El feroz miedo de la dictadura de Jeanine Áñez

Han pasado ocho meses desde el golpe de Estado contra el presidente Evo Morales, un evento que contó en todas sus etapas con todo tipo de apoyo del Gobierno de Estados Unidos. Pero ya el mundo ni Bolivia son los mismos del “gran garrote”, un pueblo entero se niega a ser invisible

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Corría el mes de noviembre de 2019 y muchos mirábamos con asombro cómo un puñado de políticos cavernarios junto a jefes militares y policiales sin dignidad protagonizaban una macabra obra. De repente cerraron el telón, apagaron las luces y al día siguiente lo levantaron y prendieron dos velas al lado de una Biblia. Pretendieron que así que harían borrón y cuenta nueva.

Luego de ocho meses del libreto de la conspiración, golpe y desarrollo de la dictadura, la oligarquía cobijada por la embajada estadounidense ha tratado de sembrar miedo, pavor entre los pueblos de Bolivia, sin embargo, parece que los primeros que viven con miedo son ellos.

A los todopoderosos a los que iluminó presuntamente la Biblia para desconocer la voluntad electoral y política de los bolivianos no les han salido las cosas como hubieran soñado. La dictadora Jeanine Áñez debe estar melancólica del Plan Cóndor y las décadas de los 70 y 80, cuando solo bastaban seis charreteras, cuatro cachuchas, la bendición de un par de obispos y los telegramas y espías de Washington para consumar el “buen golpe salvaje latinoamericano”.

Desde la masacre de Senkata y Sacaba, cometida en diciembre de 2019, y en la que las fuerzas golpistas, policiales y militares mataron a 37 personas e hirieron a más de 500, pasando por los estruendosos casos de corrupción que no logra disimular la prensa complaciente, el uso del poder judicial para criminalizar y perseguir a líderes y militantes de izquierda, hasta el conveniente uso de la presión y la fuerza para alejar un proceso electoral, que a todas luces no les parece favorable.

La democracia occidental parece que nunca es buena cuando pierden los candidatos de Washington. Entonces el sagrado conteo de tarjetas electorales se les hace un poquito innecesario y no creen que sean pertinentes las auditorías. Todo funciona: en la democracia que defiende el sistema estadounidense gana el o la que le gusta al sistema.

Tres veces han aplazado las necesarias elecciones en Bolivia, aquellas que sirvan no para olvidar lo que le hicieron al pueblo y a Evo Morales, sino para poder hacer justicia para comunidades que han esperado más de 500 años de lucha para reivindicar sus derechos. Inicialmente los comicios presidenciales en Bolivia estaban planteados para el 3 de mayo, luego se colocaron para el 2 de agosto y más tarde para el 6 de septiembre.

Pero la semana pasada volvieron a cambiar la fecha: 8 de octubre. ¿El argumento? Pues, según, es por la pandemia. Se trata de una extraña preocupación cuando a la dictadura de Áñez no le ha preocupado atender las necesidades de la población y los requerimientos de servicio sanitario. Por el contrario, a la dictadura le ha dado por comprar armamento para la represión y por robarse la plata, más adelante hablaremos sobre esto.

¿Por qué tanto poder concentra tanto miedo?

La mayoría de las encuestas en Bolivia coinciden en que el candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS) y de las fuerzas progresistas y de izquierda, Luis Arce, ganaría en primera vuelta o estaría muy cerca de hacerlo. Ello colocaría en muy difíciles términos que confíen en una segunda vuelta como una opción para agrupar a todas sus divididas fuerzas y ganar.

Conste que es tanto el miedo que no se fían del mismo Tribunal Supremo Electoral, ni de las bandas fascistas que siembran miedo en Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. El terror de la derecha es tal que ni en la Biblia confían para ganarle las elecciones al pueblo boliviano.

Veamos algunas cifras. De acuerdo a un trabajo de investigación social del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), Luis Arce ganaría en una primera vuelta electoral con un 41,9% de intención de voto.

En segundo lugar estaría Carlos Mesa, quien propició el golpe de Estado y luego se hizo el invisible, con 28,8% de intención de voto; la dictadora Áñez con 13,3%, y sin mayores chances, el impulsor de la profanación de la Wiphala, símbolo ancestral de los pueblos originarios, Fernan Camacho, con 9,1%. Como dato anecdótico, el favorito de los círculos de la derecha tradicional fascista latinoamericana, el “Tuto” Quiroga, apenas reúne un 4,4% de intención de voto.

