Por Chela Vargas| 27 / F: El fin de una falacia (Opinión)

Cuando en febrero de 1989, Carlos Andrés Pérez y su gobierno implementan el programa de ajuste dictado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), respondiendo a los mandatos del imperio y violando la soberanía, estaban seguros que saldrían triunfantes en su aplicación. La política de engaño, manipulación, exclusión y violencia que habían desarrollado durante 40 años así lo “garantizaba”. Esa “masa de tierruos, malandros e ignorantes”, era fácilmente dominada. Los discursos de los polítiqueros de oficio, de escribidores “bananeros” y de sus escuderos mediáticos habían contribuido espléndidamente a endiosar y venerar la sagrada democracia representativa que como dice Eduardo Galeano “…no era más que una cueva de ladrones que no hizo más que lastimar al pueblo”.

Amparados en esta falacia excluyeron al pueblo de toda participación política y defalcaron el erario publico para su beneficio. Su desprecio hacia la gran mayoría empobrecida, alimentado por su racismo-neoliberal, les aportaba la consistencia ideológica necesaria.

Habían construido un mundo elitésco, a espaldas de la historia y corroído por el pragmatismo y el individualismo. Aquí no cabía ni un ápice de sensibilidad humana. Por eso, cuando el pueblo reacciona en rebelión, no les tembló el pulso para ordenar la represión más atroz que hemos presenciado en este tiempo.

Así la describe el editorial de la Revista SIC: “…El objetivo no era controlar la situación, sino aterrorizar de tal manera a los vencidos que más nunca les quedara ganas de intentarlo otra vez. Era una acción punitiva contra el enemigo, no un acto de disuasión dirigido a conciudadanos. Había que lograr que los vencidos no tuvieran la experiencia de haber ganado una. Que esa semana se les clavara el fuego; no como el día en que se adueñaron de la calle y compraron sin paga, sino como las noches terribles e interminables en que llovían sin tregua las balas y se vivió agazapado en completa indefensión” .

El pueblo enfrentó la violencia del aparato estatal organizándose, juntando voluntades con la fuerza del optimismo, la solidaridad y su acostumbrado entusiasmo.

Fortaleció su organización para enfrentar al enemigo. Se organizaron centros de acopio y redes de atención solidaria y de distribución equitativa de alimentos y enceres.

El saqueo como expresa José Luis Vethencourt: “…adquirió francamente la fuerza de un botín que esta legitimado por las leyes no escritas, pero si ancestrales de la guerra. Se celebraron fiestas de triunfo en los barrios. En resumen, el pueblo suspendió, sin liderazgo especifico alguno, la norma penal que protege la institución de la propiedad y las leyes habituales del dinero. Después de todo, está claro que el pueblo tiene la potestad de suspender las reglas del juego, aunque sea momentáneamente”.

A pesar del dolor por los héroes caídos, el pueblo salió fortalecido. Había ganado una importante batalla. Desenmascaró al enemigo. El combo de pillos que le había marginado de toda participación política y social quedaba sepultado para siempre. Era posible ahora empezar a construir una sociedad de ciudadanos conscientes y capaces de convertirse en actores sociales constructores de los proyectos para lograr una vida digna.

Comienza aquí el proceso constituyente que permitiría dotar de su verdadero contenido el concepto de democracia. La democracia participativa y protagónica. Concienciados por esta situación y haciendo alarde de su sensibilidad social y humana un grupo de militares patriotas se rebelan el 4 de febrero. Allí se afianza la unidad cívico-militar. Se fortalece la lucha del pueblo y sus soldados en rebelión.

La síntesis histórica del pueblo-soldado y el líder indiscutible y necesario sellaron la marcha soberana de la Patria.

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