Cuando la mentira desborda las fronteras

POR: ALBERTO ARANGUIBEL B.

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Escoge la versión que te parezca más creíble y quédate con ella, pues en esto tienes razón; el mundo es un infierno”

Rashomon

Un tuit difundido esta semana por el alcalde de Recoleta, Chile, alertaba sobre la incongruencia más recurrente por estos días en las redes sociales, referida a la doble moral de aquellos que atacan día y noche a Venezuela por una supuesta crisis humanitaria que causaría la Revolución Bolivariana en el país, mientras se hacen los desentendidos con las atrocidades de las que sí son víctimas en verdad millares de latinoamericanos en Colombia, México, Honduras, y en otras partes del mundo, como Yemén o Siria, donde las fuerzas del ejército norteamericano actúan sin piedad alguna contra los pueblos.

México: 130 políticos asesinados, entre ellos 40 candidatos, y se roban 10 mil boletas electorales. 90 muertos por día y más de 70 periodistas muertos en un año, pero la Unión Europea sanciona a Venezuela…”, dice el texto del alcalde.

Casi todos los comentarios que le hacen a ese tuit son para acusarlo de miserable, de ignorante, de vendido. De comunista, pues, que con ese planteamiento estaría avalando una dictadura cruel y despiadada. Asombra que todos, sin excepción alguna, justifican la masacre contra el pueblo mexicano porque, según ellos, no es llevada a cabo por una dictadura sino por una democracia resplandeciente.

Todos han sido víctimas del fingimiento con el que la oposición se ha presentado ante el mundo a través de un medio de comunicación al servicio del imperio norteamericano que hace cada vez más dinero con sus titulares contra Venezuela. Es gente obnubilada que no quiere creer en ninguna verdad que no sea la que le dicen los titulares de esos medios, sin necesidad de exigir nunca pruebas que demuestren los infundios contra una nación que solo ha exportado desde siempre solidaridad y cooperación hacia esos pueblos hermanos de donde son oriundos la mayoría de esos tuiteros.

El fingimiento es quizás el recurso más utilizado por la oposición venezolana para tratar de imponer en el mundo la falsa verdad de su discurso contrarrevolucionario. La supuesta opresión del Gobierno contra el pueblo, de la cual ha hablado a lo largo de todo el proceso revolucionario, no ha existido jamás sino en sus envenenados cerebros, llenos de odio contra todo lo que tenga que ver con Chávez, por lo cual han tenido que apelar casi siempre a técnicas de maquillaje para aparentar ese sufrimiento que le venden al mundo a través de titulares escandalosos que la gran prensa nacional e internacional pone a su orden para favorecer la instalación de la mentira como verdad.

Los actores de ese montaje no forman parte del pueblo que dicen defender. Ese pueblo ha dicho persistentemente a lo largo de casi un cuarto de siglo que está comprometido con el proyecto de justicia y de igualdad social que comprende el socialismo chavista que la revolución ha puesto en marcha en el país, y por eso se le deja de lado en esa farsa que pretende construir la realidad del país desde los estudios de televisión y las pasarelas de la moda.

Sus actores son siempre hermosos fenotipos de la clase oligarca que pretende el derrocamiento de esa revolución. Artistas famosos del espectáculo, del mundo del disco y de la industria cinematográfica, a quienes, a falta de gráficas reales que prueben sus infundios, se les pone un cartelito de S.O.S. sobre el pecho, o se les maquilla como víctimas de la opresión embadurnándolos en hollín y betún perfumados.

Antiguas reinas de belleza son incluidas en la nómina del “talento” contratado por los laboratorios asignados a esa tarea de fabricación de la realidad virtual con la que tiene que presentarse la derecha ante el mundo. Pero su condición de clase les juega siempre la mala pasada de negarse a desprenderse de la corona a la hora de la sesión fotográfica y, así como les sucede a los adonis que contratan como modelos para esas campañas, les resulta imposible ocultar su desprecio al verdadero pueblo, al que jamás contratarán para ninguna de esas sesiones, porque para ellos el pobre solo debe servir como sujeto discursivo; jamás como auténtico componente de su clase social.

