El “derecho de admisión” capitalista que tanto les gusta a los escuálidos

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B

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Un video, recientemente hecho viral por las redes sociales, da cuenta del bochornoso evento en el que una agente del Departamento de Policía de la ciudad vacacional de Myrtle Beach, en Carolina del Sur, Estados Unidos, conmina a un indigente a abandonar el local de comida rápida McDonald’s, y a dejar de ingerir los alimentos que le habían sido obsequiados por un individuo que pagó previamente por lo que el humilde hombre estaba consumiendo.

El repugnante hecho, publicado en la página del canal de noticias norteamericano Fox News (http://www.foxnews.com/food-drink/2018/03/01/video-homeless-man-kicked-out-mcdonalds-after-customer-buys-him-food-goes-viral.html), muestra la inflexibilidad de la funcionaria en su intento por hacer cumplir con el desalojo para el cual fue llamada por el personal de gerencia del local, a la vez que permite ver la conmovedora mansedumbre con la que aquel pordiosero trataba de explicarle que lo único que pretendía era ingerir un poco de alimento y abandonar el sitio sin causar problema alguno.

Como si las recurrentes masacres desatadas por afiebrados cultores del derecho al porte de armas en escuelas y centros comerciales no fueran suficiente. Como si el odio racial y el desprecio a los inmigrantes fuera todavía poco para esa sociedad enajenada por la codicia y el culto al dinero. La modalidad de segregación que comprende el impedimento al ser humano a desplazarse libremente por los espacios públicos por su sola condición de pobre es, sin lugar a dudas, el desbordamiento de la más demencial noción de supremacía clasista que puede imperar hoy en día en sociedad alguna, y que rige a la norteamericana en los términos del más inquebrantable dogma.

Contenidos por el temor al video que estaba siendo grabado, tanto la mujer policía como el personal de gerencia de McDonald’s aparecen claramente forzados a sobre actuar una exagerada pose de fingida mesura, imposible de ser auténtica ante el atropello a la dignidad humana que evidencia el solo hecho de haberse producido la llamada al cuerpo policial para que desalojaran del sitio al buen hombre, y que la policía la respondiera acudiendo de inmediato al lugar. “La intención es la que cuenta”, reza el dicho popular.

Yossi Gallo, autor del video y cliente del establecimiento quIen tuvo la bondadosa iniciativa de ofrecerle una comida a aquel pobre norteamericano, que solamente era culpable de haberse dejado ver en la vía pública igual que los millones que como él pueblan las calles de los Estados Unidos ante la inmisericorde y brutal indiferencia de los gobiernos de esa nación, fue enfático en aclararle a la oficial que el pobre no estaba cometiendo ningún delito, porque la comida había sido debidamente cancelada y que por hacer uso de las sillas dispuestas precisamente con la finalidad de servirle de comedor a los clientes el buen hombre no estaba faltando a ninguna ley o norma.

Finalmente, tal como lo dicta la lógica del capital, ambos hombres fueron desalojados del establecimiento sin argumento legal alguno que soportara el infame atropello y, por supuesto, sin aceptar bajo ningún respecto las protestas ni de Gallo ni del pordiosero.

Es así porque en el capitalismo la supremacía de clase, de raza, o de credo religioso o político, se ejerce de manera estrictamente vertical. Toda tendencia a la horizontalización de la sociedad en el capitalismo es una peligrosa desviación de carácter socialista que pudiera poner en riesgo no solo la estabilidad del sistema sino la supervivencia del mismo.

Por eso, mientras en la “justicia capitalista” todo expresidente ultraderechista debe ser siempre absuelto de toda incursión en delitos de cualquier naturaleza (ya sea con base o no en pruebas tangibles e irrefutables), todo líder popular progresista o de izquierda deberá ser condenado por esa misma “justicia” en la forma más inmediata, aun cuando no existan pruebas o evidencias ni siquiera medianamente creíbles, o juicios que las soporten.

Tal es el abominable caso que le ha seguido la “justicia” brasileña al expresidente Luiz Inácio Lula Da Silva por órdenes del dictador Michel Themer.

Y como pretende hacerle el confeso corrupto de Mauricio Macri a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina.

