Con la Locaina hasta el fin del mundo

Los cultores de esta tradición de más de 200 años retornaron a sus hogares luego de ocho o siete días consecutivos de bailes y pagos de promesa en los poblados del noreste de Portuguesa. El 28 de diciembre, en un colorido festejo, se dieron cita en Agua Blanca. Este año esta fiesta se vio beneficiada por la mayor disposición económica de los “promeseros” en contraste con el año anterior

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Olga Pérez, Clemente Cinencio López y Salvador García comenzaron desde muy niños a salir, participar, o lo que ellos llaman “jugar con la Locaina”. Ella contaba nueve años y los dos últimos doce. Los tres, ya adultos mayores, se encontraron de nuevo en la plaza Bolívar de Agua Blanca, frente a la iglesia, donde todos los 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, se concentran las cuatro locainas del estado Portuguesa en una especie de cierre de temporada, que comienza con el primer baile o pago de promesa el 20 o 21 de diciembre y se extiende, todas las noches un baile, hasta el 27 de diciembre y el amanecer del 28,cuando se dirigen a Agua Blanca, localidad del estado Portuguesa. Allí se reúnen los grupos y desfilan por las calles hasta llegar a la iglesia, donde asisten al oficio religioso. Luego, en otra caminata, acompañados por los grupos musicales respectivos y el colorido de las banderas o pabellones, se dirigen a la sede central, ubicada en el sector La Manguera.

Doña Olga, Cinencio y Salvador García acumulan todo un anecdotario y un bojote de experiencias en tantos años con la Locaina, a la cual se mantienen fieles, sin que los años traigan ganas de apartarse. Parados en una esquina de la plaza, mientras concluye la misa, relatan pasajes que se complementan con el aporte de la chispa de cada quien.

De las cuatro locainas se informa que están numeradas: la de Agua Blanca es la número 1, la Locaina de El Hato, con sede en San Rafael de Onoto, es la número 2, Gavilán, del sector Chaparrito, es la número 3 y luego Chaparral, que es la número 4.

Al poblado de Agua Blanca, capital del municipio epónimo, ubicado a medio camino entre San Rafael de Onoto y Acarigua-Araure, en el estado Portuguesa, se le tiene como casa matriz de la Locaina, que es una sola, pero que fue dividida en cuatro grupos para atender los pagos de las muchas promesas y bailes solicitados en los pueblos cercanos, incluyendo Apartaderos, localidad del estado Cojedes, fronteriza con San Rafael de Onoto.

Este año la Locaina 3, del Hato, faltó a la cita por el fallecimiento el 28 de diciembre de doña María Bertina Burgos, primera pabellonista y una mujer insignia de este grupo de San Rafael de Onoto.

La Locaina

De acuerdo a crónicas publicadas en el Correo del Orinoco, esta festividad es una tradición portugueseña en la que se pagan promesas y se les rinde culto a los Santos Inocentes. El registro más antiguo se encuentra en la fundación del cantón de Araure de 1716. Allí se recomienda a los padres jesuitas continuar con la tradición de las locainas como parte del proceso de adoctrinamientos de los indígenas. En 1890 se tiene el registro en Agua Blanca en el que se concede un permiso para el baile de Locaina.

La Locaina posee una estructura jerárquica de mando y responsabilidades . Además, un conjunto de normas, reglas y leyes, penas y sanciones para los infractores, y hasta un vocabulario propio: la casa es el “mogote”, aguardiente es “creolina”, ebrio o borracho, “encreolinado”, oído, “capotera”, el sombrero, “camaza”, la “gran montaña” es la jefatura de policía más cercana, la comida, “puñalada”, el “burro” o cepo, colocado en un extremo del patio, es un compuesto de madera con dos gruesos listones con varios huecos a lo largo por los cuales se introduce el tobillo del infractor, de manera que queda inmovilizado al calzar o juntarse los dos listones. El baile y pago de promesas se ejecutan de acuerdo a un ceremonial.

Los instrumentos musicales también tienen una denominación particular: el cuatro, el “gritón”, la guitarra, la “gritona”, la tambora, la “barrigona”, las maracas, los “capachos”.

En las locainas se llevan cuatro muñequitos, generalmente portados por niños, adheridos a un palo. Estos muñecos son movidos por una cuerda. Llevan los nombres de don Cayetano, Juan de Dios Rumbos, doña Simona, doña Catalina.

Jerárquicamente la Locaina se estructura con una directiva mayor de cuatro miembros, con un presidente, un vicepresidente, un secretario y el fiscal. Cada grupo de Locaina posee a su vez dos cari cari que la dirigen. Al primero y segundo cari cari le siguen los oficiales, que cumplen funciones y responsabilidades específicas. Entre los oficiales están el de tropa, el oficial de banda, un oficial de muñecos, los oficiales de puerta, que controlan el acceso al patio.

