Bielorrusia, donde la conspiración se ha estrellado

“Lukashenko, el último dictador de Europa”, es el título que ofrece la cadena Euronews para editorializar su postura, que es la de los polos de poder de Washington y sus satélites europeos, respecto a los más recientes sucesos en Bielorrusia.

No es novedoso. Lukashenko tiene 26 años al frente del Gobierno de su país y la historia contada por los medios occidentales ha sido la misma casi desde el primer día: es un dictador.

¿Por qué? Porque el entonces joven líder político no se plegó nunca a la destrucción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hasta la última posibilidad que tuvo votó en contra de la disolución de la URSS. Fue el único diputado bielorruso del Soviet Supremo que votó contra disolver un proyecto que había avanzado en importantes conquistas sociales y científicas.

El precio a pagar han sido casi tres décadas de conspiraciones, de ensayos y experimentos que han tratado de exportar desde Occidente hasta Bielorrusia.

Han fracasado una y otra vez tratando de instaurar la llamada “revolución de colores”, mediante la cual se impuso en Ucrania un modelo de gobierno fascistoide. Lo han intentado también copiando el esquema de guerra fría y tratando de hacer ósmosis con lo ocurrido en países vecinos como la República Checa o Polonia, incluso durante algún tiempo con la realidad de la propia rusa. Hubo un momento en que Bielorrusia navegaba sola en la tormenta y logró mantener el barco a flote.

En 1994, cuando Lukashenko asumió por primera vez la Presidencia tenía apenas 49 años, muy joven para las tradiciones políticas de Europa oriental. Todo se derrumbaba a su alrededor, e incluso de su parte hubo cuestionamientos al modelo soviético y socialista precedente. Sin embargo, la tarea de sacar adelante a su país tiene una parte de sus cimientos en la posibilidad de avanzar en el fortalecimiento de la seguridad social de la población y de un sistema económico mixto, con fuerte presencia del Estado y de las formas colectivas de producción.

En lo político, Lukashenko no fue un continuador del Partido Comunista de Bielorrusia, como podría pensarse, gana las elecciones como una opción independiente. Eran tiempos de absoluta unipolaridad, el socialismo se había hecho una “mala palabra” y lejos de cuestionar los errores de la dirigencia, muchos trataban de olvidar o sepultar todo.

Así fue avanzando como dirigente político que aglutinaba y aglutina a grupos populares patrióticos, nacionalistas, de izquierda e incluso con el respaldo de uno de los dos partidos comunistas que hay en Belarús, por cierto, el PC que lo respaldo ha tenido un crecimiento sostenido de su votación hasta reunir poco más del 10 por ciento de apoyo electoral.

Lukashenko se enrumbó por la vía de la democracia occidental, votaciones, y su respaldo ha sido abrumador. Esto desesperó constantemente lo que Washington y sus agentes consideraban el último símbolo de la herencia soviética en Europa.

Tikhanouskaya, con solo 10 por ciento de los votos, se proclama ganadora y exige la entrega del poder “pacíficamente”

Lo que quiere derribar Washington

Los índices económicos y sociales confirman que el Gobierno de Bielorrusia ha logrado construir un modelo fuera de las recetas que venden e imponen Estados Unidos y la Unión Europea. La pobreza en Bielorrusia era en 2018 de apenas 5,6% y en constante decrecimiento. En el año 2000, el 40,9% de los bielorrusos estaban en la pobreza.

En el año 2000, la esperanza de vida en el país era de 67,9 años, mientras que en 2018 era de 74,1%. Con un índice Gini de 25,4, Bielorrusia es uno de los países menos desiguales del mundo. Comparemos, por ejemplo, que Alemania tiene un coeficiente de 31,9, Argentina de 41,4, Bulgaria 40,4, Portugal 33,8 y Rumania 36,0.

La tasa de alfabetización del país es del 100%, la escolarización en primaria y secundaria supera el 95% y el índice de desarrollo humano en 2019 era de 0,817, que ocupa el puesto 50 entre todos los países del mundo en el segmento que Naciones Unidas ha denominado como desarrollo humano “alto”. Son cifras irrebatibles, pero no leerá usted en la BBC ni en ninguno de los grandes medios hegemónicos nada del “milagro bielorruso”, porque estas cifras que citamos, excepto la de alfabetismo, eran muy distantes a la catástrofe social y económica que vivió esta nación en 1994, por ejemplo.

Las conspiraciones

En las elecciones del pasado domingo 9 de agosto, Lukashenko obtuvo una victoria sin atenuantes: 80,8% de los votos, una ventaja numéricamente irrebatible. La principal candidata apoyada por Occidente, Svetlana Tikhanouskaya apenas obtuvo 10,09% de los sufragios.

Tikhanouskaya huyó hace pocas horas de Bielorrusia, su destino fue Lituania, uno de los tres países bálticos que han tenido consecutivamente gobernantes reaccionarios y pro estadounidenses luego de la disolución de la URSS. Ante el fracaso de sus planes de generar caos acudieron al relato de la persecución política. Con 10 por ciento de los votos se proclama como “ganadora” y exige a Lukashenko que le entregue el poder “pacíficamente”, historia ya conocida por acá por América del Sur.

