Por Beatriz Aiffil|Negra ley (Opinión)

El viernes pasado celebramos el aniversario de una ley que tiene origen y asiento en el Poder Popular. Es la Ley Orgánica contra la Discriminación Racial. Sin nombres ni apellidos, aunque hay que dar honor a quien honor merece, el pueblo afro organizado se enfrentó a las burlas, costumbres, camisones, paradigmas, mitos, ignorancias propias y de sabios políticos o científicos sociales. Incluyéndonos todos, era una de las maneras de visibilizar el componente y el aporte de la negritud en la sociedad venezolana.

Décadas antes, diferentes organizaciones de negros, afrovenezolanos y afrodescendientes habían germinado, florecido y envejecido en la historia venezolana. Algunas se marchitaron, mimetizaron o transformaron. Los frutos de los esfuerzos comenzaron a verse durante los primeros años de la Revolución Bolivariana precisamente por la disposición a ver las cosas con diferentes cristales.

Los pueblos aborígenes ya habían sido reconocidos en la nueva Constitución y empezaron a aparecer leyes y decretos relacionados con ellos. Fue menos difícil porque algunos conservan sus culturas e idiomas. Para nosotros no. Cuando nos trajeron nos pusieron ropas nuevas, nueva religión, idioma nuevo y nuevos nombres. Satanizaron todo lo relacionado con nuestra África originaria y con nuestro color. Y nos colocaron en el sótano de la pirámide social.

Arriba estaban los indios y los pardos. Para nosotros la distribución de la pobreza. Eso no le causaba escozor a nadie, ni siquiera a los pobres porque habían sido condicionados a aceptar que no merecen nada sino servir y recibir migajas… Eran “los nadies” de Eduardo Galeano. Alguien inventó incluso el título de “don Nadie”.

Pero en revolución se habla de justa distribución de riquezas y hay quienes aúllan. Lo peor es que ni siquiera son los ricos quienes pegan el grito al cielo sino los condicionados a defender las posesiones del amo. Los clasemedia. Deberían haber inventado también un “don Media”.

Los famas, cronopios, donnadies y donmedias poblarían entonces esta sociedad observados desde la cúspide de la pirámide por los mascalacachimba que en Venezuela se seguirían llamando “los amos del valle”, inalcanzables por más que retoñen nuevas burguesías.

Afortunadamente, de manera sigilosa y silenciosa hay en el tablero otros personajes que aparentan no estar en juego pero que son los que nos mantienen el ánimo siempre en alto. Esos personajes son las esperanzas.

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