Bolívar en el monte Sacro ató su destino a la lucha por la libertad de Venezuela

El 15 de agosto de 1805 Simón Bolívar, para esa fecha, hace 215 años, un joven de 22 años de edad, jura en el monte Sacro, en Roma, liberar a Venezuela del Imperio Español. Con él estaban su maestro Simón Rodríguez, de unos 36 años, y Fernando Rodríguez del Toro, de 32 años. Bolívar no solamente cumplió el juramento de liberar a su patria 16 años después, con la victoria definitiva en la Batalla de Carabobo, sino que remató su gesta heroica dando libertad a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

Bolívar llegaría al monte Sacro empujado por una serie de acontecimientos que dieron un inesperado giro a su vida. La mayoría de estudios y escritos coinciden en que la repentina muerte de su esposa traería un cambio radical en su destino. Años después, el caraqueño lo confesaría a Perú de Lacroix, quien lo incluiría en su Diario de Bucaramanga: “Miren ustedes lo que son las cosas; si no hubiera enviudado quizás mi vida hubiera sido otra cosa; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo… La muerte de mi mujer me puso muy temprano sobre el camino de la política; me hizo seguir después el carro de Marte en lugar del arado de Ceres”.

A finales de 1803, luego de la muerte de su esposa, María Teresa Rodríguez y Alaiza, el 22 de enero de ese año, Bolívar decide viajar por segunda vez a Europa. Llega al puerto de Cádiz y de allí parte para Madrid, “cubierto de luto y de tristeza”, apunta Felipe Larrazábal en su biografía sobre Bolívar (Vida y escritos del Libertador), a llevar a don Bernardo Rodríguez del Toro, padre de la malograda Teresa, las reliquias que había conservado de ella.

De Madrid el joven se traslada a París y se instala suntuosamente en la rue Vivienne. En su biografía sobre Bolívar, Indalecio Liévano Aguirre señala que el caraqueño en París “busca en los placeres de una vida agitada y fastuosa el antídoto para su incertidumbre sentimental”. En la ciudad lleva una vida de excesos. Conoce a Fanny de Villars, una mujer de extraña belleza por la mezcla de razas y de un extraño magnetismo, cuyo salón estaba de moda, visitado por distinguidas personalidades. Su esposo de 56 años vivía absorto en sus estudios de botánica, según describe Liévano Aguirre.

16 años después con la victoria definitiva en la Batalla de Carabobo, Bolívar remató su gesta heroica de independencia

“Cuando Bolívar la vio en París, en una de las elegantes reuniones de su salón, tuvo que confesarse que ante esa mujer se había olvidado por primera vez de sus penas. A su lado y bailando con ella, mientras Fanny sonreía coquetamente, tal vez por su entusiasmo, tal vez por su típica pronunciación francesa, Bolívar sintió de nuevo el encanto de vivir. Desde ese día, y para cortejarla, se convirtió en el más asiduo de los concurrentes a la casa de Madame de Villars”, narra Aguirre. Entre ambos nace un tórrido romance.

En la casa de Fanny, Bolívar encontró un día al barón de Humboldt, quien acababa de regresar de América. En las tertulias con el ilustre científico se abordaba la cuestión del triste destino de América, tierra que agonizaba en el oscurantismo de la España, sombría, reaccionaria y medieval. Bolívar exclamó entonces: “Brillante destino el del Nuevo Mundo si sus pueblos se vieran libres del yugo y qué empresa tan sublime”. A lo cual el varón respondió un poco desdeñosamente, de acuerdo con Liévano Aguirre, “…que aunque en América las circunstancias eran favorables para tal empresa, allí faltaban hombres capaces de realizarla”. Humboldt no simpatizaba con Bolívar y de allí su hiriente respuesta. Nunca imaginó que al frente tenía al hombre que haría realidad aquella empresa.

“El mismo Humboldt, en 1853, le dejó conocer con sinceridad a O´Leary, en una carta, cuán profundas fueron sus dudas sobre las capacidades de Simón Bolívar. Jamás, -le decía en ella- le creí llamado a ser el jefe de la cruzada americana. Lo que más me asombró fue la brillante carrera de Bolívar a poco de habernos separado”, señala Liévano Aguirre.

El juramento

Juró sobre aquellatierra santa la libertad de a Patria y así lo hizo

Enterado Bolívar de que Simón Rodríguez estaba en Viena, deja a Fanny de Villars y acude a reunirse con su maestro. Rodríguez lo invita a un viaje por Italia. Con su maestro habla de las nuevas ideas del pensamiento occidental a través de Rousseau, Bacon, Voltaire y Hobbes.

Felipe Larrazábal escribe del viaje del maestro y su alumno. En la primavera de1805 partieron hacia Italia.

“Bolívar atravesó los Alpes a pie, con un bastón en la mano, descansando una semana en Chambery donde visitó las Charmettes, lugar que ha hecho célebre la mansión de Rousseau. Estuvo en Turín y en Milán, asistió a los juegos olímpicos que se celebraron en ocasión del coronamiento del rey de Italia, Napoleón I (26 de mayo). Las ceremonias de la coronación de Napoleón eclipsaron a las de París por su esplendor histórico. Aquella corona de hierro de los Lombardos se colocaba después de diez siglos, sobre las sienes de un emperador francés. Bolívar le vio ceñirse la corona pronunciando en voz alta aquella frase arrogante: Dios me la da, ¡cuidado quien la toque!”, detalla Larrazábal.

