He oído a alguno de nuestros dirigentes hablar de fortaleza institucional. No entendí muy bien a qué se refería. Tal vez a lealtad a la Constitución por parte de algunas de nuestras mas importantes instituciones públicas. Si es así, estoy de acuerdo. Hay una fortaleza en el nivel político. Lo comprendo y lo acepto.
Pero a partir de allí, de ese nivel hacia abajo, hasta alcanzar el de la vida cotidiana, lo que hay es una comprobada debilidad. Metafóricamente hablando, a nuestras instituciones les penetra el agua y crujen ante el viento. Son el rostro y el cuerpo del Estado y lo que reflejan es impotencia, fragilidad e inconsistencia. Esto no es de ahora. Viene de largo tiempo atrás, tal vez de siglos, el hecho de que nuestro Estado es sumamente débil. O por mejor decirlo, incapaz de hacer cumplir las leyes y de organizar el funcionamiento de la vida en común, dentro de un sentido esencial de convivencia. Provoca gritar: ¿dónde estás, Estado, que no te veo?
¿De qué hablamos? De alcabalas, de aduanas, de protección del ambiente, de regulaciones urbanas, de semáforos, de baños de carretera, del catastro, de apoyo real a la producción, de trámites de lo que sea, de multas y comisiones, de cumplimiento de cualquier norma establecida, de corrupción, de minería, de burocratismo, de “bájate de la mula”, de “señora ¿qué quiere que haga?, de precios, de cédulas y pasaportes, de ausencia o abuso de autoridad, de ineficiencia, de impunidad, de cajeros automáticos, del grado de seguridad en la calle, de confianza o desconfianza en un policía, en un maestro, en una enfermera, en un comunicador; en fin, de cualquier cosa que a usted se le ocurra, material o espiritual, que pueda afectar su vida cotidiana. Usted verá que, en términos generales, el Estado como ente, no le responde como se debe, ni a usted ni a su comunidad.
Repito: no es de ahora. Viene de muy atrás. El problema es que la Revolución se apoya todos los días en ese Estado, porque no tiene otro. Hereda su enorme incompetencia y no ha sabido corregirla. Algunos camaradas hablan de que hay que destruir el Estado burgués. Bueno, no sé. Creo que lo que hay que hacer es transformarlo, quiero decir al Estado, para ponerlo al servicio de la construcción del socialismo. Pero es imposible construir el socialismo sobre la base de la debilidad y la sordera. Hay que darle al Estado la fuerza necesaria en todos los ámbitos de la vida.
En los raros momentos en que, mas allá de la confrontación política, se atisban rasgos de esa fortaleza, el pueblo lo agradece coreando: ¡…así, así, así es que se gobierna! Sería bueno que lo incorporásemos, no solo a nuestras reflexiones, sino también a nuestras acciones. Sobre todo en relación a las pequeñas cosas.