Caraqueños activaron las baterías de solidaridad  para sobreponerse al sabotaje eléctrico

Históricamente el pueblo venezolano se ha caracterizado por su capacidad de resistencia a las adversidades. Son varios los sucesos de los cuales ha salido airoso luego de sobrellevar y vencer con gallardía las pruebas impuestas, ya sean por la naturaleza o como consecuencia de las acciones egoístas de grupos o personas.

El pasado 7 de marzo, a venezolanas y venezolanos les tocó vivir una vez más un hecho que trastocó las paz y el normal desarrollo de las actividades en el país, una vez más, como resultado de las acciones insanas de individuos adversos al proceso venezolano. Sin embargo, tal y como ha sucedido en diferentes oportunidades, el pueblo se las arregló para lidiar con la situación y sobreponerse.

María Istúriz vive de Miranda a Maderero, en la parroquia San Juan. Cuenta cómo la comunidad del edificio El Silencio se organizó para sobrellevar la coyuntura provocada por el apagón eléctrico que afectó casi todo el país y cómo desde las primeras horas salió a relucir la solidaridad entre vecinos.

“Yo estaba preparada porque tenía el presentimiento de que algo iba a suceder”, explica Istúriz. “Tenía a la mano una lampara de kerosén, una linterna, yesquero, velones, fósforos, una radio y otras cosas que pensaba me podían ser útiles en caso de una emergencia de este tipo”, dijo.

Las precauciones tomadas por esta mujer ayudaron a enfrentar algunas necesidades de otros habitantes del edificio, quienes a su vez se despojaron de cualquier rastro de egoismo y como si de una cadena de favores se tratara compartieron “todo lo que estaba dentro de sus posibilidades”.

“Fueron noches largas pero gratificantes. Todos entendimos que en este tipo de circunstancia lo mejor es la ayuda solidaria entre vecinos, que lo mejor y más sano es colaborar con quien presente alguna necesidad”, manifiesta Istúriz.

En esta práctica de camaradería fueron diversos los artículos que pasaron de mano en mano: medicinas, harina de maíz precocida, velas, radios de pilas y hasta juegos de mesa para los más pequeños.

Relata que no fueron pocas las situaciones que causaron angustia en la comunidad, sin embargo, las manifestaciones de apoyo ayudaron a minimizar las preocupaciones, las cuales, en muchos casos, se diluyeron entre las risas de quienes se agruparon para ponerse al día con las informaciones o para escuchar cuentos e historias inspirados en temas diversos. “La gente toda se mantuvo en calma”, apunta.

Istúriz vive junto a 12 familias en un edificio de seis pisos, y dice que a todas ellas les brindó la ayuda que su fe de creyente en Cristo ordena. El apoyo no solo lo ofreció de palabra, también se manifestó de forma lúdico-didáctica mediante juegos de mesa de contenido bíblico.

“Los venezolanos debemos sentirnos orgullosos por vivir en un país tan hermoso y privilegiado como este. Aquí tenemos de todo, aun en los peores momentos hemos demostrado que gracias a la solidaridad estamos preparados para enfrentar cualquier batalla”, opina esta habitante de la parroquia San Juan.

“COMO EN LOS TIEMPOS DE ANTES”

A Félix Villanueva el apagón lo sorprendió fuera de casa, “al igual que a la gran mayoría”. Estaba en la calle, lejos de su hogar. No obstante, dice, no se dejó “invadir por el pánico”, pues, como él mismo expresó, “estoy hecho del mismo talante que el resto de los venezolanos”.

“De verdad que nos agarró de sorpresa esto del apagón, pero el venezolano no se queda dormido, está activo, está pila”, considera este vecinos del sector La Pradera de la parroquia La Vega.

En su memoria quedó fijada la imagen de los mechurrios que iluminaban las fachadas de las casas, y de las columnas de humo negro serpenteando hacia el cielo estrellado, un espectáculo que, debido a la contaminación lumínica de la ciudad, había sido olvidado por la mayoría de los caraqueños.

