad siguió creciendo toda su vida, en alma y cuerpo. Andaba con pantalones brincapozos, porque los que compraba al poco tiempo le quedaban cortos. Cuando estuvo en Caracas, Duccio D´Ambrosio nos grabó una larga conversación, en la cual de mutuo acuerdo evitamos hablar sobre literatura, y en cambio nos divertimos mucho divagando sobre cómic, cine fotonovela, boxeo y música latinoamericana. Cuando al fin pasé una temporada en París hacia 1980, Julio estaba tan grave que no pude verlo. En el texto de la que hubiera sido su última conferencia, que dejó por escrito, me confiere el honor de citarme in extenso. Hace un año tomé Un tal Lucas para releerlo, y cayó al suelo un papelito donde me había escrito de puño y letra su dirección en París: 1, Place du general Beuret.

CRÍTICA Y AUTOCRÍCTICA

-Julio Cortázar estuvo de visita en Venezuela para participar en un encuentro de intelectuales. ¿Cómo fue dicha visita?

-Justamente, fue en esa visita cuando le cedí mi puesto en un avión que iba para Mérida. Creo que hizo mejor papel en ese encuentro que el que jamás hubiera hecho un servidor. Yo había escrito una ponencia sobre “Los siete exilios del escritor latinoamericano”, y Cortázar era un exiliado de oficio, pero también un exiliado espiritual, un habitante de utopía desterrado en este Valle de Grimas.

-A veces pareciera que en el continente nos faltan hoy varios Julio Cortázar apuntalando en palabras, en ficción y reflexión, este maravilloso proceso que propone un cambio paradigmático de culturas y políticas. ¿Es así? ¿O es un tremendismo de nuestra parte? ¿Qué piensa usted?

-Seres como Julio siempre hacen falta. En épocas tremendas, para señalar como brújulas hacia las causas buenas, para construir imaginativamente futuros que no sean más de lo mismo. En las épocas felices, para encontrar la desazón del instante, la tristeza en la fiesta, las grietas de la eternidad. Pero tenemos muchos seres de ese corazón y ese calibre, en América Latina y en Venezuela. Basta saber escuchar y leer para descubrirlos.

-¿Existe una literatura revolucionaria? ¿Acaso no es toda literatura, per se, revolucionaria?

-Me gusta repetir que el talento es independiente de la ideología. Pero es verdad, incluso la literatura conservadora escrita con talento es revolucionaria. Balzac era conservador y monárquico; su terrible requisitoria de la burguesía francesa resulta más que revolucionaria. Dostoievski salió de su prisión en Siberia ortodoxo y zarista: su análisis de las humillaciones del alma del hombre bajo la opresión son reveladoras y tienen derivaciones libertarias. Sade escribió historias monstruosas, pero ellas denuncian cómo los nobles, los sacerdotes, los jueces devoran al resto de la sociedad, y esas narrativas escalofriantes preparan las revoluciones sicoanalítica y surrealista. La literatura contrarrevolucionaria es la mala. Hay mucho best seller, mucha autoayuda, que no pasa de chicle espiritual.

-A riesgo de que seamos considerados de un excesivo carácter especulativo: ¿se imagina a Julio Cortázar en este Proceso Bolivariano que se extiende, ineludiblemente, por todo el continente? ¿Lo imagina imbuido en él? ¿Qué nos diría? ¿Cuál cree que sería su visión de esta realidad?

-Cortázar sin duda hubiera apoyado al bolivarianismo, pues no me imagino un Julio escribiendo el decreto de Carmona o alguna otra perla del pensamiento de la derecha. Pero hubiera apoyado el proceso actual diciendo la palabra justa, escribiendo el libro necesario, el relato revelador, y quizá la crítica y la autocrítica indispensables.

T/ Rubén Wisotzki
F/ Archivo CO y cortesía