«Accidentado» periplo e incertidumbre o la muerte : Migrantes centroamericanos huyen de pobreza y violencia

A doña Ana Martínez, confinada en una silla de ruedas por padecer una neuropatía progresiva, la fueron a ver por segunda vez los mareros de la MS a su casa en Tela, costa atlántica hondureña. «Ahora sí, entréguenos al nieto». Negarse significaría el asesinato de toda la familia.

El chico de 13 años –no citaremos su nombre– era alumno de excelencia. Fue la segunda advertencia, amenaza disfrazada en consideración a la condición de Ana. Eso fue un lunes. El martes toda la familia –tres varones de 13, 8 y 3 años, papá, mamá y abuela — ya habían abandonado su casa, sus empleos, sus vidas.

El miércoles ya atravesaban la frontera con Guatemala, el viernes cruzaban el Suchiate y recalaban en la Casa del Migrante Scalabrini, conocida como el albergue Belén, en Tapachula. Ese mismo día metían todos los papeles necesarios ante la oficina de la Comisión de Ayuda a Refugiados (COMAR) pidieron refugio a México. Sus chances, en ese momento, eran de una entre diez.

¿Y ahora?

Roxana Martínez, hija de Ana, sentada frente al albergue, mira angustiada cómo llegan centenares de migrantes del éxodo al «Belén» y vuelven a recoger bultos y chamacos para irse donde vinieron cuando comprueban que ahí ya no hay lugar para ellos.

Si antes del éxodo la respuesta de COMAR a quienes piden la protección del Estado mexicano era ya tan magra –en 2017 pidieron refugio 2476 hondureños, solo lo obtuvieron 1007– ¿qué posibilidades tienen los solicitantes anteriores, ahora que el gobierno mexicano ofrece a los más de 7000 caravananeros como única opción de regularizar su tránsito por México pedir refugio a través de COMAR?

La duda de Roxana pega duro en el corazón de Celvin Alvarado y su esposa Mercedes. Si para los de Tela la cosa es difícil para ellos, procedentes de Cortés, es peor. Él es dirigente de la Coordinadora de la Plataforma Campesina de una empresa que cultiva palma. Cuatro miembros de ese gremio ya han sido asesinados. Él ha sido amenazado incontables veces. Hasta que recientemente, regresando en moto a su casa, con uno de sus hijos atrás de él, el niño le gritó: «Acelera». Dos sicarios venían atrás, uno ya les apuntaba.

De inmediato la familia huyó. Al día siguiente, una banda paramilitar ocupó su casa. Se refugió en la región de Atlántida y hasta ahí lo fueron a buscar. Se escondió en San Marcos, Guatemala, hasta que la organización humanitaria le dijo que no podía mantenerlo más. Así fue como llegó al «Belén», apenas un día antes de que lo alcanzara la oleada gigante compatriotas. Como a la familia de Tela la duda no lo deja dormir: «¿Vamos a alcanzar refugio? ¿Y si no?».

Otro compatriota, Marlan Noé, ya sabe lo que siente recibir el rechazo de COMAR. Él inició su trámite hace cuatro meses y no fue aceptado. Lleva viviendo cuatro meses como indocumentado en México. «No es porque quiera. Es porque no tengo de otra». Ahora, lleno de incertidumbre, ha iniciado un proceso de apelación al resolución negativa de COMAR con las asistencia legal del Servicio Jesuita.

FyF/La Jornada