Claudio Fermín escapó de la naftalina y anunció estar dispuesto a sacrificarse ante el decreto constituyente
que convoca a elecciones presidenciales.
Ramos Allup emergió de un aguamanil y ripostó que el monopolio del sacrifico lo tiene su partido,
“por años de servicio”.
Del fondo de una tinaja o botija con morocotas el imperio sacó al empresario Mendoza
y arguyó que al susodicho le toca porque su apellido se viene sacrificando desde la Guipuzcoana.
La cola de sacrificados sigue.