Del odio al crimen

Por  Tulio Monsalve

Al título de esta columna semanal podría agregarle, una idea cierre: “hay poco trecho”.

La literatura ha parido obras maravillosas con el tema del odio. También bodrios e insensateces envueltas en telenovelas.

Sin duda hoy el odio se ha hecho realidad. Y resbala como secuela de esa otra etapa que nos depara la guerra del terror impuesto al pueblo por la mediática.
Estrategia que logró devastar las barreras de la cordura y desencadenó una angustia colectiva. Ensayo que no ha terminado sino que se mantiene y, evidentemente da oxígeno y fuerza a otro gigante del alma que le sigue: el odio.
De esto se percató Carl Gustav Jung, el gran psiquiatra y psicoanalista suizo, a quien huía de un fantasma tenebroso que lo perseguía en sus sueños. Lo terrible es que pocos se dan cuenta de que esa sombra que lo sigue no es otra que su propia sombra.

Desde este hallazgo de Jung entendemos muchas cosas que hasta ahora se nos escapaban para explicar nuestros odios.

Surge la duda ¿por qué algunas personas de una cierta condición social o racial nos caen particularmente mal? ¿Será solo por lo que hacen o por su forma de ser o por su forma de pensar.
Recordemos, cuando éramos pequeños, nos dimos cuenta de que para ser aceptados en el entorno familiar y social teníamos que ser y actuar de una forma predeterminada. Así descubrimos rasgos que conforman nuestra personalidad, sencillamente no encajaban en lo que se esperaba de nosotros.

Inteligentemente los ocultamos en una gaveta del inconsciente. Evitábamos que afloraran en nuestra vida y pudiera dar a lugar a lo que tanto temíamos: el rechazo.

Allí habitó el odio agazapado. Esperaba su momento y condiciones que hasta el mismo desenfreno social solicitó su aborrecible presencia.
Hoy el anonimato de las redes sociales convertidas en vertederos ha propiciado la borrachera del odio. Señorea.

Basta leer tuit sobre cualquier marcha y padecer esa vomitiva catarata de inmundicia que desde allí se dispara. Anuncia hechos de violencia. Extravíos de sangre y muerte. No solo contra actores políticos sino a sus hijos que nada tienen que ver en el asunto.

Se instala el odio, según Charles Baudelaire: Es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida.

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