Por Carolina Escarrá Gil|Alas de dependencia (Opinión)

Cuando le hablo a mis estudiantes sobre la globalización, normalmente, hago hincapié en el Complejo Militar-Industrial que ha tomado mucha fuerza en Estados Unidos y sus aliados más cercanos en relación con el aparato armamentístico, incluyendo los centros de inteligencia y de pensamiento; los medios de comunicación eunucos al mejor estilo de la novela de Orwell; los lobbistas adinerados o enchufados; los espacios de toma de decisión con representantes clientelares; las empresas armamentistas que incluyen los desarrollos científicos de «importantes» universidades y, por supuesto, los bancos y sus intereses, que reproducen transacciones financieras especulativas.

Estas transacciones están en la médula del sistema implementado por los organismos que derivaron de los acuerdos de Bretton Woods (Julio/1944) y tergiversado en gran medida o, mejor dicho, exacerbado por el individualismo salvaje como la enfermedad más terrible del propio capitalismo: no existen los intereses difusos y colectivos y muchísimo menos orientados bajo un principio de máxima suma de felicidad social, sino lobos del hombre al mejor estilo de lo descrito en The Leviathan.

Lo que conocemos hoy en día como fondos buitre que acechan a los pueblos en desarrollo, y más específicamente a Argentina, no es más que transacciones sobre transacciones de bonos de la deuda argentina, adquiridos por un lobo buitre sediento de sangre verde sin importar destruir un país que se ha vuelto peligroso para el Tío Sam, desde que le dijo ¡No! al ALCA, que incluso fue invitado a participar en la Cumbre de los países Brics, y forma parte de varios mecanismos de integración regionales y mundiales que han demostrado su solidaridad con el pueblo argentino.

Lo que sucede con el pueblo de Juan Domingo Perón, me recuerda la caída del Banco Latino y otros bancos en los años 90; aquel refinanciamiento de la deuda que hizo Carlos Andrés Pérez y las imposiciones y condiciones en que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) nos sumían en su espiral de «dependencia», obligándonos a armonizar legislaciones; modernizar procesos que facilitarían el espionaje; o simplemente reestructurar una deuda teniendo que aceptar ceder soberanía y autodeterminación de los pueblos, lo cual en derecho internacional debe estar por encima del principio de extraterritorialidad de la ley que se está aplicando.

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