El despojo del cajón del Esequibo se fraguó entre amenazas, engaños y una traición

En el libro “La verdad sobre nuestra Guayana Esequiba”, su autor, Horacio Cabrera Sifontes, desentraña algunas de las claves y enigmas que rodearon el llamado Laudo de París de 1899 en el que Venezuela fue despojada del inmenso territorio Esequibo. Sifontes devela la componenda previa que llevó a la decisión unánime del fallo, examina la actuación del ruso Federico de Martens, presidente del Tribunal Arbitral, y el papel que jugaron nuestros “representantes”, el juez estadounidense David Josianh Brewer , el Escritorio de Derecho Internacional del jurista Severo Mallet-Prevost y Melville Weston Fuller. Igualmente menciona las negociaciones ruso-inglesas y de canjes territoriales en diversas partes del globo. Al final, Horacio Cabrera Sifontes concluye que fuimos traicionados por nuestros representantes y que la carta de Severo Mallet-Prevost, publicada después de su muerte, en la que revela la verdad de lo ocurrido, es una especie de “mea culpa” y del remordimiento que lo embargaba.

Publicada originalmente en 1970 bajo el título de “Guayana Esequiba”, el libro de Sifontes fue reeditado, revisado y ampliado, por Monte Avila Editores en 1988. La obra se suma a la larga documentación e investigación hecha por venezolanos en torno al despojo de que fue víctima Venezuela en el laudo arbitral.

“Se trata sin duda de un volumen de innegable importancia, tanto por el acopio de datos que reúne el autor, como por el conocimiento y la experiencia de muchos años dedicados al estudio del tema”, señala Monte Avila sobre el libro.

Horacio Cabrera Sifontes, fallecido en la década del noventa del siglo pasado, nació en Tumeremo, estado Bolívar. En su juventud participó en las luchas antigomecistas por lo cual estuvo cuatro años preso en La Rotunda. Cursó estudios de ingeniería de sonido en California y trabajó al lado de Rómulo Gallegos en la adaptación fílmica de Doña Bárbara. Fue gobernador del estado Bolívar y miembro del senado durante el periodo 19634-68. Entre otras obras, es autor de un libro sobre La Rubiera, el extenso hato conformado por las sucesiones de los Mier y Terán, y considerado el mayor latifundio venezolano durante el periodo colonial.

En el prólogo a la segunda edición, Sifontes introduce en el tema y a grandes rasgos desmenuza el entramado de lo ocurrido en París.

“El 2 de agosto de 1905”, así comienza, “se concluyó la demarcación del lindero de Venezuela con la Guayana Británica, basado en un laudo fraudulento, dictado en París en 1899, donde Inglaterra, siendo parte interesada, no permitió que estuviésemos presentes en resguardo de nuestros intereses. Fuimos obligados a nombrar representantes extraños. Por sugerencia del General Benjamín Harrinson, ex presidente de los Estados Unidos de Norte América, quien a su vez estaría como “Amigable Componedor”, nuestro mandato lo ejerció el Escritorio de Derechos Internacionales del jurista Severo Mallet-Prevost. Estos finalmente suscribieron un acuerdo unánime que nos despojó de un inmenso territorio, situado dentro de los linderos que constituían la Capitanía General de Venezuela y que nos fueron reconocidos por España después de la Independencia. Linderos que Inglaterra siempre quiso invadir y zona de la cual mandó a levantar mapas con fines preconcebidos. Al materializarse el laudo de París, nos había quedado tan solo la resignada obligación al silencio”.

Cabrera señala luego que en enero de 1944, el gobierno venezolano honró al abogado Severo Mallet-Provost con la Orden del Libertador, en reconocimiento a lo que se creyó su muy sincero servicio. Sin embargo, al fallecer Provost en 1948, un documento que había dejado en manos de un juez, para ser abierto después de su muerte, relataba en forma concisa y elocuente las irregularidades de que fuimos víctimas y que rendían nula la decisión del Tribual de Arbitraje. En esa oportunidad se hicieron las reclamaciones pertinentes, y fue acordada una reunión en Ginebra, a la cual asistieron Inglaterra y la para entonces Guayana Británica. Allí se acordó reactualizar la discusión sobre nuestros linderos “que salieron de la fase inerte de cosa juzgada en la cual habían permanecido”.

“Después de leer el Memorándum de Mallet Prevost”, continúa Cabrera “ y las anotaciones del juez Otto Shervwich, donde certifica que se le arrebató a Venezuela un extenso territorio “SOBRE EL CUAL GRAN BRETAÑA NO TENIA LA MENOR SOMBRA DE DERECHO”, flota en el ambiente una interrogante cuya respuesta he venido a encontrar después de publicada la primera edición de Guayana Esequiba”.

La pregunta es , apunta, ¿Nos traicionaron nuestros representantes escogidos a tan alto nivel cultural y moral, o fueron sorprendidos en su buena fe?.

El asunto de la unanimidad

A partir de la pregunta, Sifontes precisa que es necesario hacer un poquito de historia. Aquí aparece la figura de Federico de Martens, jurista ruso, profesor de derecho internacional en San Petersburgo, universalmente conocido en el mundo de las ciencias políticas y sociales por sus numerosas obras, entre ellas un Tratado de Derecho Internacional, cuya vigencia imperaba en aquel momento y cuyas cláusulas debían observarse para dar validez a los convenios entre estados. Martens era miembro del Consejo de Relaciones Exteriores de Rusia . Le tocaría presidir el Tribunal Arbitral como parte imparcial y de buena fe.

