Autocríticas y drones

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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El problema más importante a resolver en Venezuela, no hoy en día sino desde hace años, no es económico. Lo hemos sostenido reiteradamente por todos los medios, con base en argumentaciones sólidas que hemos expuesto de la manera más fundamentada y extensa posible.

La primera de esas argumentaciones fue el triunfo inobjetable de la Asamblea Nacional Constituyente al conquistar la paz sin disparar ni un solo tiro ni agredir a ningún opositor para lograrlo.

Se demostró aquella elección de la ANC en medio de la peor violencia desatada por la derecha a lo largo de los últimos años, la mentira que representaba la tesis opositora de que Maduro era un dictador sanguinario y brutal, protegido apenas por la soledad de Miraflores. Que el pueblo no lo acompañaba y que por eso la oposición tenía derecho a exigir su renuncia, o su desalojo del poder por cualquier vía.

Lo que le permitió a esa derecha reaccionaria el espacio para la violencia a la que llegó en 2017, no fueron los elevados precios de los productos de primera necesidad, sino la imposición de una matriz que hacía ver en aquel momento al gobierno acorralado y sin apoyo popular alguno.

Los medios de comunicación, nacionales e internacionales, se articularon como nunca antes para posicionar en la siquis colectiva de los venezolanos y del mundo entero que Maduro era un usurpador del poder (porque Chávez lo impuso, porque era un autobusero sin capacidad para gobernar, porque era colombiano, en definitiva, porque Maduro no era Chávez).

Toda esa patraña de falsedades y manipulaciones se vino abajo con la sola elección de la Constituyente, porque por fin pudo verse en el mundo entero la verdad irrefutable de un pueblo en la calle (incluidos los miles de opositores que votaron en el Poliedro aquel día) apoyando decididamente al verdadero presidente de la República, al modelo democrático que hoy construimos los venezolanos, y a la libertad y la independencia que esa derecha reaccionaria pretende robarles a las venezolanas y los venezolanos para instaurar en nuestro suelo su perverso modelo neoliberal capitalista.

Desde aquel momento, los líderes opositores, que desde tiempo atrás venían siendo repudiados por su propia gente, por su ineptitud, su inconsistencia y su fariseísmo político, se quedaron completamente solos y ni en las muy esporádicas manifestaciones de descontento contra el gobierno (como la de las enfermeras, por ejemplo) quisieron aceptarlos ni como acompañantes siquiera.

El Presidente, con el tino político que le ha caracterizado enfrentando a la peor y más brutal guerra que gobierno alguno haya podido sortear, fue consolidando ese triunfo sobre la oposición con acciones políticas cada vez más contundentes, como las elecciones de gobernadores, alcaldes y la de su propia reelección, en las cuales ha reafirmado la solidez del innegable respaldo popular que lo consagra como líder indiscutible de la Revolución.

Pero la “autocrítica” no quiso esperar de ninguna manera ningún espacio de tranquilidad que le brindara alguna holgura al Presidente para instrumentar las acciones económicas que el país reclamaba, y decidió lanzarse a la calle para sustituir a la ya derrotada e inexistente oposición en sus ataques, casi siempre sin fundamento, al Gobierno revolucionario.

De la noche a la mañana, todo cuanto trató de demostrarle la Revolución al país y al mundo de que era culpable en el padecimiento del pueblo la cruenta guerra neoliberal desatada por el imperio norteamericano, fue echado abajo por la obtusa intransigencia de una “élite pensante” de la Revolución, que se dedicó a acusar sin descanso ni piedad al gobierno por todos los males que padece el pueblo.

La verdad de un país sometido a las penurias del hambre y la pobreza por culpa del accionar de una derecha entreguista y apátrida, no fue desconocida en ningún momento ni por elPresidente, ni por nadie de su gobierno. Sin embargo, esa “autocrítica” pendenciera se dedicó a acusar a todo aquel que pretendiera apenas responderle, llegando a colocar a quienes aparecían defendiendo la labor del gobierno revolucionario como “farsantes”, “indignos”, “burócratas”, “corruptos” o como simples “jalabolas”.

Defender al gobierno era entonces un riesgo para cualquier revolucionario. Con lo cual lo que iba gestándose paulatinamente era un proceso de reposicionamiento comunicacional de la imagen del gobierno, en el que todo lo que había dicho la oposición durante años sin que nadie le creyera, terminaba siendo verdad por obra y gracia de los mismos revolucionarios que criticaban la gestión, o de los que se quedaban callados para no enardecer a los que criticaban.

