El día que un pueblo de EEUU condenó a muerte a una elefanta

Erwin es un pueblecito de apenas seis mil habitantes en Tennessee, Estados Unidos, donde no suele pasar gran cosa. O al menos no desde el 13 de septiembre de 1916, fecha en que la incompetencia, la brutalidad y el surrealismo se dieron cita en un acontecimiento completamente inverosímil. Solo la existencia de fotografías de la época impide categorizarlo como una leyenda. Muy negra. Si lo de los circos actuales te parece maltrato animal, no sigas leyendo.

Mary era la joya de la corona del circo Sparks World Famous Shows: un elefante hembra de cinco toneladas capaz de tocar veinticinco canciones al trombón. Los carteles habían anunciado varios días antes la llegada del circo con la promesa de un show “moral, entretenido e instructivo”. Y así, el 11 de septiembre, Mary llegó al lugar acompañada por media docena de elefantes, varios elefantes marinos, payasos y un hombre que al parecer tenía el talento de caminar cabeza abajo. Al día siguiente habría un desfile por todo lo alto por las calles de Erwin, todos los lugareños estaban invitados. Pero este no era sino el preámbulo de una tragedia en tres actos.

1. Incompetencia

El triste final de Mary comenzó a fraguarse con la contratación de Red Eldridge, un joven con ganas de comerse el mundo que trabajaba barriendo suelos en un hotel. Cuando vio la oportunidad de enrolarse en el circo de los hermanos Spark, no se lo pensó dos veces. Eldridge, que carecía de la menor experiencia en el manejo de animales, sería el encargado de subirse a lomos de Mary para guiarla en el desfile.

Algunos testigos cuentan que, mientras atravesaba el pueblo entre el alboroto y el alborozo de los erwineñosMary se fijó en una tajada de sandía en el suelo y se desvió de su camino para llevársela a la boca. Eldrigde quiso enderezar su rumbo y le arreó un fuerte golpe con un palo rematado con un gancho. Al momento, Mary enloqueció de dolor, se sacudió al jinete y en un abrir y cerrar de ojos (los de Eldrigde) procedió a pisotearlo hasta dejarlo en dos dimensiones.

2. Brutalidad

El público, tras presenciar el cruento suceso, no tardó en convertirse en turba. El primero en tomarse la justicia por su mano fue Hench Cox, un herrero que descerrajó cinco tiros a Mary con su revólver. Al parecer, esta ni siquiera se inmutó. La gente comenzó a corear “¡matad al elefante!” y, poco después, llegó el sheriff Gallahan para poner orden, esta vez con un Colt .45. Tampoco sirvió de nada. Pero estaba claro que había que ajusticiar a una criatura que a estas alturas ya se había ganado el apodo de Mary la Asesina.

Comenzaron a llover las propuestas. Por un lado, estaban los defensores de la electrocución. Hay testimonios que apuntan a que llegaron a aplicarle una descarga de 44 000 voltios, ral como lo hizo la empresa de Edison con otro ejemplar pocos años antes. No se sabe con certeza si eso llego a suceder, pero en cualquier caso no lo consideraron un método viable. Otros, más imaginativos, apostaban por engancharla a dos locomotoras de vapor que tiraran en dirección contraria para desmembrarla. Parece que este método resultaba demasiado bárbaro incluso para los estándares imperantes, así que también se descartó.

3. Surrealismo

¿La decisión final? Utilizar el método de ejecución habitual en el estado de Tennessee en aquellos tiempos: la horca. La sentencia se anunció al día siguiente en la sesión matinal del circo, imaginamos que con redoble de tambores: sin coste adicional, los espectadores podrían presenciar el ahorcamiento del elefante en unas instalaciones ferroviarias cercanas. Pero claro, el patíbulo estándar se quedaba algo corto, así que optaron por una solución ganadora: colgarla de una grúa.

El día de la ejecución, dos mil quinientas almas, por decir algo, se reunieron para contemplar el grotesco fin de Mary. Pero aún quedaba presupuesto para otra chapuza: tras ponerle una cadena al cuello e intentar elevarla en el aire, la maniobra se truncó inesperadamente. Habían olvidado que estaba encadenada de una pata a la vía férrea. El resultado fue el desgarro de una cadera y la rotura de la cadena de la que colgaba, con lo que se estrelló contra el suelo. Fue necesario recurrir a una cadena más gruesa que la anterior para poder rematarla.

Hoy, Erwin intenta escapar de su truculento pasado con un festival en el que se subastan obras artísticas en torno al mundo de los paquidermos. La recaudación se destina al Santuario de Elefantes de Tennessee, que acoge especímenes procedentes de circos y zoológicos.

F/Publico.es
F/Imagen Ilustrativa