La palabra que te (d)escribe – Rubén Wisotzki |Carlos Noguera: “Yo escribo, simplemente, escribo”

El escritor, psicólogo y profesor, autor de reconocidas novelas como Historias de la calle Lincoln, Juegos bajo la luna y La flor escrita, y que dirigió en los últimos años los destinos editoriales de Monte Ávila Editores, ha dejado de escribir en su propia vida. Hombre de palabra ajeno a la estridencia, de reconocidas formas ciudadanas, intelectual de acera y no de torre de marfil, se sentará en otro café de este universo para observarnos mientras lo extrañamos

1.

Adiós. Por ahí hemos leído que quien nunca ha dicho adiós nunca ha vivido. Y nosotros hemos vivido tanto. ¿Quién quiere vivir tanto, querido Carlos?

2.

En casos como éste, en el que muere alguien tan querido, lo más recomendable es que se abandonen las formas, la solemnidad, es decir, abandono el plural, que es lo que manda, dicen, el buen estilo periodístico, y se asuma el singular, el propio, el mío, porque cuando muere alguien tan querido, también muere un poco uno, y nosotros hemos vivido tanto. ¿Quién quiere vivir tanto, querido Carlos?  También se abandona un poco bastante el cuidado gramatical, la sintaxis, y todas las reglas existentes del buen escribir porque, anulado el cerebro y con él, o antes, las manos, se escribe desde el corazón y el hígado, y es que si muere alguien tan querido en el mundo de las letras, los sentimientos salen a su encuentro más en las calles y los pasillos que en sus libros.

3.

De lo que más conozco de Carlos, además de sus libros, es Juliana, es decir, que lo conozco mucho. Juliana Boersner, quien le ha leído en años sus mayúsculas y minúsculas, quien seguramente le ha regalado comas, y hasta paréntesis, pero nunca un solo punto, es su grito hermoso que le susurra.

4.

Los que llegaron tarde a la historia bohemia de la calle Real de Sabana Grande tuvieron que conformarse con algunas pocas luces que aún titilaban en medio de la creciente oscuridad. Raúl Bethencourt, el librero dueño de Suma, en primer lugar, siempre; y después de él, poetas, tantos creídos poetas, tantos con poemas a cuestas, tantos poéticamente poetas, tantos que no hay en el fondo Producto Interno Bruto que pueda con ellos; algunos músicos, actores y artistas visuales, seguramente; y siempre seguro, infaltable, Carlos, quien no faltaba a su cita, al caer la tarde, de cumplir su ritual del escribir; todos ellos de pie, aunque sentados, casi despaturrados, defendiendo algo fundamental: ser ciudad.

5.

“Para un novelista, la clave está en escribir diariamente. Yo terminé de escribir ‘La flor escrita’ en 1997, pero en el entretanto no he dejado de escribir. Tú me has visto en Sabana Grande. Yo escribo, simplemente, escribo”. (Confesión periodística a este servidor en 2003).

Aquí hay que hacer un alto. Es un alto importante, diría uno, en este texto escrito con los pies, que es adónde van a parar el corazón y el hígado cuando con Carlos se ha vivido tanto, porque quien habla no escribe, quien camina no escribe, quien bebe no escribe, quien duerme no escribe. Quien observa, escribe.

6.

No hay duda que los buenos escritores son definidos por su palabra escrita, pero los grandes escritores son definidos por su palabra escrita, por su palabra oral, por su palabra susurrada y, también, por su palabra callada. En días de estridencia, Carlos optó por las dos últimas. Y, en ese mismo tono, nos confesó un día: “Yo tengo tanto cuidado por la palabra hablada como por la palabra ‘culta’ o ‘académica”.

7.

“Hay un empeño en vender una literatura que ni siquiera puede catalogarse de ‘suave’, quizás buscando con ese argumento que sea leída por más personas. ¡Pero es que ni siquiera se logra eso! ¿Quién gana con todo esto? Y no son casos azarosos, no son casos aislados, no son esos casos en los que se podría decir que se equivocó el jurado, o que se equivocó la editorial al promoverlo. ¡No, nada de eso!”

“Dicen que es un problema del mercado”, le respondimos esa mañana de 2003, a la espera de su reacción, para provocarlo, para atizarlo, para intentar desestabilizar su certeza (mañas del periodismo para que el entrevistado saque sus mejores argumentos, en el afán de ofrecerle al lector el lado más agudo del que emite opinión).

