A desalambrar |Malas palabras (Opinión)

Desde la infancia aprendemos que el idioma dispone de buenas y malas palabras. Con las primeras nombramos cosas sensibles y nobles, ordinarias o comunes. Con las segundas, se señalan objetos y personas indeseadas, incomodas, indebidas… Por ello, desde la casa y la escuela se libra una verdadera batalla por enseñar que en el hablar, el bien y el mal también están presentes. Sin embargo, si en la determinación de las categorías de palabras influyen a largo tiempo los pueblos, en el corto son las academias que dictan los Diccionarios, en los cuales se dispone qué significa cada combinación de grafismos y sonidos.

Ahora bien, más allá de ser buenas o malas, algunas definiciones pueden ser profundamente injustas, discriminatorias y hasta ofensivas. Ocurriendo que los diccionarios se suelen dar pocas veces por enterados de los procesos sociales. Así, vivimos en un mundo que nos enseña que las palabras son como son y pocas veces alguien se obstina con estos temas.

En el mes en curso, en España, esto ocurrió. Se trata de las organizaciones de gitanos reclamando la manera despectiva en que son definidos, en la cual se les asocia con seres “de malos hábitos y dudoso vivir#, lo que constituye una discriminación evidente, manifiesta, injusta y contraria a todos los paradigmas de igualdad que en teoría soportan nuestra modernidad.

Ante este hecho, los medios del mundo al revés, acusan a los gitanos de agredir a la Academia y desmerecen un derecho tan vital como a ser tratados colectivamente con respeto.

Revisando el Diccionario de la Real Academia Española, en su 23.ª edición,publicado en octubre de 2014, con algún detenimiento, existen varias palabras igual de ofensivas que miran los pueblos del mundo. Así, “indio” en su quinta definición es inculto; en el vocablo “mujer” más de tres veces refiere que puede referirse a quien ejerce la prostitución.

Estos conceptos que pasan bajo la solemnidad que merecen los textos de referencias no hacen sino ignorar todos los movimientos, que desde las calles hasta las cumbres se levantan para romper las construcciones de un imperialismo epistemológico que ciega las posibilidades de otros mundos con modelos supuestamente neutros.

Es esta neutralidad, llamada cultura, historia, biología la que justifica que existan pueblos prósperos y atrasados; ricos y mendigos; sexos fuertes y débiles. Justa la causa primera de como reivindicamos hasta el elemental derecho de molestarnos o enamorarnos, con las palabras como lo planteó desde Panamá el presidente Nicolás Maduro.

T/ Ana Cristina Bracho