Apareció el petróleo y nos hicimos nuevos ricos. Nuestros gobiernos abandonaron el campo y por ende al campesino, que pasó a ser ciudadano de tercera, prescindible, puesto que todo el producto de su trabajo bien podría ser traído del exterior con la plata del petróleo, igual que las cocinas o los carros, artefactos de hierro construidos afuera con materiales sacados de aquí.
Nuestro maravilloso país de libertades se hizo país-mina, experto en explotar y exportar materias primas para luego comprarnos productos finales y darnos la comida en la boquita, creando la ilusión de la abundancia entre la clase media, dejando en el olvido a los empobrecidos, y rematando al país a las trasnacionales a través de minerales negociados a precios de gallina flaca.
Luego llegó Chávez y reivindicó en años de lucha todo lo que había sido humillado hasta ese entonces: el precio del petróleo, los derechos de los pobres, y muchas otras cosas. Volvimos a ser ricos, tiempos de vacas gordas y justas, abundancia para todas y todos. Y entonces, cuando tuvimos la oportunidad de aprender aquello que olvidamos, de ponernos a producir nosotros para nosotros, nos dedicamos a cantar y lanzarnos bacanales.
Hoy, cuando tenemos los precios del petróleo muy por debajo de lo que nos habíamos acostumbrado, estamos golpeados, como la cigarra de la fábula, que no aprovechó el buen tiempo para prepararse para cuando llegara el invierno.
Nada dura para siempre, ni lo bueno ni lo malo. Ojalá cuando vuelva la bonanza,que seguro volverá, invirtamos los esfuerzos y ganancias en soberaníasy productividad para el futuro. Mientras tanto, y ante la furia de esta guerra económica, ¡activemos los poderes creadores del pueblo venezolano, digno y revolucionario!