En marzo, un estudio del proyecto Bolivia Electoral, de la fundación alemana Frederich Ebert, señalaba que Arce tenía un promedio de 36 por ciento de votos válidos y 16 puntos por encima de Jeanine Áñez y del expresidente Mesa, cada uno con 20 por ciento.

El estudio de la fundación alemana pronosticaba lo que se evidencia en el sondeo de julio hecho por Celag: el crecimiento del candidato del MAS es sostenido y si la tendencia se mantiene puede superar pronto la valla de 40 por ciento, con una ventaja de diez puntos o más sobre sus rivales, lo que significaría ganar en primera vuelta.

A inicios de julio, lo que indican las encuestas obligó al gobierno de Áñez a admitir que necesitan formar una “coalición” contra el “populismo”. El ministro de Gobierno Arturo Murillo precisó que Áñez le hará “muy buenas propuestas”, para juntarse en otro más de sus pactos mortales.

Un estudio de la fundación Frederich Ebert también indica que la gestión de Áñez es valorada con un promedio de 3,6 sobre 10, es decir, la dictadora está aplazada. Dicho sondeo, divulgado a finales de abril, también señala que los bolivianos dan un puntuación de 4,2 sobre 10 a la gestión de Áñez y todavía la nación del altiplano no había llegado al escenario en el que está hoy, con la propia dictadora contagiada por el virus.

Los robos y el desastre durante la pandemia

Los funcionarios del régimen de Áñez no han tenido escrúpulos para robarse el dinero del pueblo boliviano, ni siquiera aquellos recursos destinados a la pandemia. Han sido tan evidentes que han tenido que revelar y entregar a piezas, como el exministro “interino” de Salud, Marcelo Navajas, a quien la Fiscalía debió acusar por la adquisición con sobreprecio de respiradores que debían ser usados durante la pandemia.

A pesar de que la investigación al respecto involucraba a más elementos en la trama de corrupción, la cosa fue callada por el Ejecutivo una vez sacrificaron a Navajas.

Los respiradores, que obviamente debían ser utilizados para la dotación de centros de salud durante la pandemia, fueron adquiridos cada uno a un costo de 28 mil dólares, es decir, el triple de lo que realmente costaban.

En febrero, cuando ya la pandemia era un hecho conocido y advertido como un riesgo para el mundo, el gobierno de Áñez decidió otorgar cinco millones de dólares a la policía para la adquisición de pertrechos para la represión.

En definitiva, no podíamos esperar que un gobierno surgido del irrespeto al pueblo boliviano pudiera comportarse de una forma distinta a como lo ha hecho en el contexto de la pandemia. Para el tamaño de su población, Bolivia es uno de los países más afectados de la región. Ayer, 29 de julio, la nación suramericana registraba 72.327 casos y 2.720 muertes, una tasa de letalidad de 3,7%, una de las más altas de todo el continente.

Con este escenario fue apenas hace dos días cuando la dictadura decidió decretar el “estado de calamidad”, en un país donde se notan largas filas de personas tratando de acceder a alimentos, medicinas, en un contexto de absoluta indolencia de las autoridades.

Durante el mes de julio los decesos por Covid-19 en Bolivia subieron de 1.201 a 2.647 y los casos de contagio se duplicaron. La nación del altiplano registra 6,3 casos del nuevo coronavirus por millón de habitantes, mientras el promedio mundial es de 2,1 por cada millón de personas. Ayer apenas retomó sus funciones la Mandataria, luego de resultar positiva al virus.

El ritmo de casos diarios de Covid-19 en Bolivia ya supera el millar, un cifra preocupante para una nación de solo 11 millones de habitantes. Desde el 1 de julio la cifra promedio de decesos supera los 50 por día, un panorama trágico para un gobierno que así como el de Bolsonaro o Trump decían no tener ningún miedo al virus. De lo que sí estamos seguros es de que bastante miedo sí le tiene la oligarquía boliviana al pueblo de su país.

T/ Chevige González Marcó
F/ Archivo CO
Caracas