Caracas es un libro de cuentos entre Santa Teresa y Santa Rosalía

La zona todavía conserva su aspecto de vecindario con sus viejas casonas de dos plantas, balcones y ventanales, que de pensiones pasaron a hotelitos. Muchas de sus edificaciones forman parte del patrimonio caraqueño. En Santa Rosalía nació Rómulo Gallegos y en la esquina El Muerto se degustaba la mejor paella de Caracas

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Don Julio Roque, un hombre delgado de 75 años, es un barbero de tijera y de una hojilla que guarda en una carterita de bolsillo, entre estampas religiosas y papeles revueltos. Afeita con la maestría de más de 50 años en el oficio, siempre parado detrás de la espalda del cliente y frente a un gran espejo que se extiende por todo el local. Mientras extiende el paño cubriendo el cuello del parroquiano sentado en la vieja silla “Belmont”, con soporte inferior para colocar los pies, le repite la clásica pregunta con que los barberos suelen iniciar la faena ¿Cómo quiere el corte? ¿Bajito, alto o intermedio? ¿Usted se peina pa’ atrás o pa’ los lados?

La Barber shop es una de las tradicionales barberías

A veces, en el salón solo se escucha el clic,clic, clic, de la tijera, mientras la cabellera con las canas del tiempo, caen suavemente al piso en rollitos, unos tras otro.

Don Roque saca la mitad de la hojilla, la mete en la abertura de la navaja y procede a delinear el corte por entre las orejas y la nuca. Luego pasa la hojilla por la cabeza emparejando el peinado.

“Yo tengo clientes que he afeitado por más de 40 años”, dice, mientras con la brochita sacude los cabellos caídos sobre los hombres. Uno de estos clientes es José Valero, quien pisó por primera vez la barbería a los 19 años y ya anda en 60. El sábado pasado estaba sentado sobre la silla Belmont, sometiendo su cabellera al mantenimiento de don Roque.

José Fernández, inmigrante español, dueño de la Barber Shop Figaros París, una de las barberías emblemáticas de Santa Teresa, ubicada en la esquina de Cipreses, señala que el negocio lo montó, en 1953, Manuel Alonso Pereira, otro español, a quien le compró el local. Él llegó en 1973.

La Barber Shop, donde trabaja don Roque, tiene en su cercanía, desde la la esquina de Cipreses, a una serie de edificios y negocios que ya son referencia en la zona por su tradición e historia: el Teatro Nacional, la iglesia Santa Teresa, un poco más arriba; la plaza Alí Primera al lado de la iglesia, el cine Cipreses. Por la avenida Lecuna las emisoras Radiodifusora Venezuela, Ondas Populares, Radio Libertador (ya desaparecidas).

Radiodifusora Venezuela en los años 70 y 80 del siglo pasado se dedicó a difundir el rock and roll y la música juvenil, dejando atrás la era de la música criolla (Brindis a Venezuela) que tanto la identificó en el pasado por presentar en vivo a lo mejor del canto llanero.

Más abajo, por la misma avenida Lecuna, se encuentra La Botica de Velásquez, en la parroquia Santa Rosalía, abierta en 1877, considerada la mas antigua de Caracas. Todavía en esa farmacia se vende el famoso jarabe “Lamedor” (incluso viene mucha gente del este), usado por los padres como expectorante para combatir la tos en los muchachos. Frente a la botica se haya otro de los negocios que en una época constituyó un punto de coincidencia en cuanto al mobiliario hogareño: Mueblería La Liberal. En la parte superior del edificio permanece todavía el enorme letrero, cuya palabra es apenas un conjunto de letras para muchos caraqueños.

A la Barber Shop acudían a afeitarse músicos de la Billo’s Caracas Boys, y otras personalidades de la farándula como Rolando La Serie.

“Yo estuve afeitando a Reinaldo Armas durante 14 años. Aquí también se afeitó Julio Jaramillo (famoso cantante ecuatoriano) aunque fue con el anterior dueño”, indica Fernández.

La paella del Muerto

Santa Teresa y su vecina melliza Santa Rosalía, todavía conservan una serie de edificaciones de la Caracas del siglo XX. Son casas de varios pisos y balcones, ventanales y pórticos, muchas de ellas tristemente deterioradas. Una gran cantidad de estas llamativas casas fueron transformadas en posadas y hoy son hoteles “por un rato”, como dicen algunos parroquianos.

“Una hora cuesta 120 bolívares soberanos; menos que una arepa”, dice un dependiente. Entre los hotelitos de Santa Teresa y Santa Rosalía figuran el Excelsior, Gardenia Cristal, Falcón, Victoria, Firense, Monte Giove, Bucarica, Grutta Azzurra, Castán, Luna Park, Melina, Los Llanos .

