El Silencio, de infierno a joya urbanística de Caracas

Con este urbanismo, diseñado por Carlos Raúl Villanueva, el Gobierno de Isaías Medina Angarita emprende un ambicioso proyecto de transformación de la ciudad, que comenzó por derribar el barrio insalubre asentado en el centro capitalino, donde proliferaban la delincuencia y los prostíbulos. Hoy es uno de los íconos arquitectónicos de Caracas

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El 26 de agosto de 1945, hace 75 años, el presidente Isaías Medina Angarita inauguró la llamada en su época Reurbanización El Silencio, que luego los caraqueños pasaron a reconocer simplemente como “los bloques del Silencio”. El moderno complejo urbanístico diseñado por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva está integrado por siete bloques, y dos plazas, la plaza Miranda, ubicada al este, y la O´Leary, cuyas esculturas y fuente son obras de Francisco Narváez, al centro. En la O´Leary confluyen en una redoma una serie de avenidas que vienen de tres puntos: la avenida Sucre, la San Martín, y la avenida Bolívar, que enlaza con Parque Central, pasando por debajo de las dos torres del Centro Simón Bolívar.

La urbanización El Silencio es considerada como uno de los íconos de los inicios de la Caracas moderna y de la transformación urbana, pero más allá de la belleza del complejo arquitectónico, constituye una especie de hoya física y espiritual a donde llegaba o pasaba la caraqueñidad y sus gentilicios, ya que El Silencio podría calificarse como una zona de confluencia y de distribución humana en el centro de la ciudad: los de La Pastora que bajan por la avenida Baralt, los de El Paraíso, La Vega y Quinta Crespo que suben por la Baralt, los de San Juan, Artigas, El Guarataro, Vista Alegre, que utilizan las avenida San Martín, los de Catia y el 23 de Enero, que bajan por la avenida Sucre. Muchos de los parroquianos acuden a la DIEX, ubicada frente a la plaza Miranda, a procurarse su documento de identidad o se dirigen a las oficinas de los ministerios que funcionan en las dos torres del Centro Simón Bolívar.

En los alrededores de la urbanización y de la plaza O´Leary se ubicaban una serie de instituciones, públicas y privadas, que dejaron huella en la Caracas reciente y hasta se les recuerda con nostalgia: los edificios del Banco Obrero al norte de la O´Leary, la sede del diario El Nacional, entre las esquinas de Puente Nuevo a Puerto Escondido, el edificio Junín, hoy sede de la televisora Corazón Llanero. El Junín acogió en sus pisos a Radio Rumbos, considerada en su tiempo la emisora de mayor potencia en Venezuela y una de las más importantes del país. “Noti Rumbos”, el “noticiero impreso en la radio”, llegó a tener la mayor audiencia y sintonía, con periodistas como Desirée Santos Amaral, reportando los dolores y clamores del pueblo, o el reportero de sucesos, el recién fallecido José Campos Suárez, quien solía concluir sus historias de drama, dolor y llanto con la peculiar expresión que lo hizo famoso: “El crimen no paga; les habló José Campos Suárez”.

Al norte del Silencio está la belleza del Calvario, donde muchos enamorados agarrados de la mano y viendo estrellitas se dieron el primer beso. En un barrio cercano había todavía una gallera en los años 80. Allí, según tituló un periodista del Diario de Caracas: “En la quinta pelea mataron al coronel”.

Obra transformadora

Sobre la iniciativa del presidente Medina y la obra de Villanueva se han hecho múltiples investigaciones, análisis, crónicas, reportajes, tesis de grado. La mayoría de estos escritos coinciden en reflejar la importancia que tuvo en la transformación y modernización de la ciudad.

