El fuego, instrumento de terrorismo fascista

Símbolos y máscaras de la derecha venezolana (II)

Desde los albores de la humanidad, en todas las culturas al rededor del planeta, el fuego ha tenido una importancia fundamental como aliado de los grupos humanos, y al dominio de este elemento por parte de la población humana están dedicados infinitos mitos. Alrededor del fuego se han transmitido desde siempre los cuentos y la memoria de los pueblos. Sin embargo, en mano de los seres humanos, el fuego ha sido también un instrumento de muerte y destrucción: desde la quema de aldeas y ciudades para su dominio y aniquilamiento, hasta la destrucción de la diversidad de saberes y pensamientos a través de las piras de la Santa Inquisición, que quemaba gentes, libros y todo aquello que pudiese poner en duda sus dogmas de dominación y su poder.

La oposición venezolana viene utilizando desde hace tiempo el símbolo del fuego a través de reiteradas marchas con antorchas con clara referencia a la simbología fascista y nazista, como fue analizado por Robert Galbán en su escrito “Marchas, antorchas y fascismo” . Si bien las marchas con antorchas no son una prerrogativa fascista, sí lo son cuando conjugan el misticismo con la amenaza. De hecho, Mussolini y Hitler (y luego, los movimientos neo fascista y neo nazi) realizaron marchas de las antorchas con ese espíritu ambivalente.

Los rituales con fuego han sido una contraseña constante entre grupos de odio racial auto asumidos ‘herederos de civilizaciones superiores’ en el caso del nazi-fascismo; o como símbolo de unidad de raza ante el miedo a la diferencia, como en el Ku Kux Klan. La utilización de antorchas de noche y en forma masiva provoca, en los participantes, un efecto ‘amplificador’ del mensaje, que es generado por un encuentro casi místico con los más primitivos sentimientos de ‘miedo’, ‘comunión’, y ‘purificación’. En el caso de las marchas organizadas por la derecha, el mensaje es claro: ‘Ten miedo de nosotros los puros, poseemos el fuego que puede envolverte’. A partir de la manipulación emocional de las masas y de la perversión de sus creencias, el fascismo suele producir ambientes litúrgicos que pudiesen asumirse como ceremonias religiosas colectivas; el objetivo busca acceder al inconsciente y despertar los rasgos emocionales más primitivos, en favor de la conducción de la masa hacia objetivos propios de las clases dominantes. La voluntad individual y la capacidad de raciocinio deben ser disueltas, vencidas y listas para acatar las órdenes emanadas por los medios de propaganda fascista”, escribe Robert Galbán.

En Venezuela, la oposición ha llamado a realizar marchas de las antorchas reiteradamente a lo largo de los años: en diciembre de 2002, cuando “la Coordinadora fascista pretendió tomar por asalto el Palacio de Miraflores, usando como hilo argumental una supuesta ‘marcha de antorchas’ que fue convocada por los medios de la derecha criolla y que sería dirigida contra las instituciones del Gobierno revolucionario”; el 27 de mayo de 2009 para exigir a Conatel que se renovara la concesión al canal privado RCTV; en 2013, en la apertura de la campaña electoral. Recientemente, se han organizado diferentes “marcha de las luces en homenaje a los caídos”, entre lo religioso y lo intimidatorio; recordemos que sus raíces (Tradición Familia y Propiedad) son católico-fascistas, y que la Conferencia Episcopal Venezolana tiene un papel protagónico en la guerra contra el Gobierno Bolivariano: no debe de extrañar la presencia del clero en ese tipo de movilizaciones.

La utilización del fuego no se ha limitado a las marchas con antorchas, y la amenaza contenida en ellas se ha venido haciendo realidad de manera sistemática e in crescendo, cada vez que la derecha ha realizado sus repetidos llamados a la violencia. A lo largo de los años, han quemado sedes del PSUV, ambulatorios de la Misión Barrio Adentro, CDI, metrobuses e instalaciones del Metro de Caracas, instituciones públicas de diferentes índoles, incluyendo preescolares. También le han dado fuego al Parque Nacional Waraira Repano, en 2009, sobre sugerencia explícita del entonces alcalde metropolitano de derecha Antonio Ledezma; la tala y quema de árboles para trancar la calle se ha puesto en práctica varias veces. En 2014 se denunció el hecho de perros callejeros rociados de gasolina y lanzados a las barricadas incendiadas. “Estas características ecocidas, asesinas y fascistas de la contrarrevolución no son una casualidad. El objetivo de la restauración capitalista en Venezuela requiere de una mentalidad instalada en sus elementos de vanguardia y de choque que no contemple piedad ni con la naturaleza ni con quienes se les oponen […] Es necesario actuar para acabar con la violencia y el terrorismo ahora, ya que mañana los incendiados podemos ser nosotros”, alertaba un artículo sobre lo que estaba pasando en Venezuela.

La alerta no fue en vano. Este año la derecha, en sus pacíficas protestas, ha incendiado centros de alimentación, hospitales materno-infantiles, ambulancias, sedes de instituciones públicas, unidades de transporte público, entre otros. Pero las víctimas del fuego destructor han sido las personas también. Los primeros quemados han sido, por accidente, los mismos participantes en las acciones violentas, en Caracas: dos mientras lanzan una bomba molotov (uno el 1º, el otro el 3 de mayo) y otros dos mientras incendiaban una moto de la GNB (3 de mayo). Algunos días más tarde, los terroristas de la oposición le han dado fuego a personas de manera intencional. El 10 de mayo, unos manifestantes terroristas lanzan bombas molotov contra un autobús, quemando a una señora de 61 años, Lorenza Higuera, quien recibe el impacto de la bomba, y dos personas más. Una semana más tarde, Carlos Ramírez “por parecer chavista” es atacado, prendido en fuego y perseguido por un grupo de manifestantes encapuchados al grito de “¡mátalo, mátalo!” mientras transita por Altamira (Chacao), el 18 de mayo. Luego, el 20 de mayo, el joven Orlando Figuera, de 21 años es tildado de infiltrado chavista en la marcha de la oposición y ladrón; es apuñalado, rociado con gasolina y prendido en fuego por parte de los manifestantes fascistas, el joven fallece dos semanas más tarde. En la madrugada del 6 de junio, unos terroristas incendian la sede de una institución pública en Santa Rita (estado Zulia), estando adentro el vigilante, Erik Teoconis, quien sufre quemaduras.

Para meterle candela a otro ser humano, debe haber por un lado un fuerte componente de odio, y por otro una demonización y deshumanización del otro, elementos estos que están constantemente presentes en los discursos de la derecha venezolana, y que van cosechando sus efectos. Sin embargo, gracias a un estudiado y asesorado uso de las imágenes simbólicas, y a la colaboración activa de las grandes corporaciones mediáticas, fascistas y terroristas figuran internacionalmente como las víctimas de una feroz dictadura. Tarea de todas y todos es quitarle la máscara.

T/Alba Ciudad
F/Archivo