En ambas parroquias, de esquinas tradicionales y nombres criollísimos nacidos del ingenio popular, se destacan sus iglesias y los colegios católicos regidos por monjas. A pocos metros de la plaza La Concordia se levanta el templo de Las Siervas del Santísimo, cuya estructura asombra a quienes la contemplan por primera vez. La iglesia posee tres naves:

“La iglesia de Las Siervas del Santísimo Sacramento, uno de los mejores testimonios de la arquitectura neogótica caraqueña. Se comenzó a construir en 1909. Se concluyó en 1948”, de acuerdo a crónicas pasadas.

En Santa Rosalía, en la calle frontera con Santa Teresa, está la iglesia en honor a la patrona.

“Rómulo Gallegos nació en Santa Rosalía, en la esquina de Zamuro por los lados del Palacio de Justicia; fue bautizado en la iglesia de Santa Rosalía”, informa con orgullo José Guerrero, un vocero comunal.

“La iglesia internamente está bellísima, con flores en honor a la Virgen de Fátima”, señala una monja sonriente que viene bajando por la calle.

La plaza La Concordia, remodelada por la Alcaldía de Caracas, albergó durante el régimen de Juan Vicente Gómez, a la cárcel de La Rotunda, en donde se torturaba y recluía a la oposición política. A la muerte de Gómez, Eleazar López Contreras, su sucesor, lo demolió y construyó la plaza.

“En el famoso restaurante El Gallego, de la esquina El Muerto de Santa Rosalía , se degustaban las mejores paellas de Caracas”, señalan en la zona, soltando un largo uuufff, para referirse a lo sabroso del plato cocinado en la esquina El Muerto.

Nader Ibrahim

El Tejar

José Guerrero señala que en Santa Rosalía, en su casco central, hay organizadas 10 UBCh, 27 consejos comunales, dos CLP, dos comunas en construcción. La parroquia, la tercera más poblada de la Gran Caracas, abarca hasta El Cementerio, La Bandera, la avenida Rooselvelt, la Cota 905.

“Yo nací aquí con partero. Mi padre era de Barquisimeto, mi madre de los Valles del Tuy.

La época de antes no la cambiamos por nada. Se ha perdido la cultura de la parroquia, nuestras tradiciones, nuestros juegos. Ha disminuido un poco por la inseguridad, la delincuencia. Estas casas debemos rescatarlas. Aquí en la esquina de Gobernador está la casa de Francisco de Miranda”, señala.

La casa, que la tradición popular atribuye a Miranda, se encuentra bastante deteriorada. Otros vecinos ponen en duda la relación con el prócer. Dicen que esa zona se conoce como “Ciudad perdida”, debido al predominio de la delincuencia.

“Parte de la historia de la Caracas de los techos rojos se escribió en esta parroquia (Santa Rosalía), ya que funcionaba un taller de frailes dominicos donde se fabricaban las famosas tejas rojas de la ciudad; pese a desaparecer ese taller a principios del siglo XIX hoy se le recuerda con una esquina llamada El Tejar”, señala un apunte sobre la parroquia.

Luis Ramón Lara

Luis Ramón Lara, un guariqueño de Altagracia de Orituco, se la pasa en Santa Teresa en donde comparte con los amigos su gusto por la música criolla. Viste un liquliqui blanco y lleva un sombrero negro adornado con un escudo, el retrato de Bolívar y varias plumas de una lora que se le murió. Confiesa que su vida la ha vivido alegre, contento, sano. De Altagracia de Orituco se vino a Caracas con 10 bolivares en el bolsillo y una cajita en la que metió dos pantaloncitos, dos camisitas, un par de zapatos.

“Vine en 1962 y aquí estoy con 79 años”, comenta.

-¿Por qué usa liquiliqui?

-Como llanero, guariqueño y cantante. Toco el cuatro, la guitarra, las maracas y le meto al arpa.

El sirio Nader Ibrahim, en la esquina de Santa Rosalía, tiene en su zapatería, pegado a la pared, un retrato de Bashar Al Assad al lado de otro de Simón Bolívar. Los clientes y vecinos lo tratan con familiaridad y le gastan bromas como si hubiese nacido en el sector. Además de zapatos, repara carteras, bolsos y maletines y vende calzados usados. Sin rebajas.

“¿Te parecen caros estos zapatos (usados) en 750 bolívares soberanos? Con eso no compras ni unas cholas de plástico”, dice, negándose a atender la súplica de la rebaja.

T/ Manuel Abrizo
F/ Héctor Rattia