De la memoria de la infancia parte toda literatura

Hugo Colmenares, escritor de historias infantiles y director de la revista Tricolor, sostuvo en el coloquio sobre literatura infantil y juvenil que toda la dimensión literaria tiene su base en la memoria de la infancia. Para justificar su tesis leyó una serie de párrafos de creadores venezolanos y de otras latitudes que remiten a esa etapa de nuestras vidas, en que miedos, sensaciones, olores, percepciones, frustraciones, participarían años después en el proceso creativo, ya sea en el cuento, la novela.

Colmenares, un periodista ucevista que trabajó durante unos 25 años en la redacción nocturna del diario El Nacional, y que luego se dedicó a la literatura para niños, tituló su disertación “La memoria de la infancia en los espejos de la tinta”. Afirmó que la tinta termina siendo un espejo de la memoria de la infancia. El coloquio fue moderado por el también escritor Armando José Sequera.

En el coloquio, desarrollado en la Casa de la Historia Insurgente, en el contexto de la Filven 2019, se bautizaron varios libros, entre los que había novelas y cuentos, dirigidos a niños, niñas y jóvenes. Uno de ellos fue Siete largas noches en tren, igualmente de Hugo Colmenares, editado por la editorial El Perro y la Rana. Un cuento para Manuel, de Alfredo Maneiro, fue otro de los libros bautizados.

Siete largas noches en tren es una metáfora, una novela fantástica, sobre lo que estamos viviendo actualmente en Venezuela con la emigración hacia otros países de jóvenes y familias de una u otra tendencia política.

Colmenares planteó que ha venido insistiendo en que toda la literatura, desde Gabriel García Márquez, William Faulkner, de todos los grandes y pequeños escritores, tiene su base en la memoria de la infancia.

“La disertación mía es una demostración de que toda literatura, aparte de su creación, lo fantástico, la crónica, lo testimonial, está montada sobre el caballo de la memoria de la infancia. Entonces, la conducta de muchos hombres está cabalgando sobre las frustraciones, las satisfacciones y las ansiedades de la vida que se enmarcaron precisamente en la primera memoria”, señaló Colmenares, nacido en La Grita, estado Táchira.

Colmenares leyó un párrafo de un libro de Armando José Sequera, Por culpa de la poesía, en cuyo primer párrafo señala: “Entre los 11 y los 12 años yo era extremadamente delgado, delgado y más alto que la mayoría de mis amigos, tanto los compañeros de clases como los vecinos. Visto a la distancia, parecía una espiga de maíz en un sembradío de trigo, o un bacalao rodeado de sardinas”. Es la infancia.

El primer párrafo de Cien años de soledad, la novela de García Márquez, también le sirvió de referencia: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Es decir, añadió Colmenares, García Márquez reconstruye esa gran novela, esa épica, desde el recuerdo de la infancia.

El dolor que se olvida

Colmenares citó a Máximo Gorki, a Luis Zambrano, un escritor de La Grita, quien plasma los recuerdos de su pueblo a través de las campanas de la iglesia que marcaba el tiempo y la vida diaria.

Laura Antillano, una de las más queridas escritoras en Venezuela y una de las grandes figuras de la literatura infantil castellana, tiene un cuento publicado también en la revista Tricolor, “El dulce y los cuentos de fantasma de mi tía Rosángela”, que se inicia con una descripción: “El patio de mi tía Rosángela esta lleno de matas. Matas de icaco, por eso me gusta tanto pasar las tardes de los sábados en su casa. Por eso y por otras cosas también. Las matas de icaco están redondas como señoras gordas que se sientan a tomar el sol y cuchichear chismes”.

“Reafirmamos entonces la tesis”, indica Colmenares, “de que la literatura infantil y universal, de todas las edades, de todas las tendencias, de todos los sistemas del pensamiento, chinos, árabes, incas, todas las corrientes, todas las ansiedades, construcciones maravillosas, están hechas desde la infancia”.

Colmenares refirió que literatura de la memoria de la infancia tiene de frustraciones, de ansiedades y que el proceso del hombre está marcado por el dolor, pero que lo bueno del dolor es que siempre se olvida.

“Estaba recordando que en La Grita, donde nací, la gente presumía no del carro que tenía, ni de la finca ni de las vacas, no presumía de la mesa llena, sino que presumía de tener unas puertas abiertas y un patio grande con jardín y frutas. De eso presumían. Uno pasaba a la escuela de regreso y podía mirar hacia esos pasos, sobre esas ventanas, y era un encuentro constante, renovado, con la palabra creadora”, afirmó.

La vigencia del libro

La escritora Laura Antillano, participante en estos seminarios, aunque ayer estaba entre el público, señaló al Correo del Orinoco que hoy día se enfrenta el reto de qué hacer en la escuela para promocionar la lectura. Piensa que hoy día hay muchas posibilidades.

