“¡Allá va el narcoestado!”

OPINIÓN

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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Estados Unidos no combate en verdad el narcotráfico, sino que lo coordina”

Hugo Chávez

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En el cine, la narrativa de la fascinación y el entretenimiento no ha sido jamás la figura fundamental del relato, sino que ha sido la narrativa (violenta, cruda o candorosa) la que ha estado en todo momento al servicio de ese propósito alienante que se ha trazado el imperio norteamericano para permear de una manera sutil y sugestiva entre la gente su dogma de la dominación a la que se considera predestinado.

El todo eso, el ser humano cumple una función de complemento necesario, que desempeña más el papel de “objetivo estratégico” para el capitalismo, que de “público” o de simple “espectador”, como lo presenta la industria cinematográfica para ocultar la barbarie mediática que hay detrás de la pantalla.

Siendo el ser humano el elemento central de esa narrativa, la intensiva promoción a través de la pantalla de hábitos de consumo con mayor potencial de masificación, como el cigarrillo o las bebidas alcohólicas, apareció entonces como una de las áreas de oportunidad más rentables para la economía norteamericana. Convertir a la sociedad en consumidora empedernida de esos vicios sin importar el daño que le causaban a la misma, venía a ser para el capitalismo una inestimable mina de oro, a la que se abocó por más de medio siglo de manera ininterrumpida a través de las más cuantiosas inversiones en publicidad (directa, subliminal o por emplazamiento) tanto del cigarrillo como del licor, en todas y cada una de las películas que se filmaron no solo en los Estados unidos sino en el mundo entero. La caja roja y blanca del cigarrillo Marlboro, no dejó nunca de aparecer en pantalla como el más infaltable y encantador paliativo de las angustias de toda índole para el ser humano, sin importar cuál fuese el tema o la historia que se narrara.

Pero, alcanzando ya el primer cuarto del siglo XXI, y después de más de siete décadas de la asfixiante presencia del cigarrillo convencional en el cine, ahora lo que fuma todo el mundo en pantalla es mariguana.

La mariguana es apenas una de las decenas de drogas que consume de manera masiva la casi totalidad de la población norteamericana en todos sus estratos, sin distingo de clase social, raza, credo u orientación sexual, convirtiéndose, principalmente gracias al cine, en el hábito más extendido en Norteamérica, país donde el consumo, ya sea por razones medicinales o simplemente recreativas, se ha legalizado en la casi totalidad de los cincuenta estados que lo integran, alcanzando la dudosa honra de poseer la más alta cifra de consumo de estupefacientes en el mundo, elevando consecuencialmente el número de muertes por sobredosis en ese país por encima de las siete mil personas al mes, según ha reconocido el propio presidente Donald Trump.

¿Qué pasó entonces en esa sociedad, que desde hace tanto tiempo se jactó de perseguir implacable y sin contemplaciones como ninguna otra el tráfico y el consumo de estupefacientes, para convertirse en la más adicta al consumo de drogas en apenas tres o cuatro décadas?

Simplemente que hacía falta una nueva (y más segura y rentable) fuente de generación de riqueza que ayudara a paliar la caída de un modelo económico agotado, como lo es el capitalismo, cuya dependencia del férreo sistema bancario convencional (con controles cada vez más a la vista de los organismos del Estado, así como los crecientes pasivos fiscales y laborales que le obligan) ha terminado por hacer cada vez más inviable la creación de fórmulas alternativas de multiplicación para el capital. En sociedades cada vez más empobrecidas precisamente por efecto del explotador modelo capitalista, el consumo no es ya aquella fuente inagotable de dinero que fue en otros tiempos.

La lógica de la especulación bursátil (concebida por el capitalismo para abrirle espacio a las grandes corporaciones más allá de las limitadas posibilidades de expansión del capital que le ofrece el agotado modelo bancario existente) así como el exponencial incremento del rédito a través de figuras como la corrupción (ideada y practicada por la empresa privada como medio para elevar sus ganancias de forma súbita) o de los “paraísos fiscales” creados para satisfacer también a bajo costo la insaciabilidad de los sectores oligarcas, no fueron suficientes para responder a la dinámica depredadora que su modelo genera a partir de la filosofía de la acumulación que le es inherente.