Seguidamente el historiador añade: “En Monte Chiaro, cerca de Castiglione, asistió a una gran revista que pasó Napoleón, desfilando las columnas en aquella llanura tan aparente para contener 60.000 hombres. El trono estaba situado en la eminencia que domina la llanura, y Napoleón miraba varias veces, con un pequeño anteojo de que se servía, hacia el pie de la colina, donde estaban Bolívar y su maestro. El nuevo César no podía figurarse que tenía ante sus ojos al futuro Libertador”.

Hacia el mes de julio, Bolívar y Rodríguez llegaron a Roma. Se alojaron en una posada de la plaza España.

En el Diccionario de la Fundación Polar, Manuel Pérez Vila, en su artículo sobre el Juramento del Monte Sacro, señala: “Durante varias semanas recorrieron la ciudad, visitando sus monumentos y sus ruinas llenas de evocaciones históricas, testimonios de la grandeza y la decadencia de los imperios. El 15 de agosto se dirigieron los 3 al llamado Monte Sacro, situado entonces fuera del recinto de la ciudad, a orilla del río Anio. Ese lugar era célebre en la historia de la antigua Roma, que los 3 venezolanos conocían bien, porque allí se habían retirado los plebeyos en sus desavenencias con los patricios en la época de la República. Es muy probable, como lo insinuó el mismo Bolívar años más tarde, que al dirigirse al Monte Sacro tanto él como sus compañeros tuvieran el propósito de realizar un gesto simbólico, como venezolanos que deseaban la independencia de la patria nativa y de toda la América entonces dominada por España. Ascienden por las laderas de la colina, y en la cima conversan sobre la sucesión de las civilizaciones, su apogeo y su declinación a través de los siglos…”.

Agrega Pérez Vila: “Aquella tarde, mientras el sol se dirige a su ocaso, hablan largamente de las sociedades humanas del pasado, de las luces y las sombras de la historia, de la lucha contra la tiranía y del anhelo de libertad que ya tenían los plebeyos de Roma, 5 siglos antes de Cristo, cuando se reunieron y fortificaron en el Monte Sacro para luchar contra la injusticia; «…la civilización que ha soplado del Oriente, exclama Bolívar, ha mostrado aquí (en Roma) todas sus fases, ha hecho ver todos sus elementos; más en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido, y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo…”.

Por su parte, Liévano Aguirre cita a Simón Rodríguez, quien narró posteriormente el histórico juramento: “Húmedo los ojos -cuenta Rodríguez- palpitante el pecho, enrojecido el rostro, con una animación casi febril me dijo: ‘Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor y juro por mi patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

La sortija de Fanny

Días después, Bolívar y Rodríguez visitan Nápoles y luego se dirigen a París, donde Fanny impaciente espera a su amante.

“Ella no tarda en darse cuenta de que regresa muy cambiado”, apunta Aguirre. “Después de haber previsto un objetivo para su existencia, Bolívar tiende a canalizar su atención y sus energías hacia él, transformándose en una especie de soñador que no aparta su vista del misterioso destino que confusamente le atrae. Ante su frialdad, Fanny reacciona con quejas primero, y finalmente, a la manera de venganza, demostrando ostentoso interés por antiguos amigos. Bolívar no da mayor importancia a estos cambios y un día le anuncia, con sincera indiferencia su decisión de regresar a América; y a las protestas de Fanny, a quien la ardiente sensualidad del joven había apasionado, responde con un gesto muy de aquella época romántica, regalándole una sortija en la cual ha hecho grabar la fecha de su partida”, escribió.

Simón Rodríguez se quedó en Europa. Bolívar y Rodríguez del Toro regresaron por separado a Venezuela.

De París, Bolívar atravesó Holanda y se fue a Hamburgo, donde permanece pocos días. Toma pasaje para Boston, de acuerdo al itinerario descrito por Larrazábal. Visitó Nueva York, Filadelfia y otras poblaciones. En Charleston, Carolina del Norte, se embarcó para La Guaira. A fines de 1806 llegó a Caracas.

En el retrato físico del Bolívar de aquellos años, detalla Larrazábal: “Era entonces, como se ve en los retratos de la época y como lo pinta el recuerdo vivo de sus contemporáneos, un joven (veintitrés años) de talla regular, más bien pequeño, delgado, esbelto. Sus maneras eran vivas y resueltas; sus ojos rasgados, su vista penetrante, eléctrica, su frente levantada; el habla presta, la voz aguda, las cejas arqueadas y espesas, la barba afeitada, al uso del tiempo; la boca graciosa y expresiva, el cuello derecho, el andar pronto, el aspecto franco y de un ascendiente irresistible. Más tarde usó bigote y patilla que afeitó en Perú en 1825, cuando empezó a encanecer. El bigote (según O´Leary y otros) era fino y oscuro; las patillas castañas. La piel de Bolívar, muy blanca en su juventud, se curtió con la intemperie y campañas del trópico”.

Dice Pérez Vila que Bolívar cumplió su juramento y se convirtió en el Libertador a partir de 1813. Simón Rodríguez volvió a América en 1823; cuando lo supo, el Libertador le escribió desde Pativilca (Perú), el 19 de enero de 1824, una carta en la cual, dándole la bienvenida, le decía entre otras cosas: “¿Se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la Patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros”.

T/ Manuel Abrizo
F/ Archivo CO