El terrorismo convertido en la principal arma política

La toma del poder sin importar la vía, por muy sangrienta que pudiera resultar ni el costo en vidas humanas, con el odio como elemento disociador entre sus seguidores, ha sido la opción en la cual ha venido cabalgando la dirigencia de la oposición venezolana durante estas décadas.

No debería resultar extraña esta actitud para quienes conocen la historia relativamente cercana de nuestro país, la que los tuvo como protagonistas principales durante la era puntofijista, en la cual se cubrieron con ropajes democráticos para esconder más de 40 años de oprobios contra el pueblo venezolano.

Nada pudiera tener de rara esta conducta entre las viudas de la Cuarta República y los herederos de su nefasto legado, sobre todo si se recuerda que Venezuela fue utilizada como país “piloto” para iniciar la política de los desaparecidos, durante el mandato del adeco Raúl Leoni –irónicamente llamado “el Presidente bueno”-, la cual emplearían luego con toda la saña posible en las dictaduras del Cono Sur. Todo bajo el “patrocinio” de la nefasta Escuela de las Américas, el centro formador de tiranos en Estados Unidos.

Aquí también se dio guarida en la década de los 70, como integrante de los cuerpos parapoliciales de entonces, a uno de los personajes más tenebrosos de la historia latinoamericana, Luis Posada Carriles, uno de los terroristas favoritos de los gobiernos estadounidenses, junto a Osama Bin Laden.

Asesinato de Danilo

Esos genes violentos no dejaban de asombrarnos, ni siquiera después de la vileza con la cual prepararon la emboscada para asesinar a sus propios correligionarios, además de los chavistas, en abril de 2002, ni cuando se trajeron a paramilitares colombianos para poner en práctica métodos desconocidos hasta 2004, con el fin de asesinar al presidente Hugo Chávez y poner en marcha una carnicería en nuestro territorio.

Ese 2004, también le dieron otro significado al término “guarimba”, utilizándola como táctica de guerra. Tras el referendo del 15 de agosto, con el cual se reafirmó al comandante en la Presidencia, el inefable Henry Ramos Allup, ya apoderado de Acción Democrática, lanzó su primera gran amenaza: “Voy a presentar las pruebas del fraude”, en el referido proceso. Todavía las estamos esperando.

Sin embargo, el 18 de noviembre de aquel año, una explosión en Santa Mónica estremecería a todo el país, pues con la misma intentaban pulverizar la dignidad y la valentía del fiscal Danilo Anderson.

Anderson, un humilde muchacho del barrio El Carmen de La Vega, se había encargado de la investigación de los hechos de abril de 2002, poniendo énfasis en los firmantes del infame decreto mediante el cual Pedro Carmona Estanga le daba un zarpazo a la Constitución Nacional, abolía los poderes públicos y asumía su breve dictadura.

Esto le había generado a Anderson no pocos enemigos. La detonación de un explosivo C-4, colocado en la parte baja de su vehículo, retumbó aquella noche en el alma de millones de venezolanos, desatando una ola casi unánime de estupefacción, indignación y condena.

Al día siguiente, en una alocución transmitida en cadena nacional, el presidente Hugo Chávez, expresó que “(…) el atentado contra Danilo Anderson es contra mí también. Esa bomba resuena  aquí dentro también; el atentado de Danilo Anderson es contra todos nosotros; el atentado, el asesinato de Danilo Anderson, es el intento de asesinar este proceso  de cambios verdaderos y profundos, es parte del intento de  asesinar el sueño de la gran mayoría de los venezolanos; es parte del intento de asesinar la esperanza de la gran mayoría de los venezolanos, que en distintas ocasiones se ha expresado y ha dicho ¡no! a esas minorías enloquecidas, con mucho poder; a esas minorías enloquecidas, que se creen intocables, que se creen más allá de la ley (…)”.

Más adelante, sentenciaba: “(…) Bueno, van a tener que acabarnos a todos ¿saben? Porque no es un Danilo Anderson, somos muchísimos Danilos Anderson

los que aquí estamos dispuestos a morir por esta patria. No van a poder con nosotros, hienas asesinas, se los prometo, es más, lo juro; no van a poder con nosotros, sean quienes sean, estén escondidos y encuevados como ratas donde estén; tengan los hilos del poder que tengan o crean tener en sus manos, no van a poder con Danilo Anderson, es decir, con nosotros (…)”.

Por el caso, fueron detenidos como ejecutores materiales los hermanos Ronaldo y Otoniel Guevara, mientras que la autoría intelectual se atribuyó, entre otros, al banquero Nelson Mezerhane -el mismo que se apropió de los dineros de cientos de miles de ahorristas del Banco Federal- y la periodista Patricia Poleo -quien no ha dejado de involucrarse en conspiraciones para liquidar a la Revolución Bolivariana-. Ambos están prófugos, residenciados en el paraíso de los terroristas, Estados Unidos.

Primera “salida”

Las conductas antidemocráticas de la dirigencia opositora, tuvieron una expresión diferente en 2005, cuando presionados por la oligarquía propietaria de los grandes medios de comunicación, decidieron no participar en las elecciones parlamentarias de ese año.

En 2007 reavivaron las guarimbas. Comenzaba a tomar protagonismo esa generación de jóvenes fascistas a la cual pertenecen el autoproclamado, Freddy “Marihuanita” Guevara, Miguel Pizarro y Yon Goicoechea, entre otros, con toda su carga de violencia en el ADN.