Con técnicas de maquillaje utilizadas por el ejército israelí en el fingimiento de las supuestas agresiones con las que justifican sus atrocidades contra el pueblo palestino, la derecha venezolana ha intentado recrear ese horrible sufrimiento de ficción con el que nutren la guerra mediática contra el pueblo venezolano, desconociendo la verdadera realidad de apremio que padece hoy la población como consecuencia del ataque despiadado por parte de esos mismos sectores del gran capital que han desatado su furia contra el pueblo a través de una inflación inducida que hace estragos en las posibilidades de alimentación y que pone en riesgo hasta la vida misma de la gente en el país.

Desconocer esa cruda realidad por la que atraviesa el pueblo para intentar sacar provecho político mediante campañas que solo persiguen posicionar como dictadura al Gobierno revolucionario, es una deformación que atenta contra las posibilidades de superación de la crisis y fomentan su prolongación en el tiempo, toda vez que con ese ocultamiento sistemático de la verdad se distrae inevitablemente la atención sobre los problemas, haciendo que el mundo se mueva en la dirección equivocada en cuanto al apoyo que debemos esperar de la comunidad internacional.

Cuando el mundo evalúa la situación venezolana lo hace desde la distancia y la desinformación, y eso, como es lógico, es perfectamente comprensible. El expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, así lo afirmaba recientemente en una declaración a la prensa: “Sobre Venezuela hay un prejuicio. La mayoría de la gente que opina sobre Venezuela desde Europa lo hace sin conocer la realidad ni saber lo que aquí ocurre. Hay un prejuicio instalado.”, dijo.

Lo deleznable es que esa desinformación sea el producto de una campaña de desvirtuación sistemática orquestada por sectores interesados en mantener a nuestra población en la zozobra del hambre y la miseria para alcanzar así el logro político que no han podido encontrar en las formas democráticas de lucha, simplemente por carecer de un liderazgo confiable y creíble, y porque su discurso no tiene resonancia alguna entre el pueblo.

Pero esa mentira instalada contra Venezuela tiene un efecto devastador mucho más allá de nuestras fronteras. Su daño pernicioso no se circunscribe a un ámbito territorial específico, porque la mentira no tiene fronteras. Si la realidad de un país es falseada, como se empecina en hacerlo la derecha contra Venezuela, aplicando técnicas avanzadas de guerra sicológica que llevan al ser humano a desconocer la verdad como fenómeno que expresa la constatabilidad de los acontecimientos, entonces la realidad de otros países es, por contraste, automáticamente violentada.

De manera instintiva, la gente que es víctima de esas campañas de desinformación será incapaz de apreciar las auténticas atrocidades cuando las tenga frente a sus ojos, pendiente como estará de aquellas que la prensa le ha señalado como verdaderas.

Países que son víctimas hoy de la más brutal agresión por parte del mismo imperio que ataca al pueblo venezolano con la intención de derrocar al Gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro, no perciben la penuria y el sufrimiento inocultable de su propio pueblo porque la mediática de la derecha internacional les ha inoculado en lo más profundo de su siquis social que el país donde suceden esas atrocidades es Venezuela y ningún otro.

Son cada vez más los pueblos que padecen en este momento agresiones brutales como no se veían en el mundo contemporáneo más allá de las fronteras del Medio Oriente, donde los Estados Unidos arremete desde hace décadas con la misma furia invasora e interventora con la que lo hace hoy contra la soberanía y los derechos humanos. En ninguno de esos casos la reacción ha sido la aceptación de la clara evidencia que deja constancia de la culpabilidad del imperio en esos padecimientos con el solo hecho de su presencia en todas y cada una de las crisis de desestabilización, represión y sicariato paramilitarista que inundan la región.

No hay capacidad de reacción en esos pueblos en el sentido correcto, porque la interferencia de las grandes corporaciones de la comunicación, controladas por los mismos actores hegemónicos que generan esos sufrimientos, actúan para distraer la atención de la gente y ocultarle así su propia tragedia.

Solo que, en su caso, ellos podrán contar siempre con la solidaridad y el apoyo de la Revolución Bolivariana.

@SoyAranguibel