Cuando la derecha quiso derrocar a Chávez

Las trampas de la derecha en Venezuela siempre resultan un fiasco. Los organizadores de la marcha de aquel 11 de abril de 2002 en Caracas tenían un firme propósito: derrocar al gobierno legítimo, democráticamente elegido a través del voto popular, que presidía el comandante Hugo Rafael Chávez Frías.

En la Organización de Estados Americanos (OEA) operaba una cabeza de puente sólidamente montada que cumpliría un guion elaborado con bastante antelación por los estrategas de la macabra estratagema, pero no contaron con los imponderables.

El guion de la trampa se cumplió: los actores lograron sacar de la presidencia al comandante Chávez. Elaboraron una «carta de renuncia» que utilizaron en su contra; a él lo mantuvieron prácticamente secuestrado, lo trasladaron a su antojo de un lugar a otro, y finalmente lo ocultaron en La Orchila, la bellísima y turística isla venezolana en el Caribe.

Allí, en La Orchila, Chávez pudo haber sido fusilado. Mientras los adherentes a los golpistas estaban en los prolegómenos de sus argucias haciendo consultas a distintas instancias, ocurrió otro imponderable. Cuando estaba a punto de ser liquidado —contó el mismo Chávez—, un uniformado desconocido salió de la maleza donde se guarecía e impidió el hecho. Esta persona, que ha permanecido en el anonimato, amenazó a los criminales con utilizar su arma contra ellos si osaban matar al presidente. Al parecer el guion no advirtió que una reacción popular espontánea les echaría a perder el festín (ver libro Chávez Dá Di Qua [Por aquí pasó Hugo Chávez], pág. 65, de procedencia vietnamita, coordinado por el autor de este artículo).

¡Queremos ver a Chávez! ¡Queremos ver a Chávez! Esta fue la expresión popular que se transformó en exigencia irrenunciable, hasta que los acontecimientos dieron al traste con el diseño golpista de la derecha, cuyos líderes carecieron del coraje requerido para asumir sus propósitos. Y no podían ser asistidos por ese coraje porque, a pesar de contar con el apoyo de los medios de comunicación de la derecha a nivel nacional e internacional, no tenían la capacidad de riesgo que demanda una acción de tanta envergadura como la de derrocar a un presidente tan popular como Hugo Chávez. La torpeza y el desatino reinó entre ellos. Y por allí deben estar sus balances sobre el fracaso de su intentona golpista.

Desde distintos puntos de la ciudad se aproximaba increscendo hacia Miraflores el inexorable eco de aquel ¡Uh, ah! ¡Chávez no se va! Eran los barrios que auguraban el regreso de su presidente. El eslogan se hizo viral. El 13 de abril, el pueblo en unión cívico-militar comenzó a recuperar el poder. Los golpistas doblaron la cerviz y, despavoridos, huyeron hacia sus madrigueras.

De esta manera la creatividad popular no se hizo esperar y contrarrestó el jolgorio que había montado la derecha en Miraflores caracterizado por una total improvisación. Una buena parte constituida por mercenarios asalariados para agitar, sin mística ni ideología ni militancia política que les diera fortalezas para llegar hasta el final. Es obvio que un proyecto de esta naturaleza estaba destinado al fracaso, si se enfrentaba al furor de unas masas ideologizadas, dispuestas a ofrendar la vida en defensa de los logros alcanzados en revolución bajo la égida del comandante Chávez.

De allí se deduce la marcada diferencia entre un «agitador político» a sueldo y un activista político por convicción ideológica.

Detrás de los golpistas quedó en Caracas el saldo de una veintena de muertos del pueblo, cientos de heridos y cuantiosos daños materiales en muchas partes del país.

Después de la euforia viene la soledad, dice en sus reflexiones Mario Benedetti. Luego de esa insensatez de la ambición por el poder de estos aventureros vino su fuga y el destierro. La figura del hazmerreír que hoy deambula por calles ajenas; unos en Colombia, otros en Estados Unidos y unos cuantos en España, asalariados a través de las ventas de los bienes robados a Venezuela.

Otra lección de esos sucesos es la certeza de que cualquier ataque a la Revolución tendrá una respuesta contundente: ¡Cada 11 tiene su 13!

Memorias del golpe

En la OEA, con sede en Washington DC., y en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ubicada en Costa Rica, se manejaba la idea de aplicarle al gobierno del presidente Hugo Chávez la Carta Democrática Interamericana.

Días previos al 11 de abril de 2002, se producían conversaciones secretas entre comisionados para discutir el tema. Para el 11 ya había un consenso bien avanzado en este sentido.

Tal vez por desconocimiento del texto interamericano, quienes pensaban en su aplicación ante la crisis que vivía Venezuela no advertían que el artículo 20 de este instrumento parlamentario favorecía al comandante Hugo Chávez en su investidura como presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela.

Los acontecimientos que tuvieron lugar en el seno de la OEA revisten un abundante y explícito contenido en materia de política exterior y comportamientos aberrantes de funcionarios que traicionaban a sus gobiernos. Como corolario sugiero la lectura del libro Sueños de pueblos, defensa de la Revolución, del entonces representante permanente del Gobierno venezolano, embajador Jorge Valero, quien hoy se encuentra al frente de la Misión venezolana ante la Unesco en París.

Valero revela que el entonces secretario general de la OEA, el expresidente colombiano César Gaviria Trujillo, había dado parte a los embajadores sobre una conversación telefónica con Pedro Carmona (Caracas-Washington DC) sobre el posible sustituto de Valero en medio de los cambios que Carmona realizaba al estructurar el gabinete de adversos a Chávez que lo acompañarían. El político colombiano adjetivó de «presidente» a Carmona.

Cuenta Valero en el citado libro que él le reclamó en forma indignada a Gaviria el uso de tal adjetivo para referirse a Carmona:

—Ese señor es un golpista; no un presidente elegido constitucionalmente —a lo que Gaviria, con voz apagada, le respondió:

—¿Y cómo quiere, su merced, que yo lo llame?

La contraofensiva del trujillano no se hizo esperar:

—Llámelo como usted quiera, pero no lo llame presidente de Venezuela.

Valero había permanecido en vilo desde el mismo 11 de abril de 2002, cuando trascendió la noticia a través de los medios de información internacional sobre el golpe cívico-militar contra el presidente constitucional Hugo Chávez. Avanzada la tarde del día doce reunió al personal adscrito a su Misión ante la OEA e informó oficialmente del hecho. Dijo textualmente:

Todo parece indicar que el Gobierno del presidente Chávez ha sido derrocado. Quiero informarles que he tomado la decisión de enfrentar al gobierno usurpador.

En mi condición de agregado de Prensa y Cultura, y por militancia en el proyecto revolucionario que lideraba el presidente Chávez, intercambié opiniones durante toda la noche con el embajador Jorge Valero, sobre la creación de un movimiento de oposición contra la dictadura que encarnaría Carmona y en relación a algunos contenidos políticos de su discurso para el día siguiente (13) en la reunión del Consejo Extraordinario de la OEA. Acerca de ello, el mismo embajador Valero ofrece testimonios en su libro, a cuya lectura invito al lector de este artículo, dado que el espacio no permite explayarme en mayores detalles.

T/Nelson Rodríguez A.
F/Cortesía