El inicio de las conversaciones entre Gobierno y oposición ha copado la escena política del país en todos los sentidos. La gigantesca aprobación que ha logrado este acercamiento repercute positivamente en las expectativas de superación de la crisis por parte de la población venezolana, verdadera heroína en esta gesta cotidiana de no claudicar ante los agoreros de la violencia y el apocalipsis.
Nadie ha dicho que será un ejercicio fácil alcanzar acuerdos en un contexto de polarización como el nuestro, en el cual lo que se confronta no son personalidades o agrupaciones políticas sino algo mucho mas estructural como lo son proyectos de país con “brújulas” que orientan hacia objetivos distintos.
Si algo hay que valorar –además de la actitud dialógica que ha apuntalado el Gobierno encabezado por el presidente Nicolás Maduro– es la capacidad que ha tenido, con paciencia budista diría yo, para llevar progresiva y consistentemente a la oposición hacia el terreno en que él quiere dar el debate. A estas alturas, todas las “barajitas” con que contaba la oposición se han desdibujado una tras otra (renuncia presidencial, enmienda, referéndum revocatorio, intervención internacional de fuerza, y hasta el inexistente “juicio político”), dejando a la MUD en un claro escenario de deslegitimación, desgastada ante sus seguidores, sin propuesta ni respuesta a muchos interrogantes en sus propias filas y con el detonante de sus alas mas radicales, que amenazan con implotar esa plataforma de derecha, heredera de la extinta Coordinadora Democrática.
Como bien lo define Franco Vielma en reciente artículo, la acción estratégica del Gobierno encabezado por Nicolás Maduro, puede equipararse a la acción que aplicaría un experto en el arte marcial japonesa conocida como Aikido, que se basa en la neutralización del contrincante utilizando su propia fuerza para contenerlo.
Alineados en el centro de gravedad que nos da la Constitución, desde el chavismo hemos resistido con movimientos oportunos, claros, sin perder de vista la movilidad del contrincante y sus plurales dimensiones de ataque (léase, en el frente nacional a través de la guerra económica, mediática, psicológica, insurreccional y, en el internacional, con las matrices generadas y la coalición con poderes fácticos transnacionales). Tenerlos sentados en la mesa de diálogo, en la que se negaban desaforadamente a participar, marca la victoria de este round transcurrido en el 2016 que ya se despide, con el chavismo gobernando.