Y algo se logró en ese sentido, con la modestia o inmodestia del caso, ya que respondió: “Yo no lo creo. El mercado siempre ha estado allí. ¿O acaso Jorge Luis Borges no entra en el mercado del libro? Estamos hablando, sencillamente, de una manipulación del mercado, hecha por gente que no es precisamente Carlos Barral (n.r.: uno de los grandes editores españoles del siglo XX), por nombrar a alguien eminente que manejó el mercado del libro. Es gente que no entiende qué es ganarse la vida vendiendo libros. Lo único que quieren es ganar dinero. Para ellos, lo mismo da vender un libro que una salchicha. Es decir, no tienen vocación. Las concesiones que hacen solamente son basadas en ventas garantizadas de escritores consagrados. Siendo este panorama así, ¿qué lugar hay para los que estamos del lado de la literatura? ¿Qué lugar hay para quienes estamos defendiendo la literatura?”

8.

De esos planteamientos, que eran inquietudes de muchos (recordemos que estamos en 2003), surgen otras miradas en torno al tema del libro, del autor, de las editoriales, de la promoción de la lectura, del mercado del libro, surgen nuevas políticas. Una de ellas, fundamental en torno a las reflexiones de Carlos ya citadas, es la de crear un sello que procure colocar al autor venezolano en el sitial de las reales oportunidades. El sello El Perro y la Rana nace para leer y para que sea leído el autor venezolano. La colección Cada Día un libro nace para brindar oportunidades de publicación a autores inéditos, muchos de ellos rechazados por las casas editoriales privadas, muchos de ellos relegados por no contar con una trayectoria reconocida, muchos de ellos, muchos de ellos deseosos de comunicar y ser comunicados. Carlos, de un modo u otro, de manera directa o indirecta, forma parte de ese sueño.

9.

En otra oportunidad, blandiendo siempre uno la provocación (ahora, con el paso del tiempo, y que se disculpe la digresión, hay que ver qué pendejo era uno y lo que queda aún de eso en las pocas células vivas y bien nutridas que quedan), le preguntamos que para cuándo la gran novela venezolana, que cuándo llegaría, su respuesta fue contundente:

“¿Acaso Rómulo Gallegos no la escribió ya? Yo pondría a Rómulo Gallegos en una lista selecta con ‘Doña Bárbara’ o ‘Canaima”.

10.

Su novela “La flor escrita” fue presentada por tres escritores venezolanos, no importan aquí sus nombres, pero sí importa que los tres, y como bien dijo Carlos, “eran de diversa profesión de fe política”. Un detalle quizás, en otras épocas del país, un gesto importante para esta época. Por eso queda cortan las reseñas periodísticas que, al informar de su despedida (¿quién quiere vivir tanto?), arrancan desde la fría aseveración que la literatura venezolana ha perdido a uno de sus escritores. No, ha perdido más, mucho más que eso. La literatura y el país ha perdido mucho más en su adiós, ha perdido un hombre respetable que respetaba, un ciudadano molesto y afectado con las divisiones, un intelectual que defendía que “la cultura es una sola”.

11.

En el plano estrictamente literario fue, como autor, finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos; pero como si esto fuera poco, fue además, cuando le tocó el deber de ser jurado, uno de los miembros que eligió, con mirada propia del lector crítico, avezado y riguroso, a “Los detectives salvajes”, del chileno Roberto Bolaño, como merecedora del galardón, obra que luego, y no antes que el de Caracas, merecería grandes reconocimientos a nivel internacional y, que a juicios de muchos críticos reconocidos, establecería una ruptura, un hito de un antes y un después en la literatura latinoamericana gracias a su descomunal calidad.

12.

Esto lo debieron sentir muchos: cada vez que Carlos llegaba a una reunión de trabajo en los últimos tiempos, con su boina y su sonrisa, es que había logrado, una vez más, siempre una vez más, prorrogar su despedida. Era un deseo silencioso, grupal, colectivo, que en algún momento su humanidad atravesara la puerta, y cuando lo hacía todos vivíamos tanto en él y con él.

13.

A riesgo de ser reiterativos, recordaremos que en reuniones de trabajo, en las que confluían los directores de otras editoriales estatales, entre otras personalidades, lo más probable era que las pasiones se encendieran bajo la defensa de un argumento. Carlos prefería conciliar las voces a separarlas unas de otras.

Incluso cuando con Juegos bajo la luna llegó a ser tomado en cuenta seriamente por el jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, su palabra prefirió la mesura, la discreción, dejando que fueran los demás los que elogiaran sin reservas su obra. En su opinión, nos confesó, todo lo que tenía que decir en torno a ese libro estaba dentro de él y no fuera de él.

14.

“Desde el apartamento ves los reflejos brillantes de las primeras luces sobre la avenida. Ha cesado la lluvia, Adriana, y ahora el sonido que escuchas te llega desde el baño: te tranquiliza intuir la presencia de su cuerpo bajo la ducha y saber que te acompañará ahora, esta noche, y muchas otras noches del futuro. No te preguntas dónde terminará esto y sabes que de nada valdría intentarlo. Apenas te encuentras extraña, agotada, y por momentos sientes todavía la impresión irreal de tener un cuerpo al lado tuyo: un cuerpo que ahora conoces bien y que estuvo todo este tiempo llegándote a retazos, con cautela, casi escondido detrás de las tazas y los sobrecitos de azúcar en largas conversaciones de cafetín, en las tardes de compras por la Calle Real de Sabana Grande o en los sorbos de los yintonics para apagar el aburrimiento o la emoción súbita: la presentación, la primera cita cómplice, la duda, el primer roce, enjabóname la espalda querida, y una risita que te viene desde el baño y luego un chistecito sobre el jabón y tú vuelves a pensar diez años antes o una hora antes, qué más da, y todas las imágenes siguen llegándote juntas, como en una tira cómica.

