Bolívar, de niño respondón, hiperquinético y ardiente a libertador de un continente

El domingo 24 de julio se cumplen 239 años del natalicio de, quizás, el hombre más importante en 500 años de historia americana, el caraqueño Simón Bolívar, a quien se le reconoce la proeza de liberar cinco naciones, acabar con un imperio, y cuya obra, ejemplo y pensamiento, continúan inspirando las luchas de los pueblos oprimidos de América y de otras partes del mundo. Bolivia en su honor lleva su nombre y Venezuela, su patria, a partir de la Constitución de 1999 se hace llamar “República Bolivariana”.

Desde que Hugo Rafael Chávez Frías asumió el poder en Venezuela en 1999, la figura, pensamiento y obra de Simón Bolívar, se convirtieron en acicate del proceso revolucionario de cambios que vive nuestro país. Chávez lo sacó de la gaveta y le quitó el camuflaje en que lo mantuvieron los dueños del poder desde su muerte en 1830, además lo bajó de las estatuas y le mandó a construir un anexo en el Panteón Nacional, donde estuviera solo, aparte de algunos de los traidores que empañaron su nombre y su gloria, tanto en los aciagos días de 1830, como en los años siguientes.

Un hecho que demuestra que para la burguesía y el estamento político venezolano Bolívar era una figura incómoda y casi decorativa, lo testimonia el golpe de abril de 2002, cuando su retrato fue lanzado a uno de los baños del Palacio de Miraflores y su retrato digitalizado, junto al rostro de Hugo Chávez, fue sacado del Palacio Federal Legislativo luego de que la extrema derecha política tomara el control de la Asamblea Nacional tras su triunfo en los comicios de 2015.

Chávez, profundo conocedor de la obra de Bolívar y que citaba de memoria pasajes de su vida, discursos y proclamas, se refería a su figura nombrándolo como “Padre”, sobre todo en los discursos pronunciados en el Panteón Nacional, en los actos del 24 de julio y 17 de diciembre.

Ante las interrogantes que durante muchos años se tejieron en torno a la o las causas de la muerte de Bolívar, incluso conjeturas sobre si fue envenenado, el presidente Chávez ordenó exhumar sus restos. Se extrajeron micropartes de sus huesos, que luego fueron examinados con técnicas modernas. La evaluación científica determinó que los restos pertenecían al Libertador, cuestión que había sido puesta en duda. No se logró determinar la tesis del envenenamiento ni la preeminencia de alguna enfermedad en la causa de la muerte. Chávez mostraría después un rostro digitalizado de Bolívar hecho por expertos con técnicas modernas.

El Comandante hablaba con devoción de Bolívar y recitaba de memoria el poema de Pablo Neruda “Un canto para Bolívar”:

“PADRE nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire

de toda nuestra extensa latitud silenciosa,

todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,

el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,

la patata, el salitre, las sombras especiales,

las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,

todo lo nuestro viene de tu vida apagada,

tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,

tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre”.

El poema concluye en una conmovedora estrofa recitada con ardor por el Comandante:

“Yo conocí a Bolívar una mañana larga,

en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,

Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?

Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:

«Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo».

Por Caracas

La Caracas en que nació y se crio Bolívar era para entonces una aldea tropical de 35.000 habitantes, según reseña Augusto Mijares en su obra El Libertador. Señala Mijares que otras dos circunstancias le daban aquel encanto y la transformaban milagrosamente a los ojos de cuantos entonces la visitaron: la belleza de la naturaleza y el excepcional florecimiento que en aquellos tiempos habían logrado la cultura criolla y la vida caraqueña.

Al describirla detalla que el privilegiado valle de Caracas logra unir a la opulencia que es característica de la fauna y de la flora tropicales, el dulce clima que la frescura de la montaña le procura. Afirma que más que un valle es un repliegue-una florida cuenca- del macizo montañoso que la protege, el cual se levanta al norte de la ciudad, y separándola del mar, hasta 2.600 metros en la silla del Ávila.

