Almagro, soldado de Pizarro

Por Jorge Mansilla Torres

  • ANÁLISIS INTERNACIONAL

Mandón  en la guerra de la Conquista (1530), Diego de Almagro  fue un operador de Pizarro para arrasar  pueblos originarios, destruir culturas y apoderarse de todo el oro posible.  Su ferocidad duró tres años porque los pizarristas lo mataron de fea manera acusándolo de traición, dado que el Tuerto (tenia ese faltante) se dio a mirar solo de su lado para asaltar y despojar.

Descubridor y primer gobernador de Chile, Almagro dejó funesta escuela y con su apellido se cometen hoy estragos en la OEA. El magro (sic)  que la dirige tiene ojos solamente contra Venezuela y su alta dignidad.

Pero, más que del almagrismo en boga, quisiera ocuparme de la OEA, esa sirvienta imperial que a Bolivia le sirve para maldita la cosa. De nuevo me hago la  pregunta de hace 38 años: ¿De que nos sirve permanecer en la Organización de Estados Americanos?

En 1979 Bolivia fue sede de la IX Asamblea General de la OEA y el 31 de octubre se aprobó una resolución en favor de la causa marítima -“recomienda (a Chile) dar a Bolivia una conexión libre y soberana al mar Pacifico”-. Esa declaración que fue suscrita por 25 países, nadie en contra y dos abstenciones (Chile y Paraguay),  fue una victoria diplomática trabajada por el excelente canciller nuestro, Gustavo Fernández Saavedra, portavoz de ese otro gran boliviano que fue don Wálter Guevara Arze, a quien tuvimos de presidente por  escasos tres meses.

El golpe de Estado del canalla Natusch Busch,  que ocurrió  en Todos Santos, frustró la proyección  de aquel primer triunfo diplomático boliviano porque la OEA huyó  del país ese mismo día dejándonos en la sangrienta calamidad del fascismo.

Con Ana María de  Campero, ministra de Informaciones de aquel efímero gobierno, lamentábamos los periodistas que la OEA no se hubiese ungido entonces, estando aquí en La Paz, en el instrumento de defensa de la democracia y los derechos humanos (como busca hacer  hoy ridículamente en Caracas del lado de los golpistas). Aquella histórica resolución por  la causa marítima de Bolivia se quedó en el papel, para siempre.

¿De qué nos sirve la OEA?, dijimos esa vez. ¿Por qué  no nos salimos de ella?, escribí en mi columna Olla de Grillos del semanario Aquí. Las preguntas valen hoy porque en 51 años -desde 1966, en que presentamos nuestro primer reclamo contra la prepotencia chilena-, nunca la OEA nos respondió ni cumplió cual debe. Por eso llevamos el caso al Tribunal Internacional de La Haya, donde podríamos hallar un  comienzo de solución a nuestra repudiable mediterraneidad.

Con Luis Almagro en la OEA no lograremos nada, máxime si nuestro embajador Diego Pary acaba de dar allí una gran lección de dignidad al frustrar un atentado imperial almagrista contra Venezuela.

La OEA, cuyas iniciales, según Pastor Loredo, el inolvidable Malaco, significaban “ofrecida, entremetida, alcahueta” (sic) fue mejor definida, el pasado 3 de marzo, en Princeton, por el presidente peruano Pedro P. Kucsynski:

“Los países de America Latina (entiéndase la OEA)  son como perros simpáticos tirados en la alfombrita del amo, excepto Venezuela que es un gran problema.”

Venezuela, la digna, que ya dejó esa OEA manejada por aquel desalma…gro.