En el interior de la casa donde se realiza el pago de promesa los oficiales de la Locaina, frente al altar con los nichos de los Santos Inocentes, se ponen las jinetas o distintivos, se colocan en la cabeza la “camaza” adornada con cintas o plumas, se cruzan la banda por el pecho, agarran la vera o garrote, en el caso de los hombres, y salen al patio a velar porque se cumplan las “leyes de don Cayetano” y que todo salga en orden. El que trasgreda las leyes y reglamentos es enviado al burro o cepo, y si se pone altanero y retrechero puede ser llevado a la fuerza a la “gran montaña”. En casos extremos, se somete y se le amarra en un tronco hasta que se le pase la calentura o el “encreolinamiento”. A las diez de la noche, bajo una luna redonda y luminosa, soplando un viento fresco, las parejas disfrutan del sabroso joropo ejecutado por músicos ubicados en una esquina del patio en una especie de corralito. De cuando en cuando un hombre echa agua al patio de tierra para aplacar el polvero.

El promesero o promesera, dueña o dueño del “mogote”, cubre los gastos de acondicionamiento y alumbrado del patio, así como de la comida (generalmente un hervido o sancocho) y bebida que se reparte a los miembros de la Locaina, a los músicos, allegados y personalidades presentes.

El baile concluye al amanecer. En la mañana, los músicos y acompañantes, después de meterse una “puñalada”, salen por los caseríos o barriadas, de casa en casa, a recoger la limosna hasta el atardecer. Al mediodía, miembros de la Locaina se dirigen al próximo “mogote”, donde está previsto el pago de promesa, apuntada para esa fecha, de acuerdo a un registro de peticiones hecho en noviembre.

Locaineros

Olga Pérez tiene 55 años de edad, Cinencio López pasa de los sesenta y Salvador García anda en los 80 años. Los tres llevan toda una vida manteniendo viva esta tradición asentada, según viejas crónicas, desde hace más de 200 años, en el costado oriental del estado Portuguesa, sobre todo en los poblados de Agua Blanca, San Rafael de Onoto y Potrero de Armo.

Doña Olga, santera de los cuatro grupos, cuenta que comenzó a salir con la Locaina como pago de una promesa: “Yo no caminaba. Tenía problemas con la columna y los Santos Inocentes me hicieron el milagro para que yo caminara”.

Confiesa que siempre la han tratado con mucho respeto. Ha sido muñequera, pabellonera, oficial, entre otros cargos.

Cinencio López asienta que la Locaina no la deja nunca; solo la muerte lo apartará de su lado.

“Mi familia y todos los que andan aquí tienen que enterrarme con la Locaina; no quiero rezandero”, asevera.

Añade que a pesar de que anda ciego sigue con la Locaina.

“En este momento no sé con quien estoy conversando. Sé que es una personas que hace preguntas, pero no sé quién es”, dice.

Salvador García recuerda esos recorridos a pie por varios poblados a los que la Locaina acudía para que los devotos pagaran sus promesas a los Santos Inocentes. El 20 o el 21 de diciembre la Locaina de Chaparral, la número 4, partía de Potrero de Armo a Mazato, de allí, a pie, a Pimpinela, de Pimpinela, a pie, a las Cocuizas, Tocuyano, Tamarindo, Payara, Potrero de Armo, y al final a Agua Blanca, el 28 de diciembre.

“Ahora hay que pagar carro para que lo lleven a la casa”, asevera don García.

“Es muy bonito. Yo tengo una impresión muy bonita de la Locaina y no la olvido. Tengo 80 años y todavía sigo. Ando enfermo pero aquí estoy. Potro de Armo eran casitas regaditas y Pimpinela un poblado con calles largas. Yo, con un compadre mío, agarraba un cuatro y pasábamos todo el día recogiendo lo que la gente pudiera dar. Este año los bailes salieron muy bonitos”, señala.

-¿Mucho aguardiente?

-Eso es lo que no falta. Yo esperaba la Locaina con cuatro botellas de aguardiente y amanecía aguardiente. Ahora no, vienen muchos. Se formaban alborotos, pero andaban muchos hombres viejos que ponían orden. Yo soy uno, en mi casa pongo mucho respeto. Si se alteran demasiado, uno los mete en el burro. En la Locaina antes se hacía una raya de ceniza en el suelo. Por un lado las mujeres, y del otro los hombres, el que pasaba de aquí pa’ allá lo metían al burro. En la puerta se pone un oficial a requiciar, quitar el aguardiente, el que trae arma blanca se la quitan. Uno mismo tiene que poner orden, si una persona no la conoce, debe llamarle y explicarle cómo es el juego de la Locaina, que tiene que ponerle el sombrero a la mujer para bailar, que no conversar en la oreja a la dama.

Don Cinencio relata que su madre le contaba que él bailaba adentro de la barriga de ella, quien andaba encinta con la Locaina.

“Nosotros salimos con la Locaina el 20 de diciembre; hoy 28 es que voy para la casa”, confiesa don Cinencio.

-¿Y no lo van a botar de su casa?

-Mire, cargo siete nietas y la mujer debe estar por ahí, en un lado. Ellos están en la Locaina. Hoy regresamos para la casa. Comemos lo que salga, hallacas, quinchoncho, caraotas, marrano, guiso, lo que nos den. Este año en las casas que hemos llegado, gracias a Dios y a la Virgen y a los santos, nos han salido tres comidas. Una en la noche, una en la mañana y la otra a las doce del día. La Locaina de Chaparral pasa de 70 personas entre hombres, mujeres, muchachos, niños, niñas.

T/ Manuel Abrizo
F/ CO
Caracas