“Más frecuente y más preciado por los caraqueños es el viento del este. Seco y sedante, llega cargado con la frescura y el perfume que recoge en sus largo recorrido al hilo de la montaña, entre los cafetales, los “tablones” de caña de azúcar y los huertos de naranjos, guayabos y mangos que hacia esa parte del valle se prolongaba por más de dos leguas”, señala Mijares, quien menciona además las aguas que la cruzaban: el Guaire, de limpio caudal, al sur, y tres riachuelos- el Caruata, el Catuche y el Anauco- la atravesaban desde el norte y le traían el agua de la montaña”.

Pero el orgullo de los caraqueños en su montaña, el Ávila (hoy Warairarepano), sereno y sonriente, abuelo tolerante para las graciosas nubecillas que le cuelgan blancas barbas.

Bolívar nunca olvidó su ciudad natal ni a Venezuela, incluso en los momentos más tristes de su vida.

Apunta Mijares que en 1825, en carta para su tío Esteban Palacios le dice que por la llegada de este a la patria y la evocación de Venezuela que le sugiere, “todo lo que tengo de humano se removió ayer en mí”.

Al marqués del Toro le escribe: “Mi querida Venezuela que adoro sobre todas las cosas”.

En carta también de 1825 le dice al general Mariano Montilla, resalta Augusto Mijares: “… Mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará hasta las márgenes del río de la Plata, mil leguas alcanzarán mis brazos, pero mi corazón se hallará siempre en Caracas”.

Al general José Antonio Páez le señala en una carta de 1826: “En el día no tengo más mira que servir a Venezuela; demasiado he servido a la América; ya es tiempo de dedicar a Caracas todo mi conato, toda mi solicitud; por Caracas he servido al Perú; por Caracas he servido a Venezuela; por Caracas he servido a Colombia; por Caracas he servido a Bolivia; por Caracas he servido al Nuevo Mundo y a la libertad”.

En agosto de 1829 se refiere a la ignominia que lo agobia y asegura: “Ni Colombia no puede ser servida por un desesperado, a quien le han roto todos los estímulos del espíritu y arrebatado para siempre todas las esperanzas”.

Sin embargo, cuando tiene que referirse a los venezolanos que lo ofenden, detalla Mijares, Bolívar escribe: “Diré, no obstante, que no les aborrezco, que estoy muy distante de sentir el deseo de venganza, y que ya mi corazón les ha perdonado, porque son mis compatriotas y, sobre todo, caraqueños…”.

El niño Simón

De la infancia y juventud del futuro libertador, estudiada con avidez por historiadores, escritores y cronistas, se dice a grandes trazos que tuvo una niñez difícil y enredada, en parte derivada de su carácter rebelde. Su padre, don Juan Vicente de Bolívar y Ponte, murió en enero de 1786 y su madre, doña María de la Concepción Palacios y Blanco, falleció seis años después. A los nueve años, Bolívar ya era huérfano de padre y madre. Al quedar sin padre ni madre, la tutela de los dos hijos varones, Simón y Juan Vicente, pasó a manos de su abuelo don Feliciano Palacios y Sojo, quien muere en diciembre de 1793. Así el niño Simón es puesto bajo la tutela de don Carlos Palacios y Blanco, hermano del “tío Esteban”, quien se encontraba en España y no pudo encargarse de la custodia de su sobrino.

Don Carlos era un hombre de estrecha mentalidad y carácter duro y tosco, a tal punto que el niño se fugó de la casa y se fue para el hogar de su hermana María Antonia. En Caracas se armó un lío y se abrió un juicio. Se ordenó que se le internara, pero al final, luego de enfrentamientos y peleas entre familias, el niño Simón aceptó volver a la casa de don Carlos.

Bolívar y Rodríguez en una de sus tardes de estudios

De los maestros que tuvo Bolívar en aquellos años se menciona a Andrés Bello, al padre Andújar, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez, a quien se le considera el verdadero maestro por su influencia en la formación de la personalidad del niño. Bolívar lo reconoció en varias cartas.

