Las mujeres sufren de forma más acentuada el impacto del cambio climático. Así lo ha recogido en varias ocasiones y en sus distintos departamentos, Naciones Unidas. Sus efectos en la sociedad están profundamente ligados a los condicionantes sociales, como los roles de género. Desde hace años, comunidades en defensa de la tierra y movimientos ambientales y feministas lo llevan en sus consignas. «Es imposible desmarcarlo», explica la investigadora y activista en Ecologistas en Acción, Sara López, quien pone el agua como ejemplo de ello. Primero, por su uso indispensable en el sostenimiento de la vida – alimentación, higiene y saneamiento – y, segundo, porque el 90% de los fenómenos ambientales extremos, inundaciones o huracanes, están ligados a este recurso natural, lo que lo convierte en el recurso a través del que se siente más el cambio climático.

«Desde tiempos inmemoriales y en culturas muy diferentes el agua se asocia a lo doméstico y por lo tanto a las mujeres», señala López. De acuerdo con el informe Gender and Water, la carga de la recolección de agua recae desproporcionadamente sobre mujeres y niñas, y más en poblaciones rurales. En el 80% de los hogares de aquellas regiones más empobrecidas son ellas las principales recolectoras. Además, se calcula que invierten 140 millones de horas en ese aprovisionamiento, un dato que se agudiza en plena contingencia climática, ya que el desplazamiento es mayor, exponiéndose, además, a más violencias. «Es un tiempo que no pueden utilizar para tener una autonomía económica, poder ir a la escuela o simplemente organizarse políticamente o tener tiempo para una misma», detalla la investigadora.

López explica que es importante tener en cuenta que los roles de género determinan las vulnerabilidades y, por lo tanto, «la capacidad de resiliencia ante desastres naturales como inundaciones o sequías extremas», sobretodo en aquellas zonas donde estos impactan de forma más violenta: el sur, sureste y oeste de Asia, en África Tropical y en América del Sur. Por todo ello, y entre otras razones, pobreza se escribe en femenino – un 70% de las personas vulnerables en todo el planeta son mujeres, según Naciones Unidas –.

Entender el aspecto social de los determinantes ambientales pone de relieve, pues, como estos tocan de forma muy directa y en su día a día a las mujeres. Al mismo tiempo es importante tener en cuenta que esto se dibuja como una «intersección de vulnerabilidades, que no jerarquización», destaca Sara López. La investigadora señala que, si bien el género es un elemento de vulnerabilidad, y se parte de ahí, también lo son la etnia y la clase.

Sin embargo, la contingencia climática no se puede aislar de la acción humana. Esto lo saben en regiones del mundo donde la falta de alimento o la escasez hídrica también es resultado de la llegada de un continuo de grandes empresas extractoras, hidroeléctricas, así como mineras. «Asientan sus proyectos, usurpan el territorio, alteran el orden natural y además cometen violaciones», denuncia Evis Millán, del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir. Para la activista colombiana del área de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción, María Eugenia García, del mismo modo que se ha infravalorado el trabajo reproductivo social, ha ocurrido con la naturaleza, «considerarlo simplemente como un objeto de valor económico, lo que propicia el expolio y saqueo de todo lo natural». Por ello, el ecofeminismo aboga por «poner la vida en el centro», explica García, es decir: dar valor a ambas esferas como sostenes de la vida.

Todo ello ha llevado a las mujeres a liderar luchas en defensa de los territorios. «Somos tierra que anda», define la activista de Ecologistas en Acción. Por su parte, Evis Millán también señala que «la falta de trabajo ha llevado a muchos hombres a migrar y somos las mujeres las que estamos llevando este rol de guardianas, también de la cultura y otra cosmovisión, y por eso estamos siendo criminalizadas, encarceladas y expuestas a distintas violencias», denuncia Millán. La historia se ha ocupado de dejar constancia de ello: desde la Guerra del Agua, en Cochabamba, en el año 2000, liderada por mujeres indígenas bolivianas, contra la privatización del agua, hasta la lucha de mujeres como Berta Cáceres, asesinada en 2016 por querer paralizar la construcción de una presa en Honduras.

