Con un abrazo, Bolívar y Morillo pusieron fin a la “guerra a muerte”

En la población de Santa Ana, estado Trujillo, el 27 de noviembre de 1820, hace 198 años, Simón Bolívar y Pablo Morillo ratifican el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra, y ponen fin a las crueldades y horrores que habían caracterizado la lucha por la independencia y la restauración de la monarquía y el dominio por parte de España. Allí, por primera vez, Bolívar y Morillo se vieron frente a frente, se estrecharon las manos y se dieron un abrazo. Aquel tratado, en el que Antonio José de Sucre jugó un papel protagónico, ha sido considerado como el principal antecedente del derecho internacional humanitario actual. El acuerdo significó para los patriotas ser reconocidos por España como fuerza beligerante.

Santa Ana está ubicada en el municipio Pampán, a unos 56 kilómetros de la ciudad Trujillo, la capital del estrado del mismo nombre. En Trujillo, Bolívar había firmado el Decreto de Guerra Muerte.

Santa Ana, ubicada a unos 1.650 metros de altitud, tiene unos cinco mil habitantes. Se le reconoce como un importante productor de café.

Cada año por este fecha se recuerda en Santa Ana el encuentro entre el jefe español y el caraqueño con un acto escenificado en la plaza Armisticio, inaugurada el 24 de julio de 1912. Allí está el imponente monumento conmemorativo de este abrazo entre Bolívar y Morillo. En el himno del estado Trujillo se alude al pueblo como “Santa Ana en la historia es amor”.

La reseñas históricas refieren que el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra, también conocido simplemente como el Armisticio de Trujillo, fueron dos acuerdos firmados entre la Gran Colombia y el Reino de España el 25 y 26 de noviembre de 1820. Mediante estos tratado quedaba oficialmente derogada la guerra a muerte, se acordaba una tregua de seis meses, además de constituir de facto un reconocimiento del Estado colombiano.

Pablo Morillo había recibido instrucciones de España para que arbitrara con Bolívar un cese a las hostilidades, por ello informa al Libertador sobre el cese al fuego unilateral del ejercito español y la invitación para negociar un acuerdo de regularización de la guerra. Los plenipotenciarios de ambos bandos se entrevistan en Trujillo, y el 25 de noviembre de 1820 se firma el armisticio entre la República de Colombia y España el cual suspendía todas las operaciones militares en mar y tierra en Venezuela y confinaba a los ejércitos de ambos bandos a las posiciones que sostenían el día de la firma.

La línea de demarcación se fijó desde “el río Unare, remontándolo desde su embocadura al mar hasta donde recibe el Guanape; las corrientes de éste subiendo hasta su origen; de aquí una línea hasta el nacimiento del Manapire; las corrientes de éste hasta el Orinoco; la ribera izquierda de éste hasta la confluencia del Apure; éste hasta donde recibe al Santo Domingo; las aguas de éste hasta la ciudad de Barinas, de donde se tirará una línea recta hasta Boconó de Trujillo; y de aquí la línea natural de demarcación que divide la Provincia de Caracas del Departamento de Trujillo”.

Mediante el acuerdo ambos contendientes se comprometieron a hacer la guerra “como lo hacen los pueblos civilizados”. Acordaron el respeto a los no combatientes, el canje de prisioneros y acabar definitivamente con las viejas prácticas de la guerra a muerte.

De igual a igual

El historiador Augusto Mijares en su obra El Libertador señala: «Al fin fue convenido un tratado de armisticio por seis meses, que se firmó el 25 de noviembre de 1820, en Trujillo, la misma ciudad donde había dado Bolívar el decreto de guerra a muerte de 1813. Tenía por objeto facilitar las negociaciones para un tratado de paz definitivo y comenzaba así: ‘Deseando los Gobiernos de Colombia y de España transigir las discordias que existen entre ambos pueblos…”.

Más adelante expone: “Quedaba, pues, reconocida la existencia de la República, y Colombia comenzaba a tratar con su antigua metrópoli de igual a igual. Desde luego, los jefes españoles se dirigen ahora a Bolívar como Presidente del nuevo Estado. Por fin veían desaparecer los republicanos aquellos calificativos de traidores, rebeldes, insurgentes, que durante diez años habían caído sobre ellos y que tanto habían impresionado al pueblo. Hasta el hermano del Norte y la “libre Inglaterra” se los habían repetido. Bolívar manifiesta varias veces en sus cartas la alegría y el orgullo de aquel triunfo. Tenía razón. Durante mucho tiempo solo había considerado como suyo el terreno que pisaba con sus tropas y de haber caído en manos de los realistas habría sido ahorcado o fusilado por la espalda. Ahora era el representante de una gran nación que se extendía desde las bocas del Orinoco hasta las fronteras del Perú”.

Otra citas indican que el “documento marcó un hito en derecho internacional, pues Sucre fijó mundialmente el trato humanitario que desde entonces empezaron a recibir los vencidos por los vencedores en una guerra. De esta forma se convirtió en pionero de los derechos humanos. Fue de tal magnitud la proyección del tratado que Bolívar en una de sus cartas escribió: ‘Este tratado es digno del alma de Sucre’. El Tratado de Armisticio tenía por objeto suspender las hostilidades para facilitar las conversaciones entre los dos bandos, con miras a concertar la paz definitiva”.

