En uno de los asteroides visitados por El Principito vive un Rey que tiene la fórmula para que sus órdenes siempre se cumplan: solo da órdenes razonables.
«Si yo ordenase a un general que se transformase en ave marina y si el general no me obedeciese, la culpa no sería del general. Sería culpa mía», le dice al pequeño príncipe.
-¿Puedo sentarme?, le pregunta El Principito al Rey, a lo que este asevera: «¡Te ordeno que te sientes!».
Evoco el episodio del libro de cabecera de mi infancia, mientras observo la interminable caravana de motos que pasan a mi lado rozándome el retrovisor, impidiéndome el cambio de canal y retando el reglamento que señala con precisión la prohibición de circular entre los canales destinados a los carros.
Pienso, entonces, en el Rey que solo da órdenes que se pueden cumplir y me pregunto: ¿es razonable, puede cumplirse una orden que implicaría poner en fila india a más de un cuarto de millón de motos que circulan en Caracas? ¿Resolvería el problema del tránsito? ¿Evitaría accidentes? ¿Le permitiría a las miles de personas que utilizan este medio de transporte como alternativa llegar oportunamente a sus destinos?
-Me gustaría ver una puesta de sol, le solicita El Principito al Rey: «Ordenad que el Sol se ponga».
-Tendrás tu puesta de sol. Lo exigiré, le dice el Rey. Pero antes esperaré, según mi arte de gobernar, que las condiciones sean favorables. La autoridad reposa, ante todo, en la razón.
Lo esencial es invisible a la vista.