Sifontes se refiere a un diálogo revelador sostenido entre David Josiah Brewer y Severo Prevost en el que el primero le cuenta al segundo la propuesta del presidente del tribunal, Federico de Martens.

Brewer dijo: “Mallet-Prevost es inútil continuar por más tiempo esta farsa, pretendiendo que nosotros fuimos jueces y Ud. Abogado. El Magistrado Fuller y yo hemos decidido revelarle confidencialmente lo que acaba de pasar. De Martins ha venido a vernos y nos informa que Russel y Collins están dispuestos a decidir en favor de la línea Shomburgk, que, partiendo de Punta Barima en la costa, daría a Gran Breteña el control de la boca principal del Orinoco y que si nosotros insistimos en comenzar la línea partiendo de la costa en el río Moroco, él se pondrá del lado de los británicos y aprobará la Línea Shomburgk como la verdadera línea frontera”. Después añadió, apunta Sifontes que “Martens estaba ansioso de logra una sentencia unánime, y si aceptamos la línea que propone, él obtendría la aquiescencia de Lord Rusell y Lord Collins (representantes ingleses) a fin de llegar a una decisión unánime”.

Cabrera Sifontes se pregunta por qué el empeño de Martins en conseguir una decisión unánime y si en la propuesta ¿Se trataba de esgrimir por sorpresa una mentira audaz, o era una posición indigna a la cual cedían Brewer, Fuller y Mallet-Prevost?. La respuesta la da el propio Martens en uno de sus tratados de Derecho Internacional: Sólo la unanimidad daba fuerza legal a la sentencia.

Martens sienta en el tratado: “…Lo que la mayoría decide no es absolutamente obligatorio para la minoría; someter ésta a la autoridad de aquella, sería violar el principio de independencia de los Estados. Los esfuerzos deben dirigirse a conseguir que la minoría desista de su posición y se ponga de acuerdo con la mayoría. Si no se obtiene la unanimidad, no se habrá conseguido el fin de la reunión, que debe considerarse fracasada”. En el mismo texto concluye que “La negativa de ratificación reestablece las cosas al Status Quo Ante”.

“Tenemos que admitir”, considera Cabera Sifontes, “que la tesis de la amenaza era falsa. No se puede creer que personas especializadas no supieran lo que hacían en un caso tan ruido y tan bien pagado. De Martens actuaba también al servicio de Inglaterra. Su “arreglo…” se forjó cuando, como aparece en Actas, se lo llevaron por unos días a Londres los demás jueces ingleses. Qué o cuánto costó la “unanimidad”, es cosa que jamás sabremos. Inglaterra en esos momentos formulaba exigencias a Rusia que Martens manejaba según la mejor conveniencia de los intereses rusos y suyos personales”.

En las páginas de su tratado, De Martens trata las negociaciones ruso-inglesas en diversas partes del globo y detalla citas y consideraciones del famoso Diario de Robert Kerr Porter, quien de encargado de negocios de Gran Bretaña en Venezuela es transferido a Rusia donde se entrevista con el zar y le entrega el trabajo de Agustín Codazzi en la geografía e historia de Venezuela, que el zar recibió “visiblemente emocionado”.

“O sea”, asienta Sifontes, “que Rusia negociaba con Inglaterra zonas de influencias y dominios territoriales y quería documentarse sobre las concesiones que hacía”.

La traición

Porter había sido reemplazado en Venezuela por Daniel Florencio O ¨Leary, edecán de Bolívar y autor de las famosas memorias de O´Leary.

“Fue enviado como representante de Venezuela ante Gran Bretaña y enseguida regresó como representante de Gran Bretaña en Venezuela, específicamente encargado de las diligencias tendientes a arrebatarnos el discutido territorio fronterizo. Así lo confiesa en carta que es hoy de dominio público y que le ha merecido epítetos muy poco honrosos”, indica Cabrera Sifontes.

En torno al laudo refiere que “Nuestros representantes convinieron en la unanimidad, favoreciendo a Gran Bretaña, que a su vez cedía a Rusia el paso por Afganistán. En otras palabras, entre Inglaterra y Rusia se negoció nuestra Guayana, y a favor de tal atropello votaron nuestros representantes americanos”.

En Resumen, sustenta el historiador venezolano, Inglaterra cubrió todos los ángulos con gentes capaz y conocedor del medio.

“Porter fue enviado a Rusia, O ¨Leary a Venezuela, el Gobernador Light a Demerara, y, para fijar el lado favorable de la balanza, cuando llegó el arbitraje, Inglaterra se vale del habilísimo Federico de Martens. Aun en estas condiciones de lucha desigual, estábamos salvados por el Art. VI del Código de De Martens, pero nuestros representantes nos traicionaron. Ellos han podido hecho constar su minoría con un mínimum de esfuerzo y tal acto hubiera evitado el despojo. Fue tal remordimiento el que como “Mea Culpa” se traduce en el documento de Severo Mallet-Prevost, cuyo anagrama ya había sido sacado por un guayanés inconforme en la oportunidad de su condecoración : “Te ves perverso, mallote…”.

T/Manuel Abrizo
F/Archivo CO