Tikhanouskaya es esposa de Siarhei Tsikhanouski, un influencer que fue encarcelado por la justicia bielorrusa por intentar provocar un show mediante la agresión contra un agente policial. Es una de las piezas del rompecabezas de la conspiración. Así como el uso de la figura femenina, no como parte de una postura feminista, sino como un argumento más dentro del libreto de la “revolución de colores”, tal cual fue ensayado varias veces en Ucrania, hasta que consiguieron imponer a los fascistas en el Gobierno.

En Europa del Este, la Usaid y la NED, presuntas agencias para la democracia y la cooperación de Estados Unidos, han sido los disfraces para financiar las conspiraciones. Así como se ha demostrado en documentos desclasificados sobre la actuación de estos organismos en América Latina, en la Europa de Este es frecuente el uso de presuntos artistas, “influencer” y personajes de apariencia pintoresca como piezas de su acción.

El discurso de las “libertades” y los “derechos humanos” se ha hecho omnipresente como cualquier falsa bandera. Por ejemplo, en Ucrania quién puede hablar de derechos humanos y democracia cuando las milicias fascistas siembran el terror y han ejecutado masacres.

En Ucrania pasaron años escondidos tras la figura de Yulia Timoshenko, en Bielorrusia sus personajes han sido desenmascarados uno tras otro. Piezas mediáticamente construidas para aparentar la carencia de organización popular verdadera y para enganchar en sus aventuras sobre todo al segmento joven de la población.

En la CIA se habían acostumbrado a que al inicio del derrumbe del campo socialista sus organizaciones de maletín lograrán el éxito político pretendido. Ejemplo emblemático es el del falso sindicato de Lech Walesa en Polonia, denominado Solidaridad, tan falso como cierto ha resultado el despojo de los principales derechos laborales de los polacos 30 años después.

Así desde Washington hicieron rodar a organizaciones como Octpor, que en Bielorrusia se escondió bajo las siglas ZUBR, una organización financiada por NED y Usaid, que se proponía “establecer la democracia en Bielorrusia e integrar el país en la Unión Europea”.

Nunca pudieron cuajar, el discurso de la protesta “no violenta” es una simple consigna que escondía lo contrario. En realidad se trata de organizaciones preparadas para intentar generar el caos urbano. La verdad es que en Bielorrusia ni eso lograron de forma significativa. Nunca la “revolución de colores” en ese país tuvo las proporciones para generar un impacto mediático mundial como lo había hecho en otros países de Europa del Este.

«Libertad, verdad y justicia son valores europeos fuertes», era la pretendida transversalidad de ZUBR, esa falsa bandera chocaba evidentemente con los logros que había alcanzado Bielorrusia sin haberse sometido a ser un satélite de Estados Unidos ni de la Unión Europea. Los ZUBR siguen allí, no se han ido.

Washington y sus satélites creyeron que esta era la oportunidad de aplastar el modelo bielorruso. Veintiséis años en el Gobierno generan un lógico desgaste, además este proceso electoral coincidía con los efectos de la pandemia de Covid-19, tanto en lo sanitario como en lo económico. Por primera vez en varios años el país tendrá un año de contracción económica que posiblemente continuará en 2021.

En Rusia, el presidente adjunto del Comité del Consejo de Federación de la Asamblea Federal, Vladímir Dzhabárov, analizó que en Bielorrusia las protestas posteriores a las elecciones fueron organizadas con anticipación.

“Los procesos posteriores a la clausura de los colegios electorales certifican que han sido planificados (…), tales acciones no se organizan en un par de horas”, aseveró Dzhabárov.

El senador ruso indicó que si bien no descartaba que en las protestas participaran personas descontentas, “no hay duda de que los autores de estos actos pretendían desequilibrar la situación en Bielorrusia”, añadió.

El presidente Lukashenko también apuntó a la injerencia del exterior y aseguró que “nadie permitirá desgarrar el país”.

“No habrá maidán sin importar lo mucho que alguien lo quiera”, dijo el Jefe de Estado de Bielorrusia, en referencia al calificativo que se le dio a las insurrecciones impulsadas en la llamada «revolución de colores» en Ucrania.

Señaló que los grupos que han generado disturbios funcionan como marionetas de grupos situados en el exterior. Dijo que en países como Polonia y la República Checa hay factores que empujan “a la gente a salir a las calles, celebrar conversaciones con las autoridades sobre la entrega voluntaria del poder”.

“Es decir, Lukashenko estando a la cabeza de la vertical del poder, a la cabeza del Estado, debería entregarles el poder de modo voluntario teniendo 80% de votos, las órdenes llegan del extranjero», aseveró el Mandatario.

T/ Chevige González Marcó
F/ Archivo CO
Caracas