Producto de toda esa absurda enajenación, es que se estaba revitalizando gratuitamente a una oposición que tenía ahora la posibilidad de reoxigenarse y renacer en su búsqueda del poder por cualquier vía. Lo que Maduro hacía con las manos, los “autocríticos” lo destrozaban con los pies. Por eso el atentado contra la vida del Presidente mediante el uso de drones teledirigidos fue denominado por sus perpetradores como “Operación Fénix”, el ave muerta de la mitología que renació de sus cenizas.

Desconociendo el esfuerzo del Jefe del Estado no solo en la gestión del gobierno para impedir el colapso del modelo de Misiones y Grandes Misiones que aseguran la inclusión social, sino en la creación de poderosos instrumentos de protección al pueblo pensados para mitigar de la mejor manera el severo impacto de la crisis inducida por el imperio, como los CLAP, los bonos de protección social, y el Carnet de la Patria, así como todo el inmenso esfuerzo por la recuperación económica llevado adelante, los “autocríticos” se dedicaron a objetar todo cuanto se hace desde el gobierno, en un claro ejercicio de irracional oportunismo político que pareciera más bien orientado a ubicarse en la posición más cómoda de la confrontación, que es la del denunciante que procura el aplauso popular sin necesidad de embarrarse los zapatos en la trinchera de la batalla.

Esa “autocrítica”, diametralmente opuesta en su fundamentación y su orientación a lo que ha defendido en todo momento el presidente Maduro como ejercicio de revisión del proceso, y por el cual el comandante Chávez abogó siempre alertando sobre el necesario apego a los principios de lealtad y de compromiso revolucionario que deben orientar la autocrítica, ha llegado al extremo de negar la perniciosa infiltración de la derecha en los organismos del Estado, el sabotaje sistemático de los servicios públicos por parte de esa derecha mercenaria, y el daño que hace sobre la población la manipulación mediática, que banaliza la guerra contra el pueblo y direcciona la responsabilidad de los males hacia el gobierno, llegando finalmente a colocar al Presidente como enemigo de los campesinos que marcharon este mes a la capital de la República para hablar con él.

Convertido en un festín de acusadores, el evento de los campesinos fue vulgarmente usado por TODOS Y CADA UNO de esos inflexibles autocríticos para hacer aparecer al gobierno revolucionario del presidente Nicolás Maduro como un gobierno de burócratas enzapatados, insensibles y entregados al más abyecto reformismo. Que el solo hecho de ser recibidos en Miraflores era muestra de un poder excepcional del pueblo contra ese “desalmado gobierno”, que de no haber sido por esa presión jamás habría atendido las necesidades del campo. Ninguno de los marchistas acusaba al gobierno. Solo aspiraban a una reunión con el Jefe del Estado. Quienes acusaban al gobierno (usando la marcha para ello) fueron siempre los “autocríticos”.

En términos estrictamente políticos, pero fundamentalmente comunicacionales, muchas de las afirmaciones destempladas de esa “autocrítica” irresponsable y egocéntrica, que no mira el daño ulterior que sus palabras pueden ocasionar más allá del legítimo reclamo que intenten hacer, son mucho más desestabilizadoras que todo cuanto haya podido decir en su momento alguien como la exfiscal Luisa Ortega Díaz contra la Revolución. Pero los “autocríticos” insisten en que no son ellos los causantes de los problemas sino el gobierno.

Ahora el hervidero político está de vuelta. Los drones, puestos a volar por quienes han visto en la guerra de acusaciones “autocríticas” más reyertas internas que unidad y cohesión revolucionarias y más ineficiencia en los servicios públicos referida por esos mismos revolucionarios al modelo socialista que a los ataques del capitalismo contra el país, reavivan los titulares mundiales originados por la “crisis política venezolana”. Así lo han puesto ya ante el mundo entero.

Los únicos que saldrán indemnes de esta nueva vorágine hacia la que nos dirigimos serán los “autocríticos”. Cómodamente se refugiarán en un muy inocente “¡Yo lo dije!” y ahí quedará todo para ellos.

¿Qué fácil, no?

@SoyAranguibel