Por Marcel Roo|Democracia plurinacional (Opinión)

Con cuánto cariño hablamos los venezolanos de Bolivia. Es un particular afecto que llevamos sembrado desde las luchas independentistas cuando nuestro Libertador la llamó su hija predilecta.

Este país, otrora invisibilizado para el resto del mundo y expoliado de sus riquezas por los apetitos voraces del colonialismo de viejo y nuevo cuño, acaba de celebrar su cuarto aniversario como Estado Plurinacional y el noveno de la elección del primer indígena como Presidente de la República.

Quizás no se ha estudiado con la suficiente seriedad la decisión histórica de superar esa condición neocolonial a la que estuvo sumergida Bolivia, con la mayoría de su pueblo explotado por una oligarquía sumisa de los intereses foráneos.

El Estado Plurinacional no es una postura retórica. Al contrario, es la concreción de una nueva relación de poder, sintetizada de manera magistral por el presidente Evo Morales, de “mandar obedeciendo”. Es la esencia de la democracia participativa, piedra angular, por cierto, del proceso revolucionario bolivariano impulsado por nuestro comandante eterno Hugo Chávez.

Atrás han quedado aquellas amargas experiencias de dictaduras militares y democracias representativas que solo eran las dos caras de la explotación y la injusticia.,

Bolivia más que nadie conoce de esas experiencias, con más de 150 golpes de Estado. Por el Palacio Quemado pasaron militares de corte nacionalista como Juan José Torres hasta gorilas tipo Barrientos y Banzer, así como gobernantes de la democracia formal al estilo de Paz Estensoro, Siles Suazo, y asesinos como el “gringo” Sánchez de Lozada, hoy prófugo de la justicia boliviana y protegido por Estados Unidos.

El Estado Plurinacional ha roto con aquella perversión de hablar de democracia porque solo se consultaba al pueblo cada cuatro o cinco años, en comicios en los que de antemano se sabía que el ganador ya había sido designado por los poderes fácticos sumisos del capital transnacional.

Bolivia es hoy un gran laboratorio político y social donde, como sostienen destacados analistas, se busca armonizar las cosmovisiones del mundo indígena con la cultura política de la izquierda, en medio de un rico debate que se inserta dentro del contexto integracionista latinoamericano y caribeño por la creación de un nuevo orden internacional en el que predomine la justicia social y la preservación de la Pachamama, razón y origen de nuestra vida planetaria.