No hay debate público que valga sin el expreso reconocimiento de las legítimas diferencias de los ciudadanos. Ese reconocimiento no consiste en un gesto protocolar de buenos modales sino en la efectiva expresión del pluralismo, en la vivencia palmaria de la heterogeneidad, en la existencia objetiva de mecanismos y dispositivos que recogen esa diversidad.
Allí está la clave de un debate público constructor de espesor democrático. Desde allí es posible avanzar en la integración de lo múltiple en unidades complejas superiores. No se trata de forcejear para que el otro se integre a mi identidad parcial sino de forjar nuevos espacios donde convivan múltiples formas de identificación (M. Maffesoli).
No obstante, montados en la hipótesis optimista de un “resurgimiento de la política” en América Latina y en el mundo convulsionado por los “Indignados”, podemos abrigar cierta esperanza en torno a una revitalización del espacio público y, consecuentemente, a un relanzamiento del interés por las ideas, por el diálogo democrático, por la vigencia del pluralismo.
Como observamos, las tendencias son contradictorias y sobran las razones para imbuirse, sea de un moderado optimismo, sea de un comprensible escepticismo. En la coyuntura actual, estando de por medio el debate sobre la propia naturaleza del espacio público, es muy importante
entender el contexto en el que un país como Venezuela, por ejemplo, puede adelantar una discusión de este tenor. La mesa está servida para presenciar un gran debate. Las condiciones parecen apuntar a una masiva participación de la gente en esta discusión.
El debate político, como ningún otro, está recargado de los juegos de fuerza que pre-existen en el seno de la sociedad. No se trata de un ingenuo intercambio de opiniones en el que cada quien toma la palabra y luego se despide amablemente. Sabemos que está en juego –como siempre– una durísima batalla en la que chocan intereses, maneras de apreciar la realidad, visiones del mundo que se oponen con notable intensidad.
En el debate sobre la reconfiguración del espacio público está abierta una posibilidad de ejercicio democrático que apunta en la dirección de estos espacios simbólicos de todos.