“Construido entre 1942 y 1945”, señala un escrito en la web del portal de Banesco, “es el primer desarrollo de renovación urbana y viviendas multifamiliares llevado a cabo en Caracas por el Banco Obrero, una institución del Estado, que transformó radicalmente una zona urbana de pobreza extrema carente de condiciones sanitarias en un hito de la ciudad. Su trazado axial, con manzanas en formas cuadradas y triangulares, configuró un nodo vial en forma de “Y” donde convergen las avenidas San Martín y Bolívar, así como al enlace noroeste con la avenida Sucre, hacia Catia, en cuya confluencia se ubica la plaza O’Leary. Este espacio, de forma rectangular, es el centro emblemático de la urbanización y se aviva con las fuentes adornadas por las esculturas en piedra porosa color marfil, obra de Francisco Narváez (1905-1982). El conjunto está conformado por siete bloques de vivienda con formas distintas en cada manzana y consta de 747 apartamentos en los pisos superiores y 207 locales comerciales en la planta baja, circundados por arcadas de columnas panzudas. Los edificios, que abrazan espacios internos arbolados sobre los que se proyectan balcones profundos, tienen cuatro pisos, exceptuado el bloque 1, que alcanza las siete plantas y se impone sobre el conjunto. Cada bloque luce un portal de entrada inspirado en la arquitectura vernácula colonial venezolana y se expresa en molduras de diseños variados. Debido a las características de su arquitectura moderna, a la composición e implantación del conjunto en la trama citadina, y a la forma en la que recreó la tipología de la vivienda social con un nuevo escenario de paredes continuas de usos mixtos con calidad urbana, fue declarado Bien de Interés Cultural de la Nación”.

El texto señala luego “La plaza O’Leary (1941), con su acceso vehicular a través del túnel debajo de las torres del Centro Simón Bolívar, es una de las experiencias espaciales modernas de mayor fuerza del casco central de Caracas. Su lado oeste está marcado por las arcadas comerciales del conjunto residencial El Silencio, diseñado por Carlos Raúl Villanueva. La plaza, rectangular de  esquinas redondeadas, luce dos fuentes centrales del maestro Francisco Narváez, adornada con figuras de ninfas y delfines ―las llamadas «Toninas»―, que vierten agua de manera copiosa sobre un espejo de agua, reforzando el movimiento y el recorrido como parte de los principios esenciales de la modernidad”.

Otras crónicas ubican el origen del nombre en la Caracas colonial

“Lo que ahora es El Silencio antes era un caserío llamado El Tartagal porque abundaban las matas de tártago. En el año 1658, se desató en El Tartagal una epidemia desconocida que azotó a toda Caracas. Murió tanta gente que las campanas de los templos dejaron de sonar porque no había quien las tocara. El Cabildo envió una comisión a El Tartagal, y esa comisión escribió en un acta lo que presenció: ‘Sólo se advierte silencio, un profundo silencio’. Y desde entonces el lugar se llamó así: El Silencio”, indica una de estas reseñas.

Se afirma que la negra Hipólita, nodriza del libertador Simón Bolívar, vivía  en El Tartagal. Su casa quedaba en la calle de la Amargura Aquel caserío, ahora convertido en El Silencio, era un antro de miseria y de dolor. En el siglo XX, el lugar era reconocido como un centro de delincuencia, prostitución e insalubridad. La casa de la negra Hipólita fue una de las derribadas cuando Isaías Medina Angarita, en 1942, ordenó demoler el barrio.

Arturo Almandoz Marte en un artículo titulado “El Silencio: entre el proyecto y la crónica”, publicado en el portal digital Prodavinci, señala que la transformación del espacio fue promovida por el para entonces gobernador de Caracas, Diego Nucete Sardi, quien logró conseguir un crédito del Eximbank para el proyecto. Sardo le había dicho al escritor colombiano Luis Enrique Osorio: “Es absurdo el querer conservar las ciudades viejas. Ellas son como los automóviles viejos: hay que cambiarlas cuando ya no se adaptan a la época. ¿Para qué esa acumulación de ratas, contagios inevitables y techos vencidos?”.

“Aunque algo simplista en su apreciación sobre las ciudades viejas”, indica Almandoz Marte, “el Gobernador tenía razón con respecto a El Silencio, que desde tiempos coloniales era una zona roja al oeste del centro caraqueño, infestada de prostitución y endemias para finales de la era gomecista. En sus contribuciones al libro El Silencio y sus alrededores. Imagen del pasado y presente de una zona de Caracas, publicado por Fundarte en 1985, Carlos Eduardo Misle y Leszek Zawisza registraron que el sector albergaba 331 casas, de las cuales 42 eran prostíbulos, había además 49 casas de vecindad, 32 expendios de licores, 9 de hospedajes y casi 200 destinados a otros y dudosos fines. Y entre los más de tres mil residentes, había 465 casos de tuberculosis y 2.327 de enfermedades venéreas”.

