El odio también milita en la oposición venezolana

Los incontrolables sentimientos retaliativos de quienes desean aniquilar por cualquier vía la Revolución Bolivariana, se han venido recalentando en estos tiempos de pandemia, conjugándose con el incremento de las amenazas de una invasión militar a nuestra patria

_____________________________________________________

En los últimos días ha estado circulando en las redes un video en el cual un cantante anónimo, no faltaba más, interpreta un tema en el cual expresamente se justifica el asesinato del presidente legítimo y constitucional de la República, Nicolás Maduro Moros, a manos del engendro de la Casa Blanca, Donald Trump.

El bodrio musical también apunta hacia la liquidación de varios líderes de la Revolución Bolivariana, con un mensaje con el que se pretende convencer a los destinatarios de que con el exterminio de todo vestigio del chavismo supuestamente desaparecerían de la noche a la mañana todos los males padecidos por nuestra asediada patria.

Nada de casual tiene la difusión de este tipo de esperpentos en el contexto de una escalada de las amenazas de los genocidas de Washington en connivencia con gobernantes rastreros como Iván Duque, en Colombia, y Jair Bolsonaro, en Brasil, y de quienes están al frente de los sectores más extremos de la oposición venezolana. Es evidente la intención de ir preparando el terreno en los mediático, y sobre todo en lo psicológico, para internalizar en el grueso de la población la convicción de que una eventual intervención foránea sería lo mejor que pudiera pasarle al país en las actuales circunstancias.

En la letra de la citada “pieza” hay un elemento intrínseco que si bien se ha venido acentuando en las semanas más recientes ha estado presente con marcada intensidad en las últimas dos décadas, el odio, como parte de las herramientas utilizadas por la dirigencia opositora a través de sus medios en procura de recuperar el poder y los privilegios perdidos con la llegada del comandante Hugo Chávez Frías a la Presidencia de la República.

Así, festejaron de manera miserable en las redes la partida física de dos importantes figuras del chavismo, el exministro José “Chino” Khan y el jefe de Gobierno del Distrito Capital, Darío Vivas, icónico organizador de las multitudinarias marchas del Partido Socialista Unido de Venezuela y demás fuerzas revolucionarias del país.

De igual modo se solazaron con los anuncios de los contagios por Covid-19 del presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, cuya “muerte” celebraron por adelantado en numerosas ocasiones, Tarek El Aisami, Freddy Bernal, Jorge Rodríguez y hasta el sacerdote Numa Molina, entre otros.

Se relamieron de gusto igualmente cuando las cifras comenzaron a rebasar el millar de contagios diarios y se incrementaban las víctimas fatales, alimentando sus macabros cálculos de una pandemia desbordada abriéndole las puertas a su sueño dorado de ver profanado nuestro territorio por fuerzas militares extranjeras con la “misión” de “salvarnos” del apocalipsis.

Es una conducta reiterada, con un fin inocultable: destruir a cualquier costo al que consideran enemigo. La han expresado de distintas maneras, en múltiples ocasiones: incinerando vivas a personas, prendiéndoles fuego a instituciones con personas en su interior, incluyendo a niños, colocando guayas de acero entre calles para degollar a seres humanos, impidiendo el paso a quienes requerían atención médica urgente, aplaudiendo “sanciones” destinadas a negarnos el acceso a alimentos, medicinas, bienes esenciales; alegrándose por el asesinato de inocentes a manos de francotiradores, persiguiendo a semejantes por “parecer” chavistas o tener la piel oscura.

“¡Qué viva el cáncer!”, pintarrajearon en las paredes cuando se anunció la terrible enfermedad que finalmente derivaría en el cambio de paisaje de nuestro líder supremo; han atacado con balas y objetos contundentes marchas. En el golpe de Estado de 2002, ese fue el motor que los llevó a intentar el asalto al Palacio de Miraflores, el mismo móvil del sabotaje terrorista a nuestra industria petrolera. El odio, ningún otro argumento, inyectado en algunos de sus principales “líderes”, como Leopoldo López, Juan Guaidó, Julio Borges, María Corina Machado, en la mirada de su amo, el actual inquilino de la Casa Blanca, inoculando a la población a través de medios y redes.