“La gente estaba en las calles conversando como en los tiempos de antes. Siempre tranquilo, pero activo. Subí caminando desde la carretera Negra hasta mi casa en La Pradera, y me sorprendí porque me encontré con mucha gente que nunca había visto. Gente que se mueve en un horario distinto al mío por lo que nunca coincidimos en las calles”, cuenta.

En la historia que Villanueva contó al Correo del Orinoco, “nunca” faltó el café. Por lo que se entiende, la aromática infusión siempre acompañó los quehaceres de él y de sus vecinos durante las horas de tertulias, en las que, acompañados de la luz de una lamparita de pilas, se transmitieron informaciones y relataron uno que otro cuento.

 

Quizá para muchos caraqueños una hora sin electricidad fue suficiente para advertir que el apagón del 7 de marzo pasado no era un corte temporal del servicio. Según Robinson Rondón, vecino de la urbanización Raul Leoni de Casalta 3, su respuesta instintiva fue buscar velas y fósforos, a pesar de que todavía el sol hacía su trabajo en esta parte del planeta.

“Una vez que se va la luz, recogí las velas, los pedazos de vela, fósforos y yesqueros que tenía guardados y los dejé a la mano. Más entrada la noche, mis dos hijos buscaron la manera de comunicarse con mi esposa y conmigo. Creo que el reunirme con ellos fue uno de los aspecto positivos que resaltaría de esta emergencia porque a pesar de que ellos viven en un sector cercano a nuestra casa, los vemos muy poco, casi siempre hablamos por celular o nos enviamos mensajes de textos”, comenta Rondón.

En el caso de Rondón, el sabotaje al Sistema Eléctrico Nacional forzó un reencuentro familiar. Sostiene que durante los días en los que se extendió la emergencia hubo más comunicación entre sus parientes, ya que todos se preocupaban por el estado de cada uno y colaboraban para mantenerse informados.

“Esto trajo como consecuencia que mis hijos se comunicarán, se presentaran en físico a ver cómo estábamos nosotros, y nosotros enterarnos cómo estaban ellos. Algo que no hacen con regularidad. Creo que hubo más acercamiento. En ese sentido, el sabotaje trajo como consecuencia la unión entre la familias”, sostiene Rondón.

Otro aspecto que destaca es el acercamiento con sus vecinos. Una relación que también salió fortalecida como consecuencia de la contingencia. “Entre la comunidad hubo intercambio de cosas. Eso me hizo recordar mi niñez en el estado Anzoátegui, cerca de Barcelona, cuando mi mamá me mandaba a la casa de los vecinos a pedirles que nos prestaran un poquito de sal, de papelón o de maíz. Un tiempo en que el trueque y el intercambio era algo que se practicaba en el día a día”, cuenta.

UN PUEBLO PREPARADO

A Víctor Carrillo le resulta irónico el hecho de vivir en el barrio La Luz de la parroquia La Vega. Este entrenador de atletismo en el Estadio Brígido Iriarte considera que a sus 73 años todavía es inocente, por lo que forma parte del grupo de personas que se encuentra bajo la protección del Supremo. “Al inocente lo salva Dios”.

“En la tarde estaba en el estadio esperando a los muchachos y lo menos que me imaginaba era lo que iba a pasar. Termine el cheque de los atletas y me fui para el barrio. Llegué a la casa e inicié mi rutina de todos los días, prendí el televisor y este no respondió. Llegó la noche y pasaron las horas. Era casi de madrugada cuando pensé que tal vez habían tumbado el Gobierno, porque esa era la oportunidad ideal para los opositores. Yo no sabía nada de lo del Gurí. Al día siguiente me paro a trotar como lo hago todos los días y me sorprendí de lo sola que estaba la calle, todo era silencio, ni transporte ni nada”, relata.

Carrillo considera que la situación afectó principalmente “a los que nos están acostumbrados, a los que han vivido siempre de papá y mamá”, sin importar la clase social. “Yo he cargado agua, no es la primera vez que prendo una vela, sé como llenar un perolito de kerosén y prender una mecha. Lo bueno del pobre es que siembre toma su precaución, tiene sus velas guardadas y reservas de agua por si acaso. Uno está preparado”, asegura.

T/ Romer Viera Rivas
F/ Luis Graterol
Caracas