El cuarto poder que no pudo contra Hugo Chávez

En la década de 1990 los medios de comunicación y la llamada «sociedad civil», aliados como factores de opinión pública, embistieron contra la clase política del bipartidismo, que sería realmente derrotada por otra fuerza imprevista y latente, los excluidos que con Hugo Chávez lograron la victoria electoral de 1998.

Tras el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez, los tres primeros gobiernos del Pacto de Punto Fijo avanzaron dejando una estela de anticomunismo, persecución y desmovilización de la izquierda, creando un aparente clima sin contradicciones, llegando a hablarse de la democracia venezolana como una de las más estables de América Latina.

En la Venezuela saudita y próspera de Carlos Andŕes Pérez (1973-1978), surgen las voces de nuevos actores que tendrán un rol importante en las siguientes dos décadas que predecerán a la Revolución Bolivariana.

En 1978, el precandidato presidencial, Renny Ottolina, entonces un factor de opinión agradable a la burguesía y clase empresarial por su anticomunismo, sostiene el desgaste del esquema bipartidista y predica la figura del empresario como conductor del país. Este eventual ganador fallece en un accidente aéreo con su equipo de campaña, quedando silenciado, por fuerza mayor, su discurso.

Años después, en 1984, Marcel Granier, director de Radio Caracas Televisión, publica el libro La generación de relevo vs. el Estado omnipotente, pretensión de ensayo doctrinal en el que defiende ideas parecidas: que Venezuela debía ser dirigida por una tecnocracia y que los medios de comunicación privados son necesarios para que el Estado goce de estabilidad democrática.

Ambas tesis serán propagadas en la década de 1990 y se expresarán con mayor ímpetu en las movilizaciones de la clase media de 2002 y 2003, cuando la agitación opositora la lideren medios, empresarios y «sociedad civil».

Sin embargo, fueron más efectivos e históricamente rápidos los acercamientos entre la izquierda reacia a la pacificación y  oficiales subalternos que en alianza cívico-militar produjeron la rebelión militar del 4 de febrero de 1992, que insurgió contra el desgaste de los partidos, la crisis económica y represión popular con la que Venezuela entró en la última década del siglo XX.

A mí no me j…. tú

Con los oficiales rebeldes en prisión, los medios buscaron hacerse del saldo político que deja el descontento popular. Ya habían pretendido hacer sentir culpable al pueblo con los mensajes posteriores al 27 de febrero de 1989, en los que desaprobaban el estallido social del paquetazo neoliberal, sin cuestionar que fueron las medidas económicas el catalizador de un descontento acumulado.

Desde entonces era un negocio redondo para los medios realzar un compromiso social que a la vez fuera rentable. Los audiovisuales habían tomado una fuerza que otrora correspondió a la gran prensa, con tal desproporción que cualquier denuncia contra los servicios públicos o el sistema de justicia tenía más efecto si se acudía a la televisión o la radio que si se hacía ante la institución competente.

Surge en la Venezuela finisecular el concepto de televisión y radio «participativas» cuyo sujeto de atención era la sociedad civil. En su rol de mediadores ante la sociedad, son los medios audiovisuales, en especial la televisión, los que se abrogan el activismo de llevar la política a los hogares.

Desde junio de 1992, la telenovela Por Estas Calles enfocaba «con valentía, inteligencia y objetividad», en palabras del semiólogo Manuel Bermúdez, el «drama histórico» que vivía el pueblo venezolano. Este seriado dramático era el logos que explicaba la realidad social, con sus personajes, apotegmas y proverbios, que al final de cada capítulo hacía del emisor (la televisora) como personaje moral.

Como la patronal Fedecámaras, algunos propietarios de medios radioeléctricos se constituyeron económicamente antes del Puntofijismo, incluso cooperaron con la dictadura; y con el tiempo, como «cuarto poder» asumieron la «misión histórica» de apuntar hacia un nuevo modelo económico y político basado en la meritocracia.

El desencuentro entre la clase dominante, propietaria de medios y la clase política fue patente en incidentes como la afrenta del ex presidente Jaime Lusinchi (1984-1989) contra el reportero del noticiario El Observador, de RCTV, Luis Guillermo García, al momento de grabar el cierre de su nota en cámara. El «A mí no me jodes tú», de Lusinchi expresó el choque entre los grupos de presión y la llamada partidocracia.