Componente irracional

El psicólogo Fernando Giulliani recuerda que el odio se utiliza desde siempre en la política: “El ejemplo más extremo podría ser el nazismo, el fascismo. Un conflicto que tiene como base el prejuicio, suele ser la base del odio, cuando pasamos a uno de tipo colectivo por lo general está por delante el prejuicio, la atribución a un cierto tipo de personas de unas características que resultan amenazantes para quien lo siente, a tal punto que se van transformando en un objeto psicológico al cual primero le tengo miedo, que nace de endilgarle características casi perversas, y además me tocan elementos inconscientes que el prejuicio despierta, estimula, en esas personas”.

Subraya el profesor de psicología social en la Universidad Central de Venezuela: “No cualquiera siente odio, hay una base en la personalidad de la gente que inconscientemente es capaz de sentir algunas cosas, y si eso se estimula porque si le atribuyó a determinado grupo cierto poder sobre mi vida, eso ya se torna más peligroso, pues no solamente los rechazo, ahora comienzo a tener el miedo de que si ellos tienen poder me van a imponer algunas condiciones que para mí son inaceptables”.

Por ello, reitera: “Se utiliza porque el odio tiene un altísimo componente irracional y emocional, que es lo más fácil de manipular, por eso lo hacen, la manipulación de los pensamientos, de los sentimientos siempre se dirige a los aspectos más irracionales de nuestra vida”.

El también integrante del Colectivo de Psicólogas y Psicólogos por el Socialismo explica: “Los prejuicios no nacen con nosotros, se construyen socialmente. Hay una amplia zona de pensamiento que no es irracional porque sea patológico, es un pensamiento habitualizado, no pasa necesariamente por la razón. No estamos hablando todavía de odio, sino de prejuicio, cuando eso se estimula y es muy fácil hacerlo, cuando los medios comienzan a repetir y repetir, el sentido común de la gente lo va reproduciendo y así se va socializando. Los agentes de socialización pueden ser hasta la misma familia, el prejuicio está en la sociedad”.

En ese orden de ideas, Fernando Giulloani indica: “Cuando en política se utiliza esto el objetivo es generar un caldo de cultivo para la inestabilidad. Eso lleva siempre la intencionalidad de que en ese río revuelto se puedan introducir elementos que permitan derrumbar un gobierno. No es muy difícil verlo. El problema es que no toda la gente lo cree, porque no es fácil aceptar que uno puede ser blanco de una manipulación, hay una resistencia a creerlo. Eso obviamente ha sido inducido y en términos políticos siempre se ha utilizado”.

Herramienta para desestabilizar

El estudioso de la conducta humana enfatiza: “El odio también es un potencial humano, es desagradable decirlo, es un sentimiento persistente, dirigido hacia una persona o grupo de personas. Necesitamos un grupo que bajo condiciones persistentes va a desarrollar un deseo de generar sufrimiento en otro grupo, es un estado psicológico que se instala y se retroalimenta en ese deseo que puede incluir exterminar al otro. Ese deseo de generar sufrimiento es lo que define el odio, su motor principal y previamente debe haber escalado hasta ahí. No hay un odio espontáneo”.

“En Venezuela”, apunta, “se introduce el odio en la política como una herramienta para la desestabilización. Una sociedad atravesada por la violencia, por altos niveles de irracionalidad, es el caldo de cultivo para lograr que un país se haga ingobernable, que un gobierno caiga. Como esto tiene una alta dosis de irracionalidad, uno no sabe hasta dónde puede llegar y eso demuestra la falta de escrúpulos de quienes están detrás. Aquí esto se ha aplicado dentro de la guerra no convencional, en la cual una de sus expresiones son las operaciones psicológicas, que utilizan las grietas ya existentes en una sociedad. En nuestro país, la constitución de las clases sociales implicó siempre una discriminación hacia lo popular y más en las décadas de los 80, 90, cuando se comenzó a consolidar ese modelo de consumismo extremo y que terminó partiendo a la sociedad en dos zonas muy desiguales, con unos niveles de pobreza muy grandes, además de una profunda exclusión”.