La sangre maligna de esos muchachos, totalmente contaminados por el odio, tuvo un perverso reflejo en los grafittis pintados en distintas ciudades, tras conocerse el cambio de paisaje de nuestro Comandante Eterno, el 5 de marzo de 2013: “¡Que viva el cáncer!”.

Tras la partida física del líder supremo de la Revolución Bolivariana, el 14 de abril se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en las cuales la mayoría de los votantes sufragó por el obrero Nicolás Maduro Moros.

La condición humilde del exconductor de autobuses del Metro de Caracas fue considerada una intolerable afrenta por quienes hasta el 98 habían manejado al país como su feudo -el de Estados Unidos, en realidad- y muy especialmente de uno de los integrantes de la burguesía nacional, Henrique Capriles Radonski, a quien el poder económico de su familia le había comprado una curul en el extinto Congreso de la Cuarta República.

El iracundo Capriles, a quien habían formado para ocupar alguna vez la silla principal en el Palacio de Miraflores –al igual que a Leopoldo López-, no pudo asimilar la derrota a manos del muchacho de la parroquia El Valle, y esa misma noche, apenas conocerse el boletín del Consejo Nacional Electoral, llamó a sus partidarios a echarse a las calles a “drenar la arr……”.

El resultado de la declaración de muchacho malcriado del mencionado sujeto, -quien el 12 de abril de 2002 había intentado tomar por asalto la embajada de Cuba, como alcalde de Baruta-, fue de 11 muertos, incluyendo dos niños y numerosos heridos.

El especialista en rumores y noticias falsas, Nelson Bocaranda, contribuyó a las virulentas acciones, alentando a los fanáticos opositores a arremeter contra unos CDI ocupados por médicos cubanos, echando gasolina al fuego a través de su cuenta en Twitter.

El 23 de enero de 2014, la sed de sangre de la oposición venezolana tuvo otra manifestación, cuando María Corina Machado y Leopoldo López –unidos como nunca más lo estarían-, convocaron a la militancia de la oposición a ejecutar “la salida”, plan que consistía, como su nombre lo indicaba, en tratar de salir del Gobierno empleando métodos violentos.

El plan se puso en marcha el 12 de febrero, cuando jóvenes derechistas arremetieron sin contemplaciones contra la sede de la Fiscalía General de la República, frente al Parque Carabobo.

López, conducía la salvaje manifestación, que numerosos destrozos generó numerosos destrozos en las inmediaciones del Ministerio Público, en tanto una voz sobresalía entre los manifestantes haciendo uso del micrófono, Gavy Arellano –hoy residenciada en Colombia, como una de las abanderadas de la corriente pro invasión de nuestro país-, quien lanzaba improperios contra la titular del mencionado despacho, Luisa Ortega Díaz. Quién podría imaginarse en ese momento, que apenas tres años después, ambas coincidirían en el mismo bando.

La furia terrorista se extendió por varias semanas y dejó saldo de 43 muertos, cientos de heridos e incuantificables pérdidas materiales. En su devenir, destrozaron e incendiaron las sedes de numerosas instituciones, incluyendo una guardería infantil con niños y niñas adentro, milagrosamente rescatados.

Al final, quien luego fuera conocido como “el Monstruo de Ramo Verde” se entregó a la justicia, tras ser develado un macabro plan para asesinarlo, urdido por dos de sus cómplices de fechorías, Julio Borges y Antonio Ledezma, quienes con su homicidio pretendían desatar una explosión social, el cual siempre ha sido uno de sus objetivos.

Eliézer Otaiza y Robert Serra

El 26 de abril de ese 2014, el pueblo venezolano sufrió otro impacto noble, cuando se conoció del asesinato de uno de los héroes de la rebelión del 4 de febrero de 1992, Eliézer Otaiza, quien para ese momento se desempeñaba como presidente del Concejo Municipal del Municipio Bolivariano Libertador, en el Distrito Capital.

Otaiza, redondeaba algunas características míticas, luego de ser herido gravemente y dado por muerto, sobreviviendo milagrosamente, en aquella alborada liderada por el comandante Chávez en la cual se encendería la llamarada de la Revolución Bolivariana.

Como constituyente, propuso para la Constitución del 99 el nombre de República Bolivariana de Venezuela, tal y como se llama ahora nuestro país, para desdicha de quienes desprecian el legado de nuestro padre Libertador. Como presidente del INCE, cumplió de manera exitosa la noble tarea encomendada por el presidente Chávez de llevar adelante la Misión Robinson, para acabar con el analfabetismo en nuestra patria.

Fue emboscado y víctima de múltiples disparos, en una zona apartada de la urbanización El Hatillo.

A Robert Serra, la saña criminal lo alcanzó el 31 de octubre de ese mismo año, junto a María Herrera, en su residencia de La Pastora, donde un grupo de asesinos, encabezado por un sujeto apodado “l Colombia”, precisamente originario del vecino país, acabó con las vidas de este par de muchachos.

De implacable, demoledor verbo, Serra se destacó como dirigente estudiantil en una universidad en la cual imperaba –impera- la intolerancia contra cualquier tipo de expresión revolucionaria, léase chavismo, la Católica Andrés Bello. Se hicieron famosos sus encendidos debates con los opositores, sin importarle de quién se tratara. Allí se graduó como abogado.

Fue el diputado más joven en ser electo a la Asamblea Nacional, y su futuro parecía brillante, sin límites, hasta el momento en el cual sus asesinos le arrebataron los sueños –y los de María Herrera-, en aquella fecha fatídica. Su huella, sin embargo, al igual que la de Otaiza, perdura mucho más allá de su partida física.

T/Jimmy López Morillo
F/Archivo CO
Caracas