El Marica de Williams Burrougs

TEMÁTICA (GÉNERO)

POR: ROMPIENDO LA NORMA

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La lectora o el lector prevenido sospechará que el título del artículo es un juego de palabras, sobre todo si nota que la palabra “marica” está en cursivas. Habrán otros lectores mas incautos, que lo leerán y lo entenderán al pie de la palabra, pero lo cierto es que no me interesa resaltar el hecho de que William Burroughs, escritor estadounidense de la década de los años 50, reconocido a pesar suyo como parte de la llamada Generación Beat, era homosexual, sino hablar sobre su obra y la influencia que tuvo en la cultura de su época.

No obstante, esto es un zapato que me queda grande. No soy lector empedernido de su obra ni tampoco conozco el ambiente cultural en que se desarrolló la misma. Solo sé, vagamente, que Estados Unidos de posguerra era una nación profundamente conservadora, acérrimamente anticomunista y de credo liberal (lo eran, al parecer, mucho mas que ahora). Sobre Burroughs no tengo ninguna certeza, mas bien una serie de sospechas que hoy quisiera compartir aquí.

Marica, es el título con que se publicó en español la novela de Burroughs titulada en inglés Queer, escrita a comienzos de los años 50, pero publicada por primera vez en 1985. Y en verdad “marica” es una buena traducción del término queer, pues conserva toda la carga peyorativa del mismo: un insulto, un llamado despreciativo e hiriente hacia lo raro y todo lo que no sea considerado normal.

El marico en la novela de Burroughs –profundamente autobiográfica, por cierto–, es un hombre patético, torpe al momento de disimular su deseo sexual y con vergüenza de quedar expuesto ante otros hombres mas jóvenes y hermosos que no dejan de rechazarlo. Es esa exposición bochornosa, ese desamparo ante la mirada de los demás en que está Lee, el protagonista, lo que está plasmado, creo yo, en el título del libro Queer, una marca, un estigma. Lee, está desnudo ante su deseo y no hay gesto pudoroso que lo recate, como si llevara la palabra “marico” tatuada en el pecho.

Justamente, casi todas las tapas de las diferentes ediciones del libro llevan la palabra queer escrita en mayúsculas. Uno puede imaginarse lo difícil –sino imposible– que debió ser para las lectoras y los lectores de Burroughs, leerlo en el metro, o sentados descaradamente en el banco de un parque o en la parada del autobús. Parecido sería llevar hoy día una franela que diga “marico” estampada.

No es raro que su obra, escrita a comienzos de los cincuenta, haya sido publicada muy tarde en la década de los años 80 –¡estamos hablando de un pudor editorial de 30 años!–, pues no solo se trata de un retrato realista de la homosexualidad y las drogas, sino también una crítica a los valores y a la cultura de su sociedad.

Hoy día, el término queer ha sido reapropiado por la comunidad de lesbianas, homosexuales y personas trans. Sigue siendo un insulto, pero también, al mismo tiempo, es una rama de estudios universitarios que abarca diferentes áreas del conocimiento y disciplinas como la sociología, la historia y la antropología.

El “marica” de Burroughs, es decir, la audaz crítica social y la exposición abierta de la condición homosexual en su obra, posiblemente incidió, como el resto de los escritores de la Generación Beat, en el pensamiento contracultural de los años 60 y 70 en Estados Unidos.

Pienso que en Venezuela nos falta aun mucho por recorrer. Nuestros colectivos sexodiversos están entregados mas a la lucha política, que todo lo abarca, que a la revolución contracultural. Tenemos el talento: mujeres y hombres de todas las identidades sexuales y géneros que son artistas, pensadores e intelectuales y, hoy mas que nunca, estamos orgullosos de quienes somos y de la manera en que nos mostramos al mundo, entonces, ¿a qué esperamos?

T/ Javier J. Véliz
I/A.B.

“Cataluña me la suda”

Es domingo, y hago turno partido en el bar. A la medianoche ya estoy fuera, pero me demoro: un amigo venezolano ha pasado a saludar, y pues nada, me he emocionado y en su compañía me tomé dos IPA de centeno, con ese toque ácido que tanto me gusta.

Estoy alegre. Pero lo dejo allí y me voy. En casa ella aguarda mi regreso; al día siguiente tiene que levantarse temprano para trabajar, pero quiere verme, hablar conmigo, contarme; y yo quiero verla, escucharla, que me cuente. En la plaza los negros, los pakis vendiendo latas de cerveza, los pacos revoloteando, el supermercado abierto, los guiris. Veo el reloj y son las 12.15 de la madrugada. Apuro el paso. Además de verla, escucharla y que me cuente, tengo la necesidad acuciante de darle unos besos.

Casi llego, aun no veo el portal, pero lo presiento, cuando alguien me nombra y me toma del brazo. “¡Tía, vas corriendo! ¡Qué gusto verte! Ni me escuchaste. ¿A dónde vais? ¡Qué sorpresa!”, y se ríe, se ríe siempre, amable, emocionado, como siempre. “Estoy preocupado”, me dice. Le cuento sobre la presteza de llegar a mi destino. Ríe. Me invita a hablar con él un rato, le preocupa la situación en Cataluña, y quiere saber qué pensamos nosotras, qué pienso yo. La situación me da mucha risa. Quiero, anhelo llegar, pero también me gustaría conversar con él, aunque tal vez no tenga mucho que decirle. Se lo advierto: “Cataluña me la suda”, le digo. Él ríe. “Pero puedo elaborarlo”, acoto.

Entro al bar con él y pido una cerveza. Envío un mensaje: “Me agarró el brujo llegando a casa”. Partimos del principio común de que ambos detestamos todas las formas de nacionalismos. Me cuenta historias: la unión del reino de Aragón y el de Castilla; las prerrogativas de autonomía que tenía bajo los reyes católicos, la crisis política del siglo XVII cuando la casa real francesa pasa a detentar el poder en España. Yo le cuento mis experiencias racistas en Barcelona, le recuerdo que los colonizadores de América también eran catalanes, que las leyes del Govern son tan racistas y xenófobas como las de Madrid.

Hablamos de Venezuela. Se ríe. Dice que históricamente, el pueblo español (catalanes incluidos) es muy sádico en su odio de unos contra otros, que hay en España una cultura de la muerte muy fuerte. Recuerda el franquismo, la Guerra Civil. Yo recuerdo imágenes y versos de Lorca. Le digo que sí, que yo sé, que sabemos, que en América sabemos de primera mano los abismos de violencia y destrucción de España. Pero me tengo que ir.

Hay cosas mas importantes en la vida que las pugnas supremacistas de un pueblo prepotente y acomplejado. Ella me espera. Y yo tengo unos besos que darle.

T/ Caborca Lynch
anonimatoliterario@gmail.com