Bolívar conmovido

Bolívar, al escribir a Francisco de Paula Santander, dejó el testimonio del encuentro:

“Desde Morillo abajo se han disputado todos los españoles en los obsequios con que nos han distinguido y en las protestas de amistad hacia nosotros. Un aplauso a nuestra constancia y al valor que ha singularizado a los colombianos, los vítores que han repetido al ejército libertador; en fin, manifestaciones de sus deseos por la amistad de Colombia a España, un pesar por los desastres pasados en que estaban envueltos su pasión y la nuestra, últimamente la pureza de este lenguaje, que es ciertamente de sus corazones, me arrancaron algunas lágrimas y un sentimiento de ternura hacia algunos de ellos. Hubo brindis de mucha atención y de la invención más bella, pero me han complacido sobremanera los del coronel Tello y el general La Torre. El primero, ‘por los triunfos de Boyacá que han dado la libertad a Colombia’. El segundo, ‘por los colombianos y españoles que unidos marchen hasta los infiernos si es necesario contra los déspotas y los tiranos’. Morillo brindó, entre muchos otros particulares muy entusiastas y liberales, ‘por los héroes que han muerto combatiendo por la causa de su patria y de su libertad’. En fin, sería necesario un volumen para decir los brindis que tuvieron lugar porque, como he indicado, cada español disputaba a los demás el honor de elogiarnos. Nosotros retribuimos a sus brindis con justicia y moderación y complaciéndolos bastantemente. El general Morillo propuso que se levantase una pirámide en el lugar donde él me recibió y nos abrazamos, que fuese un monumento para recordar el primer día de la amistad de españoles y colombianos, la cual se respetase eternamente; ha destinado un oficial de ingenieros y yo debo mandar otro para que sigan la obra. Nosotros mismos la comenzamos poniendo la primera piedra que servirá en su base. El general La Torre me ha agradado mucho: está resistido a ser solo español; asegura que no se embarcará jamás, sea cual fuere la suerte de la guerra; que él pertenece a Colombia y que los colombianos lo han de recibir como hermano. Esta expresión, hecha con mucha nobleza y dignidad, me ha excitado por él un grande aprecio. Me ha protestado que agotará todo su influjo para que la guerra sea terminada, porque está resuelto a no desenvainar la espada contra nosotros; que su influjo valdrá mucho, porque cree quedar con el mando del ejército, según anuncian que viene el permiso de retirarse al general Morillo”.

El abrazo

Posteriormente a la firma, el jefe español solicita un encuentro con el Libertador. Se escoge Santa Ana para la cita.

En múltiples escritos se relata el encuentro.

“Al concretarse los Tratados morillo solicita a Bolívar una entrevista personal, la cual fue aceptada por el Libertador. Morillo utilizo su habilidad y experiencia para alagar a Bolívar, porque estaba seguro que de esta forma conseguiría lo que no había conseguido en los campos de batalla, subestimando de esta forma la inteligencia, astucia y sabiduría del Genio de América… Bolívar se dirigió por el camino que conduce a Santa Ana, bordeando el río Mocoy, iba sobre una mula vestido sencillamente con levita azul y gorro de campaña acompañado por una pequeña escolta. Paso por el Llano de las Mujeres (sitio que lleva ese nombre ya que el Ejército Libertador fue recibido por las mujeres que habitaban en ese lugar ubicado antes de llegar a Santa Ana, en la actualidad existe un monumento en honor a ese encuentro), allí los patriotas fueron vitoreados por estas, descansaron, tomaron café, agua y comieron, luego siguieron camino a su destino. Morillo venía desde Carache, donde tenía su Cuartel General, era acompañado por un regimiento de húsares (militar de caballería ligera creado en Francia en el siglo XVII, cuyo uniforme es copiado de la caballería húngara), vestido con uniforme de gala, taconado, luciendo las condecoraciones ganadas en las guerras en Europa. Fue el encuentro de dos mundos, la España imperial que había ocupado varias regiones en la vieja Europa, e inclusive la región vasca de donde venían las raíces o antepasados de los Bolívar, y por otro lado la América joven indómita, rebelde y ansiosa de Libertad e Independencia”.

Quince días después de la entrevista, Morillo se embarca a España por La Guaira. El Gobierno de la Capitanía y mando del ejército realista quedo al mando del general de La Torre, el cual no pudo mantener el liderazgo entre sus tropas, al punto de que algunas veces hubo conatos de violencia y enfrentamientos entre ellos. Todo esto favoreció al ejército patriota.

El armisticio se rompió antes de lo pactado. El 28 de enero de 1821 se produjo un pronunciamiento en la ciudad de Maracaibo, que había permanecido realista casi desde el principio de la independencia, en el cual se declaraba a la provincia de Maracaibo unida a la Gran Colombia. El general Rafael Urdaneta ocupó rápidamente la ciudad con varios batallones ligeros y depuso al gobernador Francisco Delgado. Miguel de la Torre protestó la medida como una violación del tratado y Bolívar a su vez señaló su legalidad. Al no llegar a un acuerdo sobre Maracaibo, ambos bandos acordaron el reinicio de las hostilidades el 28 de abril. Sin embargo, a partir de aquí el resto de los enfrentamientos violentos hasta el final del conflicto de la independencia, tanto en Venezuela como en el resto de Suramérica, estarían regulados por el Tratado de Regularización de la Guerra.

T/ Manuel Abrizo
F/ CO, archivo