Vacío en los organismos institucionales

La investigadora del centro de estudios sociales de las Naciones Unidas, Gerd Johnsson Latham, decía que «quienes tienen el privilegio de definir el problema también están en posición de decidir qué debería excluirse de la agenda». Conscientes de ello, desde organizaciones como Gender CC trabajan para que las propias mujeres formen parte de esa definición y de la gobernanza de recursos naturales como el agua.

«En 2008 ya había una red de mujeres que iba a las conferencias del clima para presionar a los gobiernos para que el género atravesara las políticas», explica la investigadora de Gender CC, Isadora Cardaso. Se tuvo que esperar hasta 2014 para que llegara el Plan de Trabajo de Lima sobre género. En él, se recogían los fundamentos, sobretodo en cuanto a la participación de las mujeres en los espacios oficiales. Tres años después llegó el Gender Action Plan, GAP en sus siglas en inglés. «Fue un gran avance y por primera vez se fijan objetivos concretos», comenta la investigadora.

En la última Cumbre del Clima, la COP25, el GAP se terminó renovando a pesar de las tensiones políticas y obstáculos algunos países que no querían incluir la palabra «derechos humanos» o «transición justa». La investigadora de Gender CC destaca que «tenemos un plan fortalecido, un poco más ambicioso que el del año pasado», lo que les hace tener esperanza, pero reconoce que «la falta de recursos económicos o la despreocupación de algunas delegaciones en aumentar las voces femeninas siguen existiendo».

La despreocupación se traduce en el último informe sobre la Composición por sexos de la Conferencia de las Partes de 2019. En relación con 2018, el equilibrio de género se ha invertido. Solo 2 de los 13 órganos constituidos en el marco de la Cumbre han logrado situarse alrededor del 50%. Además, en seis espacios ha disminuido y, en total, el número de mujeres en todos los órganos representa solo el 33% de los miembros, lo que demuestra que es un espacio aún dominado por «hombres, blancos», acentúa Cardoso, que reconoce que «las organizaciones de la sociedad civil que tienen más recursos para ir son las del norte global».

Esto hace que siga habiendo grupos históricamente excluidos o infrarrepresentados, como las poblaciones indígenas o rurales, del sur global que son las que, para las investigadoras y activistas entrevistadas, están conectadas toda su vida con los efectos del cambio climático. Por esto, sobre la COP, Maria Eugenia habla de Greenwashing. Para ella, el discurso político nada tiene que ver con la práctica. Tampoco el discurso empresarial, «Endesa, Repsol o Iberdrola se muestran como empresas verdes, subvencionan estos espacios y son las más extractivistas».

Sara López también pone la mirada en las profesiones técnicas que desarrollan las infraestructuras, «están altamente masculinizadas», critica. Además, en el caso concreto del agua, la proporción de mujeres en los Ministerios es muy baja, añade, y la mención de la perspectiva de género casi inexistente pese a que Naciones Unidas ha determinado que la gestión de este recurso natural mejora por siete cuando se incluye a las mujeres. «No es porque tengan una barita mágica», ironiza López, «sino que son ellas las que saben donde están las necesidades y su mirada es esencial para que estas se cubran».

Sara López, mirando al futuro, dice que el camino pasa no solo por aumentar la representatividad, sino «incluir las mujeres en todos los niveles de gobernanza, así como medidas y financiación y estructuras preventivas de violencia de género», además de desplazar los roles de género y hacerlo desde una forma decolonial. En este sentido, Evis Millán, del Movimiento de Mujeres Indígenas, denuncia que, si bien se está buscando una fuerza más grande, eso no se va a dar hasta que «todas seamos escuchadas, y no cuando solo un sector prevalezca, sino seguiremos hablando de este mismo sistema, colonizador y de opresión». Evis, que junto con Maria Eugenia, han participado de un encuentro Contra el Terricidio, en Argentina, clama por empezar a «acompañar las demandas de todas para buscar otras alternativas contra el cambio climático».

F/Publico.es
F/Reuters