—¿Lista, querida? ¡Adriana, te estoy hablando! ¿Qué te pasa? —Te dice mientras sale del baño, secándose, mirándose coqueta en el espejo.

—Lista, querida —le contestas sonriendo, y te apresuras y le alcanzas la falda y las sandalias.

Ella se sienta al borde de la cama, ven, y tú te acercas, Adriana, mirándola largamente antes de besarla.

Entonces cuando desperté papá se había ido y mamá no había llegado y ya era de noche y yo sentía mucho frío porque estaba desnuda y como toda mojada, así, entonces agarré a Marielita que estaba dormida con el ojo que le quedaba y no tengas miedo, le dije, pero yo no tenía ganas de decir eso, yo de verdad lo 1que tenía era frío y unas ganas horribles de morirme”.

(Historias de la calle Lincoln, editorial Monte Ávila Editores latinoamericana, Caracas).

El anterior fragmento comen1zó a circular, al saberse su adiós, por las redes sociales entre los que apreciaban a Carlos, como si fuera una suerte de oración, de lectura de despedida, de sentido homenaje. El escritor, llámese Carlos o no, siempre contará con la fortuna de quedar entre los otros gracias a su palabra. Pero algunos quedarán mejor escritos gracias a su don de gente. Carlos, entre ellos.

15.

Y también el autocrítico y crítico rodó en una entrevista que se le realizara y que trascendió, una vez más, a través de las redes sociales: “Las librerías privadas, perdóname que te lo diga, no aceptan los libros de Monte Ávila. Y no te estoy hablando de un libro de Noam Chomsky o del Che Guevara. Hay una necesidad de control de cambio. Eso lo acepto, lo entiendo y lo defiendo, pero el libro es un objeto diferente. Hay que ser un poquito más tolerante y comprensivo con la cultura. ¿Se puede flexibilizar? Creo que sí. Los retos que está planteando Venezuela en la integración del Mercosur tendrán que ver con eso. Esto va a tener que ser reconsiderado. Hasta donde sé, en este momento eso se está estudiando”.

16.

Quien olvida se olvida, y corre el riesgo de ser olvidado, o de ser olvido. Carlos trabajó en Fundacredesa, institución dedicada a estudiar las condiciones de vida de la población venezolana, por más de 26 años. Cuando este proceso político llegó al poder, desde el exterior le preguntaron por el país y su opinión ante los próximos acontecimientos. “Yo contesté ubicando al entrevistador, que no sabía nada de nuestra situación. Le dije, comparando a Venezuela con otros países, como Suecia, Bélgica o Inglaterra, que teníamos la pirámide invertida. Es decir, que aquí hay 40 por ciento de pobreza crítica, 40 por ciento de pobreza relativa y el 20 por ciento restante en otro estrato. En otros países, la carga social es de 20 por ciento de desposeídos y 80 por ciento de clase media o productiva. Imagínate por un momento, le contesté al entrevistador, si a uno de esos prósperos países llega un mago perverso y cambia la relación. ¿Qué haría, por ejemplo, la reina de Inglaterra? El entrevistador me contestó que se declararía emergencia nacional. Pues bien, eso es lo que nosotros tenemos: una emergencia nacional”.

17.

Sus últimos días los vivió, como se suele decir, sumido en la llamada pérdida de conocimiento, aunque en realidad no es que el conocimiento se pierde, o se pierda, mucho menos el de Carlos, sino que se marcha a que lo conozcan en otra parte, a que en otros paisajes disfruten todo lo conoció y describió en los suyos, en los nuestros.

18.

Se fue y me debe un café. Me quedé y le debo un café. Nos lo prometimos mil veces y mil veces lo tumbamos. Y ahora, que llego tan tarde con este café escrito, me siento, por encima de todas las cosas, muy lejos de su calle. Nada peor que un café escrito que se queda frío. Cuando el periodismo llega tarde a su cita será cualquier cosa, menos periodismo.

19.

Con el debido permiso, o perdón, de sus familiares, hoy jueves, no iré a sus oficios fúnebres. Iré, antes de que caiga la luna llena sobra la ciudad, a buscar la calle Lincoln, al encuentro de Carlos, en su atardecer, porque hoy más que nunca necesito que me responda.

20.

¿Quién quiere vivir tanto? ¿Quién?

Texto/Ruben Wisotzki