Por Ileana Ruiz|Bisturí de diamante (Opinión)

Desde los confines de mi historia me enseñaron a celebrar el 18 de febrero el cumpleaños de Humberto Fernández Morán, compatriota cirujano, inventor del bisturí de diamante.

Nunca pensé esgrimir un bisturí de diamante para hacer microcirugía social. Es preciso diseccionar el tejido dañado por el cáncer de la soberbia y corrupción; hay que cauterizar y practicar una hemostasia profunda que impida que la vida se desangre. Saber cortar finamente la carne que el odio descompuso y plasmó en 45 artículos su propia mentira con la que robó el aliento hasta asesinar el espíritu.

Alguna vez llegué a fantasear que las letras tenían una misión más allá de la circunstancia de rimar. Empecé a llevar un registro de los trucos del lenguaje. De los movimientos sutiles de los dedos que hacen posible descifrar la intrincada realidad e interpretar el mundo.

Mi mundo eran las paredes que vestía de dibujos y palabras denunciantes de los abusos policiales cometidos contra los chicos de mi comunidad; uno que otro texto literario dejado en el umbral de la sociedad; algún pliego de peticiones redactado poéticamente para desquiciar a las autoridades gubernamentales.

Siempre creí en el acto amoroso de la gente: nos alfabetizaron de sabiduría quienes no sabían leer ni escribir; hicimos teatro de calle; encendimos antorchas por la vida; en los barrios de Caracas prendimos fogatas para estudiar política y organizarnos culturalmente. Por eso afirmo que lo incomprensible de los amores imposibles es que a veces, y milagrosamente, existen.

Ahora quiero hacer posible que lo que se hace en Sinamaica sea conocido por las organizaciones de pesca artesanal de Güiria; que en Valera se aprenda de la riqueza patrimonial y artesanal de Falcón y que todas y todos se reconozcan como diversidad humana en igualdad de derechos.

Quiero ser caricia palábrica que conjure las cobardías y oscuranas; quiero hacer posible que se ilumine la idea, salte la chispa, desaparezca el nihilismo en el para siempre de un instante. Quiero brindar unas líneas que abran el sendero presentido (o el aún no imaginado) de lo que tal vez por no resuelto, no se inicia; de tan deseado, se teme; de tan avasallante, se posterga; de tan comprometedor, invoca la urgencia.

Quiero que cada texto que labren mis manos sea la puerta por la que el alma entra al mundo para restaurarse. Pero hay veces que, como hoy tomando un cafecito mirando la cúpula del Capitolio, me toca esgrimir el escalpelo.

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