Chavismo: la insoslayable presencia de lo sobrenatural

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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No me gustan las ciencias ocultas, porque nunca las encuentro”

Pedro Reyes / El rey del absurdo

Apenas conocidos los resultados de las elecciones regionales, el connotado terrorista Freddy Guevara le salió al paso con su proverbial “inteligencia” a las voces que desde la oposición aceptaban los números que la presidenta del Poder Electoral, doctora Tibisay Lucena, presentaba aquella noche como definitivos.

A esa hora, el único que gritaba “¡Fraude!” sin la más mínima prueba de su infundio, como es ya tradicional en la oposición venezolana, era Gerardo Blyde, jefe del Comando de Campaña de la mal llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que agrupa a los inefables líderes del antichavismo en el país.

La recién electa Gobernadora del estado Táchira, jefa máxima de la oposición en esa localidad, vociferaba en su primera declaración frente a la prensa que ella no se había pronunciado antes de ese momento por no poseer evidencia: “Yo reconozco la evidencia que tengo en la mano… Ya tenemos la evidencia; asumimos porque tenemos la evidencia. Y vamos a acompañar todas las denuncias de los Estados donde, a pesar de existir la evidencia (SIC), se haya vulnerado la voluntad el pueblo”, decía en su atribulada declaración, dejando claro que el único lugar donde respetaría los resultados electorales sería sola y exclusivamente aquel donde ella obtuviera el triunfo.

Exactamente los mismos términos usados por el también recién electo Gobernador, pero del Estado Zulia, Juan Pablo Guanipa, quien anunció categórico que se sumará a las impugnaciones de absolutamente todos los procesos electorales, a excepción del que lo favorece a él porque… en su Estado no hubo fraude.

Guevara, cuyo partido no estuvo ni cerca de ganar en ninguna localidad, puso entonces en su cuenta Twitter que “la trampa no está en las actas (las tenemos). La trampa ocurre antes, y es un proceso más sofisticado que requiere auditoría internacional.”

Una idea tan retorcida de ridiculez pura, que me hizo comprender por fin el desespero de los opositores que integran mayoritariamente la mesa en la que me corresponde votar, en el Municipio más opositor del país, cuando saltaron frenéticos para tratar de impedir que yo me tomara la foto que tradicionalmente se toma uno para dejar constancia de su participación en la jornada cívica que representan las elecciones en Venezuela.

La foto (que por supuesto tomé por encima de las berraqueras de los escuálidos que ahí se arremolinaban para obstaculizar mi derecho a hacer lo que absolutamente todo el mundo hace ese mismo día a lo largo y ancho del país) entrañaba para aquellos pobres seres aterrados por el aura diabólica que seguramente veían desprenderse de mi serena humanidad, la irrefutable prueba de la perfidia con la que los chavistas alteran los resultados electorales. Por eso tenían que impedir a toda costa que yo me hiciera aquella “peligrosa” selfie.

 No saben cómo, no saben de dónde, no tienen idea de la forma en que el comunismo se multiplica dentro de las máquinas electorales, pero entienden que su deber es acorralar a todo aquel que ellos intuyan como chavista, para frenar mediante cualquier tipo de malabarismo el maléfico artificio de tramposería que ellos, con su más entera convicción, les suponen.

No puede ser sino a través de una triquiñuela muy perversa, dirán para sus adentros, urdida según ellos por la mente cochambrosa de los diabólicos agentes del G-2 cubano, como puede explicarse que en toda elección que se lleve a cabo en el país los números siempre hagan aparecer gente que no existe, gente horrible que ellos jamás han visto en ninguna parte, y desaparezca a la que en efecto Dios sí trajo al mundo, con toda seguridad, en forma de sociedad civil. Ningún otro comportamiento humano sobre la tierra es hoy tan arrogante y prepotente.

Deber existir algún prodigio de la lógica cuántica que le permita a la sociedad civil del este del este comprender el absurdo fenómeno de la conversión del voto mayoritario opositor en votos indeseables apenas ingresa a ese pavoroso sistema, que de tantas auditorías que se le hacen ha terminado convertido más en incredulidad del alma que en certeza de los sentidos.