Para eso, nada mejor y más oportuno que la inmensa fortuna que es capaz de generar una poderosa industria como la del narcotráfico, basada en la precaria estructura de producción y la mano de obra barata de las redes delictivas que la conforman, usualmente asentada en territorios de vocación narco productora cuyas barreras legales y de soberanía cedan fácilmente al poder de la economía paralela que ella crea, como Afganistán y Colombia, por ejemplo, y que no necesita rendir cuentas a ningún sistema económico o financiero sino al dueño del ejército que la controle. Por eso el cine la promueve tanto.

Si además de ello, y en virtud del carácter altamente improbable que es para la sociedad comprobar si lo que dicen los medios es cierto o es falso, existe la posibilidad de sembrar en la mente de la gente aquellas ideas que, asociadas a la satanización de la droga (tal como fue construido inicialmente el discurso antidrogas cuando su consumo era usado principalmente como excusa para la segregación contra los afroamericanos y los inmigrantes mexicanos) sirven para perseguir a los enemigos del capitalismo acusándoles de narcotraficantes según convenga en cada oportunidad a la estrategia de la dominación, entonces el negocio será todavía mucho más provechoso para el imperio.

Faltaría aquí mucho espacio para tratar la forma en que esa mediática al servicio del capitalismo estigmatizó de manera interesada y sin fundamentos científicos valederos a la mariguana para convertirla en falaz instrumento de segregación. Exactamente la misma manera en que esa mediática utiliza hoy su “cultura” anti drogas para acusar a los gobernantes de aquellas naciones que no se plieguen a los intereses del imperio, convirtiéndolas antojadizamente en narco Estados sin aportar, por supuesto, prueba alguna que sustente de manera consistente y comprobable la infame especie, sino apoyándose en la lógica de la imposición de matrices de opinión llevada a cabo por los medios.

Erigidos en jueces absolutos de la sociedad, los medios de comunicación no necesitan aportar pruebas de sus acusaciones contra nadie, precisamente porque su área primordial de experticia es el manejo de la realidad virtual, en la cual el rol de los actores sociales se asigna de acuerdo al gusto y la conveniencia del dueño del circo, en este caso el imperio norteamericano, que hoy necesita aparecer ante el mundo como el líder de una lucha antinarcóticos que en realidad lo que busca es elevar el precio de la droga en el mercado y saltarse el derecho internacional como le venga en gana.

Algo que tendría que ser inequívocamente contradictorio y hasta escandaloso en boca de la nación que más promueve y estimula el consumo y la legalización de las drogas que dice perseguir, pero que en el mundo en el que vivimos no causa ni la más mínima extrañeza gracias precisamente al embrutecedor trabajo de medios de comunicación que presentan a esa, la mayor potencia bélica del planeta, imponiéndose mediante el uso de las armas sobre países a los que diezma sin la menor conmiseración a la misma vez que pontifica por libertades y derechos que a nadie le respeta, pero por los cuales puede darse el tupé de perseguir y satanizar a su antojo a quienes en efecto sí luchan por la verdadera redención de los pueblos oprimidos del mundo.

Es el mundo que mira a un timador gritar en plena carrera por la calle ¡Allá va el ladrón! a sabiendas de que es toda una farsa para perderse entre el tumulto, y que en vez de obstaculizarlo de alguna forma le cede el paso para facilitar su fuga.

Hoy, en la guerra de difamación y de mentiras que el imperio norteamericano disemina contra Venezuela, lo que grita el ladrón es… ¡Allá va el narcoestado!, cuando el mundo sabe que en realidad el verdadero imperio de las drogas es ese que difunde falsedades a los cuatro vientos para acusar a otros de manera injusta y arbitraria.

Solo que esta vez quien se erige como una gran muralla en su camino es el aguerrido y valeroso pueblo venezolano que se le plantará siempre de frente a ese, y a cualquier otro imperio criminal, para gritarle con Chávez y Maduro…

¡NO PASARÁS!

@SoyAranguibel