Llegó a denunciar la periodista Marta Colomina, a propósito del Foro Iberoamericano de Comunicación para la Democracia (1997) organizado en Caracas por la Unesco, que «dos nuevos poderes aunque desiguales han emergido en desmedro de la libertad de expresión: el de los propietarios de los medios y los profesionales del periodismo (…) más que libertad de expresión que exige participación ciudadana, algunos medios y periodistas se inclinan sólo por los temas y enfoques que les resutan rentables».

Nacionalismo y pop

La beatificación de la Madre María de San José (1995) y la segunda visita del Papa Juan Pablo II (1996), orientaron la opinión pública hacia el fervor religioso. Por ejemplo, el ímpetu de las protestas de empleados públicos, contra el aumento de la gasolina, paro de universidades y una eventual huelga de radiólogos fue curiosamente abrumado por el eslogan «Despierta y reacciona, es el momento» de una profusa campaña en recibimiento de sumo pontífice.

Una estética mediática, burguesa y pop, tradujo a las audiencias el mensaje patriótico que originalmente promovió el bolivarianismo rebelde. Con temas musicales como Caballo nuevo, de Miguel Angel del Rey y Yo me quedo en Venezuela, de Carlos Baute, emprendieron un nacionalismo potable, mientras el Gobierno apabullaba la crítica, como ocurrió con la prohibición en las radios de la gaita Dr. Caldera de la agrupación Gran Coquivacoa, que cuestionaba la política económica del mandatario.

Desde el sector privado se impulsó la campaña Lo nuestro es lo mejor, de Empresas Polar, con cantantes de renombre en la industria cultural que difundieron el nacionalismo; conductores ponían en la carrocería de sus vehículos y rústicos «Machito» Toyota la pegatina del tricolor nacional para adornarlos con su expresión del amor a la patria, asimismo, la nueva versión musical del Gloria al Bravo Pueblo, con estética de videoclip y la voz de Ilan Chester llegaba a los hogares por televisión.

El derecho a la información veraz por parte del Gobierno y el de la libertad de expresión por parte de los medios fueron tema de agenda, configurándose como ambos actores en un futuro escenario de politización que surgirá en la década siguiente y que comenzaría con la feroz campaña en contra de la candidatura de Hugo Chávez en 1998.

Campaña y guerra sucia

La guerra sucia se demostró en plena campaña electoral cuando una pieza audiovisual de Acción Democrática (AD) utilizó una voz caracterizada para hacer creer a la audiencia que Chávez había prometido «freír las cabezas» de adecos y copeyanos una vez llegara al poder. La pieza fue prohibida luego de la denuncia hecha por el comando de campaña del Movimiento V República ante el Consejo Nacional Electoral. Otras, sin color partidista, cuestionaban la promesa electoral de la Constituyente y fueron pautadas en los «cuñeros» de la televisión nacional.

Los productos mediáticos amenizaron la campaña electoral. La telenovela Reina de Corazones, cuya protagonista fue codazo y guiño a la audiencia, narró la milagrosa historia de Marlene Páez (parónimo de Irene Sáez, candidata presidencial de Copei) que con sus lágrimas libera a los habitantes del pueblo de Topochal de una sequía prolongada; la verdadera candidata llegó a vestir como Eva Perón y hablaba de «Revolución en libertad».

Henrique Salas Römer, de Proyecto Venezuela, hizo en Caracas su Cabalgata de la victoria, en el lomo del caballo «Frijolito» junto a jinetes de sangre noble y tema de campaña también de Ilan Chester.

El poder mediático supuso que en provecho de la cantidad de receptores podría orientar el voto a través de la ficción, mirando al pueblo de soslayo, creyendo que mientras éste sólo viera la pantalla votaría por un gerente o una ex reina de belleza, porque rechazarían a los representantes de la politiquería y mucho más a un militar rebelde.

Así llegaron al domingo electoral del 6 de diciembre, Salas Römer (PV), Irene Sáez Conde (Copei), Claudio Fermín (Renovación), Luis Alfaro (AD) y Hugo Chávez (MVR), quien gana con mayoría aplastante al Puntofijismo, para más adelante tener que enfrentarse a otros factores de poder, prepuntofijistas y reaccionarios, como la llamada sociedad civil, tecnocracia, empresarios y medios, que por un tiempo serán los nuevos actores políticos de comienzos de siglo en Venezuela, cuando reclamen para sí el poder y la renta petrolera.

T/AVN
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