No puede haber tanto “marginal hediondo”, al decir de la señora D’Agostino, ni tanto “malviviente”, al decir de Ramos Allup, ni tanto “negro sudoroso”, al decir de Ocariz, en un mismo territorio. La naturaleza no puede haberse descarrilado tanto como para permitir tan desproporcionada aberración.

Para ellos, tiene que ser obra del demonio. Algún incompresible desequilibrio de lo natural tiene que estar descomponiendo el universo, que la constante más persistente en el sistema electoral venezolano es la de la presencia chavista en cantidades inaceptables para su tan particular capacidad de raciocinio.

Para nada se les pasa por la mente que la imbecilidad de sus líderes cada vez que abren la boca para decir barbaridades o contradecirse de un día para el otro; que cada engaño que les es develado, uno tras otro, día a día; que cada torpeza (como la de prometer “ingeniosos” sistemas para la reutilización de los barriles de petróleo con los que se contabiliza el crudo); que cada ridiculez (entre las miles que acumula ya ese mismo grupito dirigencial), podría tener algo que ver con la desproporción numérica que tanto les alarma.

No se les ocurre ni por casualidad que algo tendría que ver la ineptitud demostrada con sus decenas de convocatorias fallidas a huelgas inexistentes; a trancazos de puro infortunio; barricadas de autosecuestros demenciales; asesinatos de civiles y de funcionarios a mansalva (grabados por cientos de celulares y cámaras que desbordan las calles hoy en día).

Que la feria vendepatria que han montado por el mundo ofreciendo las riquezas del país henchidos de complacencia rastrera, como si de una caja chica de su particular peculio hubiesen brotado, pudiera indignar a uno que otro de sus propios militantes. Incluso a cientos o a miles de ellos.

Que quizás a la gente no le gusta que le liberen los precios a los productos, como clama esa dirigencia en su discurso antichavista cuando habla de “cambiar el modelo”, sino que hasta su propia gente implora por los viejos controles y regulaciones que la derecha se antojó en eliminar con la anarquización de la economía y con la inflación inducida a la que ha jugado por casi un cuarto de siglo para intentar acabar con la Revolución Bolivariana.

Que muy probablemente la gente sepa sacar cuentas y concluya con criterio propio que los culpables de la escases de alimentos y medicinas sean quienes le ruegan permanentemente al mundo el bloqueo económico contra nuestro país.

Exigen reforzamientos de todo el proceso, y reforzamientos del proceso se les conceden. Incluso los más arcaicos métodos de verificación, como el de la marcación con tinta indeleble (hoy totalmente en desuso), han debido incorporarse en algún momento para despejar toda sospecha de vulnerabilidad o posibilidad de alteración de los resultados electorales. Auditorías de constatabilidad y aseguramiento que desbordan infinitamente todo lo científicamente aceptable, antes, durante y después, forman parte integral del sistema. Pero la convicción más absoluta de la oposición es que hay fraude.

Cargan sobre sí la penuria perpetua de lo sobrenatural que no comprenden. Pero que tienen muy claro que hay que desterrar, con su tenaz concurso, de la faz de la tierra y para siempre.

Por eso esta misma semana aprobaron por unanimidad en la Asamblea Nacional un acuerdo en rechazo a los resultados de esa histórica elección en la cual se desbordaron todos los records de participación para un evento de esa naturaleza en el país. “¡Hay que cambiar el sistema!”, gritó Guevara en su derecho de palabra, añadiendo tajante: “Las condiciones electorales de este 15 de octubre eran las mismas del 6 de diciembre (del 2015) cuando fuimos electos… ¡Contra eso combatimos!”.

Es decir; solo será perfecto un sistema en el que gane únicamente la oposición. Exactamente igual al del inefable Mariano Rajoy, líder y mentor principalísimo de la oposición venezolana, para quien las elecciones serán válidas y legítimas solo si son para reafirmar a los borbones en el trono. De resto, serán ilegales y como tal debidamente reprimidas.

Vaya clase de demócratas.

@SoyAranguibel