En un escrito del doctor Rodrigo Fiallo Cobos, médico e historiador ecuatoriano, se detalla que sus propios familiares, preceptores y extraños, lo tildan de inquieto, inconstante, voluntarioso, audaz, hiperquinético, malcriado, caprichoso, testarudo, insufrible, respondón, totalmente distraído y falto de interés para el estudio, ante el cual su espíritu de niño sistemáticamente se rebelaba. El dictamen de sus maestros era que el muchacho era un caso perdido, incapaz de aprender, carente de juicio e incapaz de grandes cosas, al cual, en el mejor de los casos, debía dedicársele a la administración, producción y cultivo de las vastas posesiones que le heredara su padre en San Mateo y Aroa.

Fue Simón Rodríguez, lector del Emilio, de Juan Jacobo Rousseau, y de los enciclopedistas franceses, quien al poner en práctica las nuevas doctrinas formativas logra encauzar la energía volcánica de aquel niño inquieto.

“Encargado de la educación del joven Bolívar, con una inteligencia amplia y despierta a las nuevas ideas, imaginación ardiente y pintoresca, corazón lleno de fuego, don Simón era el tipo ideal para trazar sendas en la vida del nuevo Emilio que acababa de confiársele”, señala Cobos.

Sin embargo don Augusto Mijares en su obra desmonta las apreciaciones tejidas en torno al carácter díscolo y las turbulencias infantiles de Bolívar.

“Para desengaño de unos y otros, dice Mijares, Bolívar, según la documentación que actualmente poseemos, fue un niño común y corriente-normal hasta en sus ocasionales rebeldías…, aunque ya desde sus primeros años, ardiente y tenaz”.

Jerónimo de Uztáriz

Pero es en España, en casa del marqués Jerónimo de Uztariz y Tovar, nacido en Caracas en 1735, donde Bolívar se dota de una gran cultura gracias a los consejos y la influencia de este hombre virtuoso y sabio que, cuyos antepasados, al igual que los Bolívar, eran originarios del País Vasco.

“Mentor de Simón Bolívar en Madrid (1800). El Marqués lo puso en manos de severos profesores y no excluyó maestros de danzas, de esgrima y equitación. Simón se encariñó pronto con Jerónimo de Ustáriz, a quien consideró uno de los siete sabios de Grecia… El joven que ya empezaba a sentir la pasión de aprender y sobre todo de charlar, pensaba y decía: ‘Qué más se aprendía conversando con el Marqués que en la obra de los sabios’. Esta veneración por el anciano la tuvo Bolívar hasta el final de su vida”, señala Cobos.

Agrega que Simón continuó los estudios truncos de matemáticas y de idiomas vivos y a estos se agregaron otras disciplinas: la filosofía, la literatura, la historia. Bolívar, que había empezado a conocer los clásicos de la antigüedad, se convirtió en un erudito. De igual manera filósofos, historiadores, oradores, poetas y los clásicos modernos desfilaron por sus azorados ojos, sin poder saciar su curiosidad y sed de conocerlos a profundidad.

“Con el ardor casi febril que siempre lo caracterizó, y puso en todas las empresas que había de acometer, se dedicó Simón al estudio, y como tenía, y tuvo siempre una prodigiosa memoria, inteligencia clara y voluntad inquebrantable, asimiló una cultura inmensa y lo que es mejor, contrajo para siempre el hábito de leer. Desde entonces data la verdadera base cultural de Simón Bolívar… Jerónimo de Ustáriz, incrédulo, a su vez casi no reconocía al discípulo disipado de pocos días antes, que encerrado en sus habitaciones o en la mal alumbrada, pero bien dotada biblioteca, que poseía el Marqués, leía con avidez y cultivaba su mente. Los estudios los alternaba con las clases de baile, esgrima y equitación”, indica Cobos.

Ustáriz, además, lo indujo al conocimiento directo de buenos autores y a conversar con él sobre aquellas lecturas; le enseñó a amar las grandes obras del espíritu humano y a discutir ideas.

T/Manuel Abrizo
F/Archivo CO