“Hoy día lo que planteamos”, afirma, “es que hay muchos formatos, no solamente el libro. Los niños leen en los teléfonos, en las pantallas, leen en todo y todo eso tiene que ver. Ahora mi literatura para niños, que la escribí hace mucho tiempo, tiene mucho que ver con la particular manera de mirar los niños el mundo, que siempre va a ser distinta a la de nosotros, ya que todo lo están descubriendo, todo es nuevo para ellos. Ese encanto, esa sorpresa, esa posibilidad de ir descubriendo las cosas es siempre hermosa, aunque a veces también es traumática, pero ambas cosas forman parte del tener una vida, de tener una circunstancia de contacto con lo que los adultos han vivido”.

Antillano relata que un libro suyo, reeditado tres veces, gusta mucho a los niños y jóvenes. Se llama La vida secreta de la abuela Margarita. Recoge la historia de una niñita que tiene un pequeño accidente en la escuela, le enyesan una pierna y tiene que quedarse encerrada en la casa, cosa que le molesta muchísimo porque la aleja de su medio continuo, que es el contacto con sus compañeras, la vida entre sus iguales. Tiene que quedarse en la casa encerrada con la abuelita porque su mamá trabaja. Al principio está muy aburrida.

“Mi objetivo es un poco mostrar cómo esa niña en el plano de la observación y su molestia va aprendiendo a observar a la abuela y descubre una abuela que no conocía porque tiene toda una vida secreta, cuida las plantas, sabe a qué hora en la ventana se para x pajarito y canta, sabe a qué hora cambia la iluminación del día. La niña progresivamente va ganando mucho en cuanto a su propia vida, porque se va acostumbrando a los silencios, a la paciencia, al encanto de las pequeñas cosas y va construyendo su vida interior. Yo creo que ese es el cuento que más buscan últimamente, incluso me llamó la atención en Valencia, donde vivo, que me lo comentaron muchachos del liceo.

-¿Ese cuento no plasma una temática para adultos?

-Pero he descubierto que a los niños les gusta mucho. Se agotó. Han hecho tres ediciones y el libro se agota inmediatamente. Claro, el libro lo compran los adultos, pero los niños me paran en la calle y me dicen, ¿usted es la de la abuelita Margarita? Ahora tengo una novela para niños que se llama Emilio en busca del Enmascarado de Plata, que también les gusta a los adultos porque la generación que vio al Enmascarado de Plata es un poco mi generación a través de suplementos, la televisión, pero es un niñito que vive en un pueblo pequeño y que su gran héroe es el Enmascarado de Plata. El no tiene papá, entonces, el héroe ha venido a un lugar cercano al pueblo, él lo ha ha visto por todas partes anunciado, entonces decide correr una aventura y buscarlo.

-¿Hay una postura del escritor en cuanto a escribir para niños o para adultos?

– Yo creo que cuando escribimos para niños nos ponemos un poco más en el niño que fuimos.

-¿Y el lenguaje?

-Un lenguaje más cercano a ellos. Creo que una apertura mayor hacia lo fantástico, lo maravilloso, y a la vez lo armonioso, la risa, el humor; creo que hace mucha falta siempre, tanto para los niños como para los adultos.

-¿No cree usted que los niños deben escribir más?

-Leer más y escribir más y a eso tenemos que abocarnos los que escribimos para tener lectores, pero creo que sobre todo el maestro es el que lleva la batuta en eso. Si tenemos maestros que no leen, ya sabemos lo que pueden esperar los alumnos. Tenemos que enamorar a los maestros de la lectura. Creo que esa es una tarea fundamental de los escritores, porque de lo contrario no vamos a tener lectores.

-¿Cómo se ubica usted en este tiempo de celulares, Whatsapp?

-Yo creo que es relativo. Se ha anunciado mil veces que los libros van a desaparecer. Tenemos como diez años oyendo eso y los libros siguen por ahí. Aparte de eso se han inventado muchos formatos para leer en el celular mismo. Yo comentaba aquí mismo en este seminario que había visto a una niñita que le estaban dando el tetero mientras la mamá puso el teléfono y era una comiquita lo que estaba viendo. Tomaba el tetero, ella misma lo agarraba, pero estaba atenta a la trama. Entonces creo que es una forma de leer. Lo que tenemos es que producir materiales de mejor calidad para esos mismos formatos de los teléfonos y enriquecer esas historias. Tomar los materiales y adaptarlos al cine y la televisión, que se viene haciendo hace muchos años, pero no lo habían pensado para los bebés. Entonces yo creo que el papel del escritor sigue vigente. Reiventamos las historias.

T/ Manuel Abrizo
F/ Jonathan Manzano
Caracas
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