Por Marcelo Barros|El clima no espera (Opinión)

Hace pocos días, concluyó la 14ª conferencia mundial del clima en Varsovia (Cf. Correo del Orinoco, domingo, 24/ 11/ 2013). Allí delegaciones de 200 países buscaron un nuevo acuerdo sobre los cambios climáticos en el mundo. Ese documento quiso ir más allá del Protocolo de Kyoto en 1997 y lograr la adhesión de los países que más contaminan la atmósfera.

Desde setiembre, la ONU y otros organismos internacionales emitieron diversos informes sobre la situación del calentamiento global. Según los datos, los efectos del aumento de la temperatura en el planeta se revelan de forma cada vez más fuerte y frecuente.

No se puede comprobar que el calentamiento global sea la causa directa del huracán y de las inundaciones que ocurrieran en Filipinas, Cardeña y otras regiones del mundo. Sin embargo, los ciclones se forman cuando el mar llega a cierta temperatura y las encuestas muestran que en los últimos años el nivel del mar ha subido mucho.

La frecuencia de esos fenómenos ha sido tan seguida y la intensidad tan fuerte, que la humanidad ya no puede esperar pacientemente soluciones de los gobiernos poderosos del mundo.

En el sistema capitalista dominante la mayoría de los gobernantes se limita a firmar documentos que proponen cambios más simbólicos que reales. Y aun firmados, los documentos solo entran en vigor después de dos años y por un tiempo restringido.

Es urgente impedir el aumento de dos grados centígrados en la temperatura mundial, ya que, según los científicos, de ocurrir esto la situación climática se hará catastrófica.

Un problema grave de la crisis ecológica es que unos destruyen la naturaleza y otros sufren las peores consecuencias. Son los países ricos los que más contaminan el aire y provocan el calentamiento de la Tierra, pero quienes más sufren las consecuencias de eso son los pobres del mundo. Quien habita en las regiones de más riesgos son siempre los más empobrecidos.

En América Latina los pueblos indígenas y las organizaciones sociales saben que no pueden esperar mucho de los gobernantes del primer mundo.

Por eso, con el apoyo de los gobiernos populares de nuestra región hacen sucesivos encuentros para salvar a la Madre Tierra. Luchan contra las compañías multinacionales que dominan la agricultura y contra la difusión de semillas transgénicas y venenos agrícolas.

Antes de ser una fiesta cristiana, la Navidad conmemoraba el solsticio del invierno en el Hemisferio Norte y la vida que volvía a renacer. Hoy, frente a la crisis ecológica que amenaza el planeta, la fiesta de Navidad debe unir a la memoria de Jesús, la dimensión de cuidado con la tierra, el agua y toda la naturaleza que nos rodea.

irmarcelobarros@uol.com.br