Divisiones y amenazas

Por: José Roberto Duque

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Si esa entelequia llamada “unidad” significa que todos los integrantes de una corriente o tendencia avanzan en bloque irrompible y galvanizado, con un método y unas metas unánimemente acordadas, entonces todo está dividido en Venezuela. Instituciones, gremios, familias, jerarquías, asociaciones de todo tipo. Chavismo y antichavismo, gobierno y oposición, todo ha sido o nació resquebrajado, diversificado y multicolor.

Incluso el cerebro de muchos individuos está dividido en compartimientos que no se ponen de acuerdo en el lugar de la historia donde les corresponde luchar; en la esquizofrenia de los tiempos abunda el que piensa y habla desde una perspectiva, pero actúa (porque lo necesita, o porque la realidad es más fuerte que sus sueños) en sentido contrario.

Tome los párrafos anteriores y sustituya “Venezuela” por “el mundo”: sí, también funciona. Solo que para un país, un pueblo y un gobierno asediados esa simple “gripesiña” que en otras circunstancias se llamaría alegre y mansamente “diversidad” puede resultar lesiva o mortal.

Tenemos al enemigo más potente que es posible encontrar en este planeta anunciando que su misión es meterse en nuestro territorio a matar y a apoderarse de recursos e instituciones, y todavía, o de pronto, hay camaradas que no saben para dónde disparar o andan amenazando con disparar dentro de la trinchera.

La hazaña primordial de Chávez consistió en poner a un gentío imposible de amalgamar a caminar en una dirección; su proyecto inconcluso o derrotado por las circunstancias fue la unificación de toda tendencia en torno o bajo la dirección o jefatura de un único partido de la Revolución. Ambos resultados (la victoria y la derrota) fueron buenas noticias, ambos fueron producto de ejercicios inéditos y refrescantes que nos mostraron al mundo, desnudos y sin tapabocas, con todos nuestros matices.

Desde esta acera uno pudiera alarmarse de cierta situación fácilmente observable: el enemigo nos lleva ventaja porque sus facciones tienen claro un objetivo esencial: destruirnos, desaparecernos físicamente y como corriente histórica. Ese objetivo es un requisito para la consecución de otros, que son los que los dividen: controlar el estado y los recursos del país, aliarse con Estados Unidos y otras potencias en la misión de depredar y distribuir las riquezas entre las corporaciones.

En esa misión no pueden viajar unidos porque cada partido o grupo de poder quiere el botín para sí y no para distribuirlo con nadie. El paradigma neoliberal exige ganar la competencia y el aplastamiento de los otros competidores; usted solo verá unidos a los partidos de derecha a la hora de aliarse para derrotar al chavismo. En un proceso electoral el objetivo central es fácil de congregar todas las voluntades; los problemas vienen después. Derrotados o triunfantes los veremos nuevamente con el cuchillo en la mano, y bien aceitada la máquina de propinar zancadillas.

¿Funciona también entre nosotros esa conducta o forma de funcionamiento?

Personalmente, he sido testigo de situaciones en las que cierto duende nocivo y perturbador causa estragos en organizaciones o entidades que merecían y necesitaban de mayor armonía. ¿Será mejor decirle unidad? Para efectos de lo que se desmenuza en este artículo, seguramente. He visto directivas de instituciones “divididas”: este grupo versus aquel otro, cada uno con sus jefes y fichas visibles. Cuando uno de “los de ellos” propone y se lanza a ejecutar un plan o política, suele activarse el otro grupo o clan en modo obstaculizador. Su misión pasa a ser sabotear o entorpecer el plan institucional hasta hacerlo inviable en la práctica. Fracasa el plan y aquel bando se siente vencedor y triunfante: entorpecieron y destruyeron el trabajo del adversario.

Poco importa si la institución, la Revolución o el país resultaron también lesionados: si logramos hacer fracasar al adversario (que también es revolucionario o chavista y se supone que empuja el carro hacia el mismo lugar que nosotros) entonces vencimos.

Lo peor de esa extraña lógica es que hay una cantidad de jóvenes presenciando la rutina y “aprendiendo” una lección que difícilmente se les borrará en el futuro: a esos muchachos se les está diciendo que eso se llama “hacer política”. Que la política consiste en hacerles imposible la acción a otros, caiga el proyecto que caiga.

También entra en la categoría “hacer política”, con todas las comillas de la duda y la precaución, ignorar o solapar el hecho de que en todas las instituciones del estado sobrevive el germen y la organización antichavista en muchas formas. No hay un solo ministerio u organismo donde todo el mundo sea o se sienta comprometido con la construcción del proyecto bolivariano, y eso incluye a los cuerpos policiales y de seguridad del estado. Los entes que poseen las armas de la República, la Fuerza Armada primero que ninguna, están llenas de elementos que no han vacilado en coger esas armas para dispararle al gobierno, a las instituciones y al pueblo.

