A tres años de los 43 de Ayotzinapa

POR: JOSÉ LUIS AVENDAÑO C.

Alainet/México

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Quiero que termine este mes. Que llegue, ya, octubre, aunque éste posee su propia estela de tragedia: falta un año de los 50 de la masacre de Tlaltelolco, en el parteaguas que es el 68; el medio siglo de la muerte del Che, en Bolivia, quien desde antes había entrado en la historia latinoamericana, y se convirtió en leyenda viva y ejemplo para los jóvenes en su búsqueda del hombre nuevo.

Hoy, 26 de septiembre, se cumplen 36 meses, tres años, en que desaparecieron 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, y fue desollado otro más, en Iguala, Guerrero, cuando iban de paso, camino a la ciudad de México para asistir a la marcha del 2 de octubre.

Un tiempo dilatado, que parece ser de tres siglos, sepultado por la verdad histórica oficial. Como sucede con otros tiempos, desde la llamada guerra sucia de la década de los 60, como a otros muertos y desparecidos, se los tragó la tierra, en medio del silencio de la impunidad. Y aquí no pasó nada.

¡Qué falta nos hacen hoy, en este tiempo revuelto de crisis, huracanes y sismos, para que los 43, con sus brazos, mentes y corazones, se unieran a los otros cientos y miles de jóvenes que, mano a mano, codo a codo, se unen en las tareas de rescate y reconstrucción no sólo de una ciudad y de un país, sino de la construcción de un mundo mejor, como le dijera el comandante Ernesto Guevara a Salvador Allende, quien en este mismo mes de septiembre de 1973 también cayó, defendiendo ese mundo mejor.

Este mundo mejor, que recordó también el Che, horas antes de su muerte, en la última carta a sus padres; carta en la que no terminó citando a Marx, sino a El Quijote. El único que, al parecer, vivió la utopía.

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