Kizzy Coello y Reinando Díaz en su investigación “La reurbanización de El Silencio, hito en el proceso modernizador urbano capitalino (1941-1945)”, indican: “El Silencio, al igual que otras tantas zonas constituidas como arrabales, contaban en su haber con muchas construcciones ruinosas, lugares de hacinamiento que carecían en su mayoría de los mínimos preceptos sanitarios; esta situación robustecida por el incremento en los cánones de arrendamientos, sólo hacía que en espacios inhabitables, se hicieran ‘mágicas transformaciones’ y de una forma u otra, crearlos aptos para el uso de viviendas. Se determina según las estadísticas, que de un total de 331 inmuebles existentes en la zona, un 57% se encontraban en un estado clausurable”.

Coello y Díaz se refieren a algunos de los personajes que convivían en aquel infierno.

“También figuran ‘La cara e’ diablo’, personaje peculiar que creó amplia fama entre las inmediaciones de la barriada por su inconfundible comportamiento…tenía un prostíbulo entre El Silencio y Aserradero y lo distinguía un bombillo rojo. Compraba joyas robadas y delataba los ladrones a la policía…”.

Los investigadores señalan sobre el proyecto urbanístico: “Refleja los primeros trabajos de planificación urbana a gran escala y la preocupación oficial por proveer de viviendas a las grandes masas de la población; marca una etapa crucial en lo referente a la arquitectura y el urbanismo caraqueño. Ya no se trata de erigir foros públicos, ya no se trata de arreglos suntuosos o pañitos de agua tibia para ofrecer un nuevo aspecto a la ciudad, se trata más bien de proyectar una transformación profunda de un sector ‘deplorable’ ubicado en el centro capitalino, para la formación de viviendas, más no para un espacio destinado al centro político. Esto lo convierte en un plan de gran contenido social”.

Balcones flotantes

En la Caracas de la década del 40 del siglo pasado se vivía una especie de auge constructor. Almandoz Marte lo detalla: “Las nuevas edificaciones de la capital bullente y cosmopolita incluían el hotel Ávila (1942), diseñado por Wallace K. Harrison, arquitecto del Rockefeller Center, así como el edificio Altamira, de Arthur Kahn, en la urbanización homónima, concebida por Luis Roche. Hacia el centro, los edificios Manhattan (1946) y París (1948), obras de Heriberto González Méndez y Luis Malaussena, respectivamente, fueron los primeros en superar la altura de la catedral. Concebida por Gustavo Wallis, la nueva sede del Banco Central de Venezuela fue iniciada en 1942 y concluida cinco años más tarde. Para entonces también entró en funcionamiento el Centro Médico de Caracas, diseñado por Herman Stelling y Luigi Tani. Y por iniciativa de Eugenio Mendoza Goiticoa, junto a otros empresarios, comenzaba a funcionar en 1945 el hospital Anti-poliomielítico Infantil, convertido en Ortopédico en 1956.

Las descripciones hechas por los propios habitantes coinciden en alabar la hermosura de los bloques, lo confortables de los apartamentos. “Todos los apartamentos”, señala uno de estos testimonios, “tienen esos delgaditos y flotantes balcones (me daba un poco de miedo asomarme al nuestro), sin embargo no todos son del mismo tamaño, así como tampoco lo son los apartamentos. Nosotros vivíamos en el Bloque 5 letra «J», y ese apartamento era muy lindo y muy cómodo. Todos los bloques tienen un patio o jardín interno, un parque infantil y en el nuestro, además, había una pequeña cancha donde jugábamos baseball. En la parte interior de los bloques, cada apartamento tiene una terraza techada donde se puede colocar cómodamente un pantry, y muchas plantas y desde donde se observan los jardines y parques, y las mamás pueden mirar en todo momento a los niños mientras juegan. El apartamento era largo, desde la terraza interna hasta el balconcito, con 3 habitaciones y sumamente fresco y claro, todo detalladamente planificado. Yo tuve la suerte de conocer varios apartamentos de otros bloques y recuerdo que todos eran distintos y muy bellos. Definitivamente fueron pensados y diseñados para el buen vivir de las personas, donde no sólo se tenía comodidad sino también belleza para admirar y disfrutar”.

T/ Manuel Abrizo
F/ Archivo CO
Caracas