De una institución del gobierno chavista salió un Oscar Pérez; es absurdo e irresponsable pretender que ese sujeto y sus compañeros de película fueron los últimos de su índole que permanecen en el Cicpc y el resto de los cuerpos policiales. Un Figuera jefatureó al Sebin y ahora vive en Estados Unidos protegido por la inteligencia norteamericana; hay que ser muy distraído o malintencionado para fingir creer que ese tipo no dejó sus fichas regadas en esa estructura. Aun así, todo cuanto hacen los efectivos del Cicpc y el Sebin (y ahora el FAES) le es atribuido por grupos, ONG e individuos que se la dan de graciosos, al gobierno de Nicolás Maduro.

La tesis del chavismo unificado bajo una jefatura única y unánime no es viable. Pero esto no le da carácter inevitable y mucho menos necesario a la persistencia de una docena de grupos o clanes en actitud de chantaje efectivo o puramente emocional. Ningún partido nuevo o “histórico” debe reclamar para sí la propiedad de una Revolución que ha tenido su sustrato en el pueblo y en el aglutinante ético llamado Chávez.

Otros aglutinantes: la meta central que es la destrucción del capitalismo, y la construcción de una forma de organización-acción distinta a la que dictan las hegemonías del capital.

Nos dividen o nos dividimos porque tenemos métodos distintos y seguramente ritmos difíciles o imposibles de sincronizar. Para salir de una ciudad desde su centro hasta la periferia hay dos vías posibles: circular por sus calles, desenvolverse según sus obstáculos y normas, o armarse de una poderosa maquinaria y abrir por el medio de lo que se atraviese un canal rectilíneo e imparable desde la Plaza Bolívar hasta Tazón, sin cruzar nunca ni mirar hacia los lados (ni hacia atrás, que es donde se supone que está la historia).

Quienes proponen para ya la liquidación violenta de la propiedad privada y la implantación de la dictadura del proletariado quieren dirigirse desde el centro hacia la salida de Caracas saltándose y devastando calles, semáforos, autopistas, personas, montañas y estructuras. El gobierno chavista en funciones ha decidido dirigirse a la salida haciendo las colas, deteniéndose, desviándose cuando hay una calle cerrada, esquivando huecos, respetando las alcabalas. Quienes conservamos de la juventud el ansia por la obtención rápida y patente de resultados nos desesperamos. Y desesperantemente largo y sinuoso es el curso de la historia de siglos que nos ha traído hasta aquí.

Hay algo que parecieran olvidar algunos defensores del “todo o nada, y quiero que sea para esta tarde”: entre las trincheras o conquistas que es preciso defender hay un gobierno, este gobierno chavista en funciones. El porqué ha sido muy repetido, y habrá que volver sobre él: porque la Revolución puede hacerse las buenas con este aliado (a veces ineficaz y casi siempre torpe, pero aliado) en el poder. Si este aliado es derrocado, el próximo gobierno no será el revolucionario impoluto y perfecto por el que suspiran los partidos “históricos”, sino una estructura transnacional asesina y devastadora que nos hará regresar al siglo en que fuimos prostitutas y esclavos de Estados Unidos. Habrá que continuar la revolución pero en condiciones que esos mismos “históricos” no están preparados para enfrentar.

Aun así, persisten en tareas y en revoltillos de análisis que a veces prenden y a veces no llegan ni a chasquear: atribuirle al gobierno la matanza y desaparición de activistas y militantes chavistas y revolucionarios, llamar “concesiones a la burguesía” los necesarios movimientos de repliegue en el campo de batalla, el rebuscamiento y generalización de situaciones particulares con el fin de convencer al mundo de que somos un proyecto fallido de sociedad: el fácil mecanismo de la propaganda de laboratorio es el arma de grupos y personajes que sin Chávez y sin el chavismo no hubieran sido escuchados ni leídos ni ignorados ni nada, más allá de sus clubes de lectores de clásicos marxistas.

Sobre el papel de la “izquierda” internacional en el actual momento venezolano también habrá que echar más de un ojo, en trabajo aparte. La verificación de que existen campañas sostenidas por factores “de izquierda”, complementarias o paralelas a las de la maquinaria imperial, es otro acto necesario de reconocimiento del terreno. Saber y entender que su misión principal es también una forma de bloqueo o aislamiento: intentar demostrar que el gobierno de Venezuela “no es de izquierda”, y por lo tanto merece ser execrado y derrocado (por la derecha).

Que están aquí (y allá) haciendo su trabajo, y que no les importa que se les note la intención, es una importante señalización en el camino de las luchas que se avecinan. La brigada de propagandistas disfrazados de “izquierda” es una manzana de lindo aspecto que al abrirla revela su putrefacción. Mejor lechosa conocida que manzana por conocer.