Brasil aguarda al Covid-19 con el sistema público de salud desmantelado

El ayuntamiento de Río de Janeiro, anticipándose a lo que se le puede venir encima a Brasil con el Covid-19, ha suspendido durante una semana las clases en las escuelas municipales, manteniendo, eso sí, los comedores de los centros educativos abiertos entre las once de la mañana y la una de la tarde. La miseria manda, y para millones de niños esa es la única comida del día.

Dieciocho millones de habitantes menores de 14 años –según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística  – viven bajo el umbral de la pobreza. Otros cinco millones sobreviven en la extrema pobreza. Estos datos, unidos a un 41% de mano de obra informal –más de 38 millones de personas trabajando sin contrato–, la masificación de las cárceles y el desmantelamiento del sistema público de salud hacen que el centenar de casos positivos confirmados ya en el país surjan como la antesala de unas semanas turbadoras.

Veinte semanas, concretamente, presagia Luiz Henrique Mandetta, ministro de Sanidad brasileño, el dirigente al frente de la crisis. El ministro sabe y avisa que a partir de ahora la progresión de casos positivos se convertirá en geométrica, y que el Sistema Único de Salud (SUS) no va a soportar la presión. ¿Cuándo saltará en pedazos la frágil estructura? Depende, pero todo apunta de nuevo a Río de Janeiro. El país, según él, es asimétrico. «Río aguanta muy poco. São Paulo aguanta un poco más. En Acre aún no hay ningún caso».

El Sistema Único de Salud (SUS) no va a soportar la presión

Habla Mandetta con la confianza que otorga mantener de momento la lista de óbitos en cero. Utiliza el lugar común de que Brasil es un continente. Y lo es. Un continente que gracias a sus centros públicos de investigación científica ha estado al tanto del Covid-19 antes de la propia China y que notifica y cuantifica sus casos con más fiabilidad que los Estados Unidos. El ministro, sin embargo, minimiza –o tal vez busca desviar la responsabilidad a estados y municipios– la caótica situación sobre el terreno, la de las salas de espera de los centros públicos de salud un día normal en un barrio afortunado de Río –ni hablar de las zonas marginalizadas– o de las salas de urgencia en Salvador de Bahía –ni mencionar localidades o regiones enteras con menos prestigio–.

Nada es casualidad, y el modelo de Río es la mejor muestra de las preferencias de la sanidad privada a la pública en los últimos lustros en Brasil. Un informe de la Defensoría Pública de la Unión señala que el estado de Río de Janeiro ha reducido en un 22% el número de camas en los seis últimos años en sus hospitales federales. Con instalaciones precarias y sin mantenimiento, todo aquel que se lo puede permitir huye hacia un plan privado de salud –de compañías que ahora, en plena pandemia, se aferran a sus cuentas trimestrales–.

El ministerio de sanidad se ha visto obligado a comprar, de cara a esta crisis, mil camas de cuidados intensivos –las adjudicarán a los hospitales públicos que las vayan necesitando– y a liberar cerca de 430 millones de reales –82 millones de euros– para los estados, en función de su número de habitantes, para que cada administración lo gestione según sus prioridades. Tras estas medidas han ido llegando, en cascada, las recomendaciones por todo el país de cancelamiento de clases también en universidades, concentraciones masivas y eventos culturales, y sugerencias de teletrabajo –para que respire también el saturado transporte público–.

Sobre la curva, el pico que puede alcanzar el Covid-19 en Brasil, el ministro de Sanidad explicó este viernes 13 a los medios de comunicación que «el tamaño de ese pico es lo que hará que el sistema aguante o no aguante». Las medidas de anticipación son «para conseguir una velocidad y un pico lo menores posibles y así poder tener capacidad de atención médica». Como analizan con detalle lo que sucede «en el hemisferio norte», esperan la aparición de millares de casos. «Y si eso no sucede, si Dios es brasileño, si el sol quema el virus y si aquí todo sale bien, hicimos lo que en ese momento pensábamos que sería lo más correcto con las informaciones que teníamos».

Por encima del ministro Mandetta planea el vuelo sin motor de Bolsonaro. Aunque está a la espera un segundo examen virológico y se encuentra en aislamiento, hace unos días, en Miami, definió el coronavirus como «una fantasía», un asunto que no era «todo lo que los grandes medios propagan». Primero se hizo oficial el positivo de su secretario de comunicación, y luego ha tenido que retomar el programa «Mais Médicos» para publicar una convocatoria de 5.811 plazas. Fue este el programa de intercambio del que Cuba retiró a miles de médicos tras las constantes faltas de respeto e insultos de Bolsonaro desde su victoria en las elecciones de 2018. El déficit de facultativos en zonas rurales y de difícil acceso lo paliaban ellos, y la ideología de Bolsonaro lo echó por tierra.

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