Por Hildegard Rondón de Sansó|Aceptación y culpa (Opinión)

Vi una película denominada Julieta, que parecía intrascendente ¡Claro que no podía serlo, si se atiende a que su dirección y ejecución correspondió a Pedro Almodóvar! Ella pone el acento sobre dos de los elementos esenciales de nuestra sociedad en tránsito de transformación, esto es, de una sociedad doméstica, primitiva, a una sociedad ultra desarrollada.

Los valores que aun permanecen en ella son los de la aceptación y el de la culpa.

El de la aceptación es el fruto de la ancestral sumisión de la mujer a los intereses de los hombres que aquí se pone de manifiesto, incluso, en situaciones diferentes a aquellas en que el principio apareció, esto es, en el momento de la total sumisión de la mujer por ser mas débil y no constituir un instrumento de producción sino de uso y consumo. Actualmente sigue presente en el predominio político y general del hombre.

El segundo valor deriva de los conceptos de la sociedad encerradas en estigmas religiosos inalterables, específicamente entre nosotros, de los derivados del catolicismo, que tienen como esencia el de la culpa. Nuestra fe se basa esencialmente en el “pecado”, que no es otra cosa que la culpa, que está presente desde la creación misma del hombre, cuando la pareja creada incurre en la culpa de la desobediencia, en la soberbia, en el contacto sexual, en lo prohibido. Esta culpa va a ser inseparable a la acción del hombre, hasta la “redención” que va a ser realizada por el hijo de Dios que, para lograrla, tiene que sacrificar su propia vida bajo las peores penas y los mas crueles tormentos.

Pues bien, la película de Almodóvar al hablarnos de la aceptación, nos coloca ante el clásico esquema del triángulo: marido-esposa y amante, en el cual la segunda, acepta a la tercera sobre la base de los eternos justificativos que han servido a los hombres para afianzar su predominio. Allí está la esposa envejecida, enferma, casi incapacitada, que es atendida por la exuberante joven inmigrante que no conoce el idioma pero conoce muy bien el que se expresa con la risa, con la alegría, con el trabajo hecho en forma de juego.

Claro, todo eso coloca el contraste entre la mujer que declina y la mujer que se abre a la vida, lo cual para un hombre en ese medio-camino en el cual tiene que demostrarse a sí mismo su fortaleza, hace que la escogencia sea clara y absoluta. Mientras tanto la sociedad constituida por pocos elementos, pero siempre presente, crítica y vigilante, acepta la situación “justificando las razones que la determinaron”. Esta justificación llega hasta los hijos, los amigos y la esposa misma.

Al lado de este primer valor que está fielmente expresado en las escenas de la joven inmigrante con el cabello al viento que cava la tierra al lado del hombre maduro pero que quiere demostrar su propia fuerza, lanzando las semillas en los surcos.

El segundo valor es mucho mas severo, amargo y aunque parezca mentira, mas difícil de vencer que el anterior y es el de la culpa. Nuestras bases religiosas están fundadas en la culpa y el perdón; en la culpa y en la redención; en la culpa y en el castigo.

En esa dualidad de terribles sentimientos se forja la trama de la película que, naturalmente, por ser almodovariana no podía darte una respuesta ni una solución, sino que te deja el interrogante de qué es lo que puede pasar con la próxima generación

Un cineasta genial como Almodóvar puso así el acento en lo que es el centro y núcleo fundamental de los temas que pesan sobre la sociedad española, heredadas por la nuestra, la Iberoamericana.

sansohildegard@hotmail.com
Caracas