Para esos ilegítimos presidentes de ultraderecha, la dignidad de los millones de ciudadanos brasileños y argentinos que testimonian con su lealtad y su amor la rectitud y la honestidad de esos gigantes de las luchas populares en nuestro continente, como lo son Lula y Cristina, no tiene el menor valor ni la menor significación porque para la democracia representativa capitalista el pobre no es un actor social sino un lastre indispensable en la estructura del Estado burgués, donde el capitalista tiene que ser de manera invariable el escaño predominante y único beneficiario de la riqueza y del bienestar en la sociedad.

Jamás deberá el pobre pretender ascender en forma alguna en el capitalismo, porque eso quebrantaría la ley fundamental de la supremacía de clase, que no es otra que la de “a mayor pobreza, mayor distancia de los ricos”, como le escuché en alguna oportunidad a una encopetada dama del Country Club.

La sociedad, concebida como idílica por las élites hegemónicas que afloran y se consolidan en el modelo capitalista, es una entidad deslumbrante y pletórica de ilusiones y paradigmas de grandeza que trascienden la comprensión humana y calan en lo más hondo del alma de los capitalistas precisamente por esa cualidad ensoñadora y fantasiosa del modelo.

La fuerza de esa ilusión es la que lleva a los “ofendidos” del exilio venezolano en Miami a indignarse porque alguien use aquí las mismas expresiones que ellos usaron desde siempre contra el oficio de lavar pocetas, para preguntarles por qué razón se vanaglorian hoy en los Estados Unidos de llevar a cabo exactamente esa misma labor de la cual denigraron toda su vida en nuestro país, y que los hace ahora embarrarse de excremento gringo con el más exquisito placer por el solo hecho de tratarse del dulce detritus de quienes ellos veneran como supuestos arquetipos de sociedad desarrollada.

Reciben en promedio una paga de dos dólares por poceta y se creen el cuento del ascenso social en una sociedad que no tolera el ascenso de aquellos que considera marginales, mucho menos si son latinos, porque comparan el valor de ese papel inorgánico que allá sirve de moneda con el costo demencial de los productos en Venezuela que ellos mismos han elevado artificialmente con su criminal empeño de años en hacer de Dólar Today el arbitrario marcador oficial del tipo de cambio de la divisa en el país.

Por ineptos, no vislumbraron nunca que la inflación por ellos inducida terminaría siendo una inexorable espada de Damocles sobre su cabeza. Es decir, que su demencial y estúpida ecuación terminaría en la práctica sin tener sentido alguno, tal como lo vemos hoy en la comercialización de todo tipo de productos en el país, porque… ¿Qué sentido tiene obtener cada vez más bolívares por dólar, si a la par obtienes cada vez menos productos por bolívar?

Es estúpido presentar como triunfo la sobrevivencia a base de propinas cuando argumentaste que te ibas al paraíso de las oportunidades a desarrollarte como científico o como empresario prominente porque allá supuestamente sí se reconocía el valor del talento humano, y luego nos vengas con que el único reconocimiento posible es el de la aptitud para un trabajo que en ese país nadie quiere hacer mientras considere que haya quien por unos cuantos centavos no tenga problema alguno en hacerlo.

Eso no es éxito.

En ese país el éxito es el del gringo que se hace millonario a costa de explotar latinos.

Que no te maten a un hijo en la escuela en las prácticas cotidianas del tiro libre callejero que su tercera enmienda constitucional consagra.

Que no asesinen a tu esposa en un centro comercial por la misma lotería de la balacera loca.

Que no te maten a un hermano porque un policía descubrió que era negro.

O que no te maten a ti mismo, porque entraste a comerte una hamburguesa en cualquier McDonald’s sin ver el denigrante aviso capitalista de “Se reserva el derecho de admisión”.

Aviso parecido a aquel que había en todos los restaurantes en Venezuela antes de llegar la Revolución Bolivariana con su propuesta profundamente humanista de inclusión y de igualdad social, para permitir que por primera vez en nuestra historia los restaurantes se llenaran de pueblo.

@SoyAranguibel
F/Cortesía
Caracas