En ese contexto, “esa base de prejuicios estaba allí y la podemos rastrear desde antes de la llegada de Chávez al Gobierno. Después, comenzaron a decir cosas absurdas, como que te iban a quitar la patria potestad de los hijos y la gente se lo creía, porque se produce una alteración en lo que llamamos el principio de realidad: a ti te dicen que algo va a pasar, transcurre el tiempo y eso no ocurre, pero la parte irracional del miedo no te empuja a verificarlo, estás convencido de que si bien eso no ha pasado, puede pasar, el prejuicio actúa sobre personas que no es que tengan un problema patológico, sino que es tan fuerte que no se elimina porque no se ha cumplido la amenaza, sino que se sigue alimentando y ante esto el atizar ese prejuicio hacia el chavismo, obviamente, iba a dar sus dividendos terribles desde el punto de vista ético”.

Giulliani insiste: “Eso siempre estuvo allí porque nunca han considerado al chavismo como fuerza política o expresión cultural, también opera el desprecio, porque la oposición nunca ha asumido que el chavismo es un proyecto con el cual se pueden confrontar”.

Giulliani recalca: “Todo eso fue generando lo que tenemos hoy, el gran objetivo es desatar una confrontación que siempre está a la vuelta de la esquina, porque, por ejemplo, si logran asesinar al presidente Maduro será muy difícil de contener una respuesta del chavismo, que está también de a toque. Por ejemplo con la rabia contra Guaidó, contra Borges, eso puede explotar en cualquier momento, lo que pasa es que hasta ahora esto se ha venido canalizando porque el Presidente es un hombre con gran sentido político, histórico, sabe bien que si se llega a abrir esa compuerta que mantiene la paz, sería imposible retomar después la gobernabilidad, pues el odio va a operar con autonomía funcional”.

Odio militante

La socióloga Mariadela Villanueva, por su parte, considera que “el odio, más que una expresión de lucha política, es un sentimiento subyacente en las relaciones sociales. Transponiendo lo personal al complejo mundo de lo social, diría que el odio, estadio superior de los sentimientos negativos que pude abrigar un ser humano hacia otro, emerge y es utilizado como fuerza motora en la política, cuando la lucha de clases también avanza hacia un estadio superior”.

“Mientras la élite dominante pueda administrar el poder político a su antojo para engrosar su capital a costa de la gran mayoría, utiliza todos los medios a su alcance para esconder las inevitables tensiones sociales tras una conveniente convivencia social pacífica”, sostiene, y añade que es una “fachada que al ver amenazada su posición demolerá para dar puerta franca al odio y a toda clase de prejuicios, comodines justificadores de la imposición de sus intereses y privilegios por la fuerza”, agrega.

La articulista del Correo del Orinoco pone como ejemplo “la destrucción desencadenada desde principios de siglo por mandatarios estadounidenses al servicio de los amos del gran capital para tratar de defender la hegemonía mundial de Estados Unidos. En el caso de nuestra Venezuela refundada como V República, podemos observar cómo la élite dominante/dominada, que había logrado establecer una convivencia pacífica con los adecos despreciados por medio pelo y con sus copeyanos, al ver peligrar su estatus, urdió toda clase de marramuncias para evitar la llegada del comandante Chávez al poder”.

Sin embargo, de acuerdo con su análisis, “una vez derrotados en las elecciones, persuadidos de la inutilidad de negociar con él, se dedicaron a calumniarlo, sabotear su gestión y a intentar derrocarlo, lo cual lograron por unas cuantas horas. Mas, el retorno de Chávez, de la CRBV y de las leyes que afectaban sus intereses, el fortalecimiento cuantitativo y cualitativo del chavismo, los nuevos descalabros electorales y las posteriores victorias del presidente Maduro los fueron plenando de un odio activo y militante, afilado como arma de combate, cultivado como maná para captar el apoyo de grupos medios tan clasistas y racistas como ellos y para reclutar carne de cañón en los sectores populares aledaños a sus zonas de confort”.

Para la ganadora del Premio Nacional de Periodismo 2017, la mención Opinión, es una “militancia perversa, que los ha convertido en seres abominables, en delincuentes y en agentes del enemigo, corresponsables del bloqueo y ataques de todo tipo emprendidos por Estados Unidos y sus aliados en contra de nosotros, los venezolanos”.

“Militancia nefasta y muy peligrosa, exacerbada en este momento por el fracaso de los intentos de salir de Maduro y del chavismo, por la resistencia de un pueblo que no está dispuesto a caer en provocaciones, por su creciente desprestigio nacional e internacional y por la cercanía de un proceso electoral que recompondrá al Poder Legislativo devastado bajo su control”, concluye Maríadela Villanueva.

T/